Nada es igual para quien vuelve del infierno. Alejandro tenía 12 años y sólo anhelaba que lo tuvieran en cuenta. Le habían invitado un cigarrillo de marihuana y había aceptado, era la primera vez. Sólo quería ser grande, como sus nuevos amigos. ¿Cuándo dejó la escuela? ¿Cuál fue la última vez que pisó el club o que dijo la verdad? No lo recordaba. Sólo sabía que había perdido el camino. Una vez escuchó hablar de la Fazenda de la Esperanza. ¿La qué? "¡Yo quiero ir!". Y así, solo y "avejentado" a los 15, llegó a Deán Funes, Córdoba, donde conoció otra forma de vida.

No fue fácil. Tuvo recaídas. Solo después de otro intento en la Fazenda de La Rioja, vio la luz al final del túnel. Pero está feliz porque el domingo se puso la piedra basal de la Fazenda de la Esperanza de El Cadillal. Es un anhelo largamente acariciado por el Arzobispado de Tucumán, que logró poner en marcha a través de la fundación "Virgen de La Merced, Redentora de Cautivos". Será la séptima Fazenda del país; la sexta, que está en Aguilares, depende de la diócesis de Concepción. Alejandro, con apenas 19 años, ha vivido para contarla. En Tucumán sigue su rehabilitación y al mismo tiempo es voluntario del proyecto, como ocurre con la mayoría de los chicos que se recuperan del infierno de la droga.

Sobre la ruta 9, pasando la entrada de El Cadillal, a mano izquierda, frente al campamento de Vialidad, se abre un terreno de 10 hectáreas donado por la familia Avellaneda. Allí se levantará el complejo que albergará como a una familia a 120 jóvenes que sufren diferentes adicciones. "Comenzaremos con una casa -en total serán 12- y la capilla. Apenas estén construidas -en no menos de seis meses-, la Fazenda comenzará a funcionar con los primeros cuatro chicos", anunció con los pies hundidos en la tierra, pero sin disimular su entusiasmo el vicario para la Solidaridad y la Acción Social, monseñor José Melitón Chávez.

En el claro del monte, rodeado de árboles, se dan cita los sacerdotes Chávez y Sergio Arce; y un grupo de voluntarios y amigos de la obra. Como casi todo en la Iglesia, los proyectos se hacen a pulmón, con donaciones de dinero y tiempo. Allí, los chicos vivirán en comunidad un año, y amasarán su pan, limpiarán la casa, harán trabajos de granja, tendrán viveros y talleres de arte.

"No es una comunidad terapéutica, sino de vida. Aquí no se utilizan medicamentos. Más que un método para la recuperación de las adicciones, la Fazenda propone un nuevo estilo de vida", explica Chávez que realiza un fuerte trabajo en La Costanera. Fer está ansioso por volcar toda su experiencia en la fundación. Ha pasado por varias Fazendas, primero como "caminante" en recuperación, y después como "es" (y no "ex") que es la abreviatura de "esperanza"; son los chicos ya recuperados que se convierten en voluntarios.

Tenía 20 años cuando se dejó seducir por los placer engañosos de las adicciones en "malas juntas". "Lo perdí todo: la carrera profesional, la familia, mi mujer y dos hijas, el rugby que era mi vida, los amigos... ¡todo! ", reconoce el hombre que es hoy, a los 42 años. Pero en la Fazenda de Deán Funes comenzó su etapa de recuperación. "Al principio te querés volver todos los días, al mes ya te sentís fuerte, pero tenés que pasar los tres primeros meses", recomienda. "El problema no es tanto la abstinencia (no se puede fumar ni beber y queda prohibido hablar por celular o ver la televisión), sino que te das cuenta que eso era lo único que sabías hacer. Pasa un tiempo hasta que te aferrás a Dios, porque la fe también es un proceso. Para mí haber conocido la Fazenda fue un milagro", admite.

"Te levantás a las 6.30, tendés tu cama y salís a la iglesia. Se medita una palabra y se la pone en práctica durante todo el día. Por ejemplo, te dicen 'hacerse uno con el más necesitado'. Entonces, si ves a otro bajoneado, te acercás le preguntás qué le pasa", cuenta Fer. "A las 8 desayunamos y después salimos a trabajar. En la Fazenda no hay empleados, todo lo hacemos nosotros ¡Se hacen vínculos muy fuertes! Los mejores cumpleaños de tu vida los pasás aquí. A los tres meses, después de no tener ningún contacto, te visita tu familia. Es un momento súper emotivo. Empezás a valorar todo lo que antes te daba lo mismo" dice.

Mientras que los chicos están en la Fazenda, sus familias hacen su propio proceso en los grupos Esperanza Viva que hay en distintos puntos de la provincia. "Cuando se produce el encuentro, al cabo de tres meses, tanto los jóvenes como sus familias están en sintonía", explica Romina, familiar de un recuperado. "En ese momento hay lágrimas, muchos pedidos de perdón, largas caminatas y abrazos", describe.

"Nunca imaginé que fuera tan emocionante ese momento. Mi mamá bajó del taxi y yo corrí a su encuentro como si fuera un nene. Mi papá, que siempre estaba serio, sonreía emocionado. ¡Me pidió perdón, porque pensó que era su culpa! ¡Y nada que ver! ¡Es impresionante como uno cambia, y comienza a ver las cosas de otra forma. Ahora estudio para terminar la secundaria, trabajo con mi papá y ayudo en la Fazenda", cuenta Alejandro. Él nunca imaginó que la palabra, "esperanza" pudiera definir con tanta fuerza el sentido de la vida.

