Miscelánea

IMAGEN DE JOHN KEATS

JULIO CORTÁZAR

(Alfaguara - Buenos Aires) 

El propio Cortázar define esta obra como un “libro suelto y despeinado, lleno de interpolaciones y saltos y grandes aletazos y zambullidos.”

Compuesto entre 1951 y 1952 y publicado póstumamente en 1996, Imagen de John Keats es difícil de catalogar. Tanto lo biográfico, el ensayo filosófico, memoria, poética y crítica literaria tienen cabida en sus casi 600 páginas. El resultado es una amalgama milagrosa digna de celebración, tanto que nos cuesta entender por qué Cortázar se negó a publicarla durante su vida. Contribuyen al placer de su lectura la consistencia de ideas, la penetración crítica y, ante todo, el audaz abordaje que, justamente, da un respiro a la densidad conceptual.

El narrador se funde con el autor empírico e interpreta a John Keats (1795-1821), lo intuye. Con tanta erudición como empatía le habla al “pequeño poeta” (medía sólo cinco pies); lo desmitifica con ironía: “¿por qué no te hiciste sombrerero?”; lee su cartas, devela sus angustias, privaciones, amores, y en el proceso, habla tanto de Keats como de sí mismo; testimonios propios, crónicas de sus viajes, cavilaciones se entrecruzan con los versos ingleses. Lo sigue en su derrotero existencial y literario, hasta la prematura muerte del poeta a causa de la tuberculosis, en Roma.

La revelación

Como quien une los puntos sobre un papel y forma figuras con escritura automática, con dinamismo, traza una cronología y estadios en la evolución creadora de Keats, hasta la culminación de sus Odas consagratorias, dedicadas a una urna griega (“criatura nutrida de silencio y de tiempo”), a la melancolía, al ruiseñor, al otoño. Nos habla del traspaso de lo pictórico a lo verbal, de la presencia en ausencia (“si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas”) y del goce inocente y total del objeto bello. Cortázar, identificado con el posmodernismo literario y los juegos del lenguaje, sostiene aquí, no obstante, la fuerte convicción de la inmanencia de la poesía como revelación.

Otro aspecto invalorable, Cortázar traduce los versos keatsianos (si bien, con modestia en la apreciación del resultado) y comenta traducciones de terceros; ubica a Keats en un sitial sobre sus contemporáneos románticos, Coleridge, Shelley, Wordsworth y Byron, de quienes, considera, se distancia en el tratamiento del subjetivismo y del asfixiante yo lírico; también, por la apropiación de motivos helenistas en obras como Endimión e Hiperión y por su particular abordaje de lo mítico. Intuye en Keats su propia rebeldía y necesidad de ruptura, y una consanguinidad afectiva y literaria a través de los tiempos.

(c) LA GACETA

María Eugenia Bestani