La historia remota de la educación secundaria en Tucumán es azarosa. Como se sabe, al empezar febrero de 1852, en la batalla de Caseros concluyó el largo mando de Juan Manuel de Rosas, y al año siguiente el país se organizó con una Constitución. El hecho de que Buenos Aires resolviera separar sus destinos, no afectó el aire nuevo que se respiraba en el país en todos los órdenes. La educación era uno de ellos.

Hasta 1854, en Tucumán no era posible adquirir una instrucción que fuera más allá de la primaria, y esto último muy dificultosamente. Terminado el rosismo, empezaron a aparecer ofertas para llenar el claro. Por ejemplo (enero de 1854) la de un tal “profesor de Matemáticas” Augusto Simonetti, anunciando que “empezaré en este pueblo un curso completo de diferentes ramos, para poder de un modo radical difundir en la sociedad los conocimientos indispensables en la vida de un hombre”…

Buessard propone

El 1 de abril de 1854, se presentó al gobierno de Tucumán el francés Edmond Buessard, con una nota de cuatro carillas, escrita a renglón apretado y con cuidadosa caligrafía. Quería establecer “un colegio que llene el vacío que se hace sentir de medios para la educación de la juventud”, y que permita “principiar y acabar la educación de un alumno sin la cooperación de la Capital o de las provincias vecinas”. Pedía que se le cediera “el local de La Merced”, con sus útiles y bajo inventario.

Se refería al ex convento pegado a la iglesia de La Merced, que el Estado había incautado en 1845. La propuesta de Buessard cuajó sin esfuerzo. El director se asoció con el chileno José María Rojas. Este, al parecer, tenía cierto prestigio de educador: estaba radicado en Tucumán y era secretario de la Sala de Representantes.

El “Liceo de Tucumán”

El 18 de mayo, la Sala resolvía subsidiar con 1.000 pesos anuales al nuevo establecimiento. No consta la fecha exacta en que empezaron las clases del colegio, al que Buessard y Rojas denominaban “Liceo de Tucumán”. Así se titula la planilla fechada 18 de julio que, firmada por ambos como “directores”, se conserva en el Archivo Histórico. Allí se detallaban la currícula y horarios, y se mentaba, como “alumnos distinguidos”, a Caupolicán Navarro, Delfín Gallo, Manuel Terán, Sisto Terán y Augusto Alurralde.

La vida del colegio se complicó al poco tiempo. El director no se entendía con su socio y se retiró. Rojas quedó instalado como responsable único y trajo a un joven alemán, Jorge Boden, como colaborador. Tiempo después, sucedió que Rojas se enamoró de la hermana de Boden y terminó casándose con ella. Pero debió trasladarse a Chile, donde la prometida residía. Ese paso significó el fin del establecimiento.

Tres ofertantes

Aparecieron entonces tres pretendientes resueltos a probar suerte con la enseñanza en Tucumán. Dos eran franceses, Felisberto Adrián Pellisot y Juan Eugenio Labougle; y el tercero, Laurindo Lapuente, era uruguayo. Pellisot había publicado un par de novelas traducidas del francés y ambientadas en la época rosista: “Camila O’Gorman” y “Los misterios de Buenos Aires”. Labougle, graduado en el Liceo de Pau y ex estudiante de medicina en Burdeos, estaba en el país desde 1852, radicado en Corrientes. En cuanto al uruguayo Lapuente, era el único con cierta experiencia docente, en su país y en Buenos Aires, donde daba clases para costearse los estudios de Derecho.

Ofrecieron encargarse del colegio, que reabrió sus puertas en octubre de 1857, con el nombre de “San Miguel”. La experiencia fue breve. A poco andar, Lapuente se volvió a Buenos Aires, donde desarrollaría una larga carrera de periodista y de poeta: uno de sus libros de versos, “Laurindas”, recibió sarcásticos comentarios de Paul Groussac.

Jacques en escena

Ocurrió que, después, Pellisot regresó también a la Capital. Y en cuanto a Labougle, según informaba el gobernador a la Sala (23 de febrero de 1858) se alejó de Tucumán “por motivos que aun se ignoran, pues habiendo salido de la provincia con permiso del Gobierno, aun no ha regresado y, a pesar de haber transcurrido el término que se le señaló, no ha manifestado qué razones se lo impiden”. En consecuencia, decía el mensaje, “se ha disuelto el Colegio San Miguel”.

Fue entonces que entró en escena el doctor Amadeo Jacques. El francés era una alta figura intelectual. Doctorado en Letras en la Sorbona y licenciado en Física en la Universidad de París, catedrático, autor de libros y traducciones, la política lo había obligado a emigrar al Plata. Traía una recomendación del famoso naturalista Alejandro Humboldt.

