No es exagerado suponer que alimentando con brasas nuevas el fuego de la región, se gestarán implacablemente enfrentamientos de todo tipo y a la vez generadores de la Tercera Guerra Mundial. ¿Por qué? Sólo baste decir que es necesario avizorar las renovadas conformaciones regionales actuales que alguna vez dividieron al mundo con un simple y brutal tajo: Occidente y Oriente. La OTAN y el Pacto de Varsovia; el mundo bipolar. El que alimentó con una desproporcionada dosis de militarización una escalada armamentista que sólo movió complacencias y sonrisas de satisfacción en los fabricantes de armas y en los emporios financieros que invertían en esas empresas de muertes, recursos dinerarios de vida.

Tener en cuenta: el explícito apoyo del líder supremo de Iran, ayatollah Ali Khamenei, que instó a los palestinos a seguir combatiendo a Israel y a ampliar la “resistencia” de Gaza a Cisjordania. No dejar de lado el modo en que Rusia (la de Putin) encara la cuestión irresuelta de Ucrania y los apoyos al régimen sirio y el de este a los de Hamas, ahora limitado por su propio incendio interior. El complejo tablero de alianzas y enemigos se va potenciando desde afuera, signando un entrelazado dibujo de alianzas tácitas, reales y a la vez inestables. Si el escenario bélico se profundiza aún más entre un país fuertemente dotado de tecnología y capacidad militar como lo es Israel -sin olvidar su arsenal atómico- y un grupo fundamentalista islámico como Hamas que está dando muestras de resistencia en medio de la tragedia de su pueblo que sufre muertos, desplazados y destrucción, es de suponer que las alianzas comenzarán a operar. Ello implicará el involucramiento directo de terceros países: Irán, Siria, Arabia Saudita, Irak y El Líbano) y terceras organizaciones (Hezbollah, entre varias) más el apoyo o la oposición de otros: EEUU, Rusia, China y la eventual pero previsible participación en principio tibia de miembro de la Unión Europea. Son ingredientes en un tablero complejo pero de simple factura: bélico.