Para la tribu primitiva, el cuentero era la encarnación misma de la memoria colectiva. Después aparecieron los juglares y trovadores que iban de pueblo en pueblo poniéndole palabras al misterio y la sonrisa. Hubo incluso cuentistas que se dedicaron a recopilar historias de la tradición oral y las escribieron en libros, tal como lo hicieron los hermanos Jacob y Wilhem Grimm. Ellos popularizaron cuentos que hoy siguen despertando la imaginación de los chicos, como "Caperucita roja", "La Cenicienta", "La bella durmiente" o "Hansel y Gretel".

Los narradores actuales intentan sostener esa honrosa tradición en un mundo que por momentos les resulta bastante hostil. Ellos saben o sospechan de que la gente ya no lee como antes. No sólo libros, tampoco revistas o diarios. Pero al mismo tiempo apuestan a que la lectura en voz alta y de cuerpo presente sirva también de puente para retornar a la lectura con nuevos bríos. Porque la narración oral es multiplicadora, crea necesidad de seguir escuchando historias. "La literatura también es sinónimo de adrenalina", asegura la reconocida cuentista Ana María Bovo.