Pero no encontró quién le pagara por enseñar y tenía que sobrevivir. Con su compatriota Alfredo Cosson resolvieron dedicarse a la fotografía en daguerrotipos, por entonces una gran novedad. En Santiago del Estero, el doctor hizo de agrimensor oficial e intentó empresas de colonización.

Al frente del Colegio

Llegaron a Tucumán en 1858, con la máquina de daguerrotipos a cuestas. Para reforzar los ingresos, instalaron una panadería, en sociedad con Tranchard, un compatriota. Se llamaba “La Perfeccionada”.

Jacques ofreció al Gobierno hacerse cargo del “San Miguel” y de la escuela primaria anexa. Lo acompañaban dos profesores, el francés Amable Baudry y José E. Acha. La oferta fue aceptada y se acordó una subvención oficial de 1.600 pesos anuales. Al poco tiempo, el director incorporó como profesor a su amigo Cosson.

Entusiasmado, Jacques empezó las clases. En el periódico “El Eco del Norte” exponía sus ideas educativas. Quería formar no tantos doctores, sino gente con cierta “instrucción científica”, algo que juzgaba primordial en un país joven. Así, soñaba con laboratorios de Física y de Química, con un Jardín Botánico, con un Museo de Productos Naturales. Creó la biblioteca del colegio, con libros donados por el gobernador Marcos Paz. Y gracias a Juan María Gutiérrez logró equipar un laboratorio de Física, por ejemplo.

Llegan dificultades

El sabio Germán Burmeister, a su paso por la ciudad, comparó el colegio con “un gimnasio alemán de primera clase”. No pasó mucho sin que llegaran los problemas. Se desataron al estallar las luchas entre el gobierno liberal tucumano y las fuerzas de la Confederación. El colegio se convirtió en cuartel, en 1861, y Jacques debió hacer malabarismos para terminar las clases del año con mínima normalidad.

Pero, cuando las reabre en 1862, la matrícula –nunca muy abundante- declina vertiginosamente. Además, Rojas ha regresado y aspira a instalar otro colegio. Como si fuera poco, circulan rumores malévolos que buscan denigrar a Jacques: hasta se susurra que bebe.

El maestro termina por hartarse. En una carta a Domingo Faustino Sarmiento, le cuenta que el colegio estaba expuesto “a los ataques de una camarilla cuyas bajas intrigas se empeñan en desacreditar a su director y en arruinar por completo su semi-prosperidad”, y todo “en beneficio de un charlatán sin talento y sin valor”.

Jacques renuncia

La cuestión central, según Jacques lo expuso en su último informe, radicaba en “la profunda indiferencia de este pueblo con respecto a la educación, y en su espíritu exclusivamente mercantil. Un niño que ya sabe leer bastante para descifrar con trabajo el rótulo de una pieza de lienzo; escribir lo suficiente para trazar el apunte de dos palabras, aunque sea con monstruosa ortografía, y, en fin, sumar tres cantidades, pasa luego de los bancos inferiores de la escuela primaria, al mostrador de una tienda o de un almacén”.

El doctor Marcos Paz, ya vicepresidente de la República, había prometido a Jacques darle una colocación en Buenos Aires. El maestro decidió aceptar. El 1 de setiembre de 1862, envió su renuncia indeclinable. “He tomado, pues, la resolución definitiva de ir a ofrecer mis escasas luces a donde pueda sacar de ellas, así para el público como para mí, mejor partido y provecho mayor”.

Al fin, el Nacional

Así, partió a Buenos Aires con su esposa Martina Augier y sus tres hijos, uno de los cuales, Francisca, había nacido en Tucumán. Como se sabe, el vicepresidente Paz cumplió su promesa, y Jacques llegaría a ser director del Colego Nacional de Buenos Aires hasta su repentina muerte, en 1865. Es aquella etapa que Miguel Cané narraría con tan admirativa emoción en “Juvenilia”.

Alejado Jacques, el Colegio “San Miguel” cerró sus puertas. A fines de ese año 1862, el gobernador José María del Campo inició gestiones ante los jesuitas de Córdoba, para que se hicieran cargo del establecimiento. Pero el pedido no prosperó, a pesar de que fue reiterado en los dos años que siguieron.

Habría que esperar hasta el 9 de diciembre de 1864, cuando el presidente Bartolomé Mitre, en un decreto refrendado por el ministro Eduardo Costa, dispuso la creación del Colegio Nacional de Tucumán, que abrió sus puertas el 1 de marzo de 1865. Empezaría entonces, definitivamente, la instrucción secundaria entre nosotros.