Por esos 200 metros de “escenario” en que se convierte la peatonal Muñecas de Tucumán desfila la más increíble variedad de personajes. El programa se reparte entre los cantores de folclore, los que regalan gatos y perros, los que bailan como Michael Jackson, los ciegos que piden limosna, las estatuas vivientes, las murgas, las orquestas de niños, “el niño del patito” ... en fin, siempre en determinados días y horarios. Pero de todos los que “trabajan” en la peatonal, hay una que jamás se tomó descanso. Es la Virgen, la imagen de Urkupiña, traída del hermano país de Bolivia. Seguramente la has visto paradita debajo de un naranjo, con su cajita de madera a la espera de que alguien se apiade y le deje una moneda. Antes solía tener un par pestañas muy negras que los fieles casuales han ido despegando en cada toma de gracia. Hoy hasta su vestido morado y su manto amarillo muestran las huellas despiadadas de la vida a la intemperie.
Norma Ortiz, su “esclava”, como se reconoce a sí misma, es la señora que la custodia. La lleva por la mañana y se queda con ella hasta la noche. Casi doce horas sentada en el banco de la peatonal, esperando...
Triste destino el de esta advocación mariana, que se venera en coloridas fiestas con bailes y vestidos típicos en Quillacollo, a unos 13 kilómetros de Cochabamba (Bolivia).
Pero antes que la calle, la imagen de la Virgen de Urkipiña estaba protegida en un templo, que no era católico apostólico romano. Pertenecía a la llamada Iglesia Católica Apostólica Nacional Argentina, pastoreada por Fabio Cura, a quien la Arquidiócesis de Tucumán denunció varias veces advirtiendo a los fieles que Cura no es sacerdote. En los archivos de LA GACETA, en la sección Policiales (25/5/2012) Eduardo Fabio Cura admite que pertenece a una iglesia “antes llamada iglesia Peronista”.
Noemí dice que ahora las misas “carismáticas” del “Padre Fabio” se hacen los domingos, a las 21, en el polideportivo de La Plata y San Luis. ¿Y la limosna? “Es para eso, para las misas”, contesta Noemí, que dedica todos los días de su vida al extraño y dudoso apostolado de acompañar a la Virgen en su triste derrotero, de pasar de ser Reina venerada con bailes y flores en su tierra, a ser una “mendiga” más en la peatonal de Tucumán.