Los pueblos generamos las maneras de resolver esos problemas que trascienden la mera dolencia corporal. Y a lo largo de su historia y desarrollo, esas prácticas, esos saberes, tendrán vigencia en la medida en que cada uno de los que integran los pueblos encuentren la respuestas en esa persona que adquiere ese saber y cuida de nosotros.
Por eso una médica campesina -voy a omitir el término curandera por ser ser despectivo dentro de la comunidad- como doña Carmela ha sido tan efectiva y tan valiosa para los miles de tucumanos que durante décadas han acudido para conseguir alivio: porque persiste la necesidad de encontrar ayuda y porque hay una comunidad que reconoce su saber. Y no sólo entre las familias más pobres.
Pienso qué lejos estamos todavía, en el desarrollo de nuestra vida, que la medicina “oficial” reconozca, valore y se acerque a los médicos campesinos para trabajar juntos. Todavía hay un trato desconsiderado de parte de la Medicina: persiste un sometimiento, una forma de desprecio a esos saberes. Muy de a poco, en los años 80, comencé a ver que los médicos jóvenes que volvían a las comunidades reconocían esas prácticas. Creo que deberíamos seguir trabajando en esta cooperación. Porque si algo han demostrado los médicos campesinos es sensatez. Carmela, como tantas otras, eran muy capaces de decir: “hasta acá puedo yo”. Reconocen sus limitaciones, como también reconocen que sobre ellos mismos no pueden actuar, no se pueden autocurar. Ellos están dispuestos a admitir en qué cosas su saber pierde o se queda sin respuestas, pues nadie promete salvar todo. Eso habla de los valores que debería aprender la medicina “formal”.