Para monseñor José Melitón Chávez, esta es la obra de su vida; en la Fazenda de la Esperanza ha puesto todas sus energías y sus oraciones, su trabajo silencioso y de base. Aquí están todas sus esperanzas. Hizo la labor - si se quiere, y salvando las distancias- del papa Francisco en las villas de Buenos Aires. El padre Melitón, como lo conocen en La Costanera (corazón de la venta y consumo de droga de Tucumán, pero también de pobreza, desocupación y marginalidad), es la presencia de la Iglesia en "las fronteras", para usar un término del Pontífice. Ha misionado junto a las Hermanas Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio que ahora están en las comunidades de los wichis, en Salta. Melitón es un auténtico "cura villero".

Pero si hay algo que tienta al padre Melitón a "pecar" es su sentimiento hacia los que venden droga. "No hablo de los pobres que viven en la villa y que en definitiva también son víctimas de estos mercaderes de la muerte", aclara. "Es indignante saber que muchísimas gente está lucrando con la muerte ¡Alguien tiene que pararlos! Los ciudadanos no pueden mirar para otro lado, y mucho menos los que son responsables, autoridades en general, de los tres poderes, e incluso nacionales… Porque este es un problema de todo el país. Pero el hecho de que sea nacional no exime a lo local, sino que hay responsabilidades propias. Por desgracia -y al decir esto Melitón cierra los ojos, porque sabe que la frase le puede salir muy cara- no estamos viendo que realmente haya un trabajo serio de parte del Estado. Y digo de los tres poderes. Sabemos, todos los saben, que detrás de esto se mueve muchísima plata".

Melitón está parado en medio de la nada, de lo que va a ser la primera Fazenda de la Esperanza de la Arquidiócesis de Tucumán (la otra está en Aguilares y corresponde a la Diócesis de Concepción). Con los zapatos blancos de tierra, el vicario de la Solidaridad y la Acción Social espera un milagro. Aguarda la llegada de la providencia, que nunca lo ha defraudado. Porque solamente cuenta con fondos para comenzar la obra, pero no para continuarla. El gobierno de Tucumán promedió entregar una donación en cuotas y lo mismo hicieron algunas empresas. Cada casa para 12 chicos cuesta $ 1,4 millón, y el proyecto contempla 10 casas y una capilla. Melitón apuesta a que todos los tucumanos aporten un grano de arena.

"El Estado tiene sus recursos para hacer un trabajo de investigación, de inteligencia, y poder conocer dónde están las raíces de todo esto. No se trata de que se aprehenda solamente a los vendedores terminales, a los minoristas, sino ir a la raíz de todo esto, a los que se están enriqueciendo con todo esto". Palabras más palabras menos, a todo esto lo dijo el padre Melitón al final de la misa del 24 de Septiembre que presidió el arzobispo monseñor Alfredo Zecca. "La Iglesia tiene un camino de esperanza que no es solamente para hacer una obra de amor tan linda como esta, sino también para salir a llamar a las conciencias, a los corazones de la gente", aclaró.

Pero la gran pregunta es: después de que los jóvenes se recuperen ¿qué? ¿Qué se hace con los que ya no se drogan, pero que no estudian ni trabajan y que vienen de familias destruidas? "Uno de los objetivos es trabajar para la reinserción de estos jóvenes, ya que muchos de ellos ni siquiera están alfabetizados", explica.

El tiempo que pasen en la Fazenda y en los grupos de Esperanza Viva, les ayudará a organizarse para cuando tengan que volver a la calle; saldrán con nuevas herramientas. "Pero la sociedad está tan herida que es difícil reinsertarse -reconoce Melitón-. En ese camino estamos,; las condiciones sociales son las mismas antes y después de la Fazenda. Muchas veces los chicos regresan y encuentran todo peor que cuando se fueron. Es un llamado a la conciencia de la sociedad, de las autoridades y especialmente a los que hoy están lucrando con la muerte de los chicos".

- ¿Qué es una Fazenda?

- Es una obra de la iglesia católica abierta, sin distinción de creencias religiosas o estados de vida. Es un centro que colabora con la recuperación de diferentes adicciones, sin medicamentos.

- ¿En qué se basa el éxito del proceso?

Su método está basado en tres pilares: convivencia, trabajo y espiritualidad. Trabajo, como fuente de autoestima y autosustento; convivencia, porque se respeta el espacio del prójimo como instrumento de cambio de valores. Y espiritualidad, porque se pone en práctica la Palabra de Dios.

- ¿Cuánto tiempo deben estar en la comunidad?

- El programa de recuperación dura 12 meses. Durante ese tiempo los chicos se alejan de todo su mundo conocido.

-¿ Cómo ingresan?

- Los jóvenes y sus familias inician su preparación en los grupos Esperanza Viva (GEV). 

- ¿Cómo se mantiene?

Con el aporte de toda la comunidad. Los que quieran colaborar pueden comunicarse con la Casa Pastoral de San Lorenzo 441 al teléfono 4217991. Además, se abrirá una cuenta en un banco.

- ¿Cómo y dónde surge?

Las Fazendas (hacienda en portugués) surgen hace 30 años en Brasil. El éxito obtenido llevó a que se replicaran en 87 centros distribuidos en Brasil, Alemania, Guatemala, Colombia, Rusia, Paraguay, México, Italia, Filipinas, Mozambique, Portugal y Suiza. En Argentina existen seis centros de recuperación. La de El Cadillal será el séptimo.


u UNA MADRE.- Graciela nunca llegó a comprender por qué su hijo optó con el camino de la droga. "Nació en un mundo lleno de amor, siempre le dimos una familia con muchas valores...", cuenta tras la recuperación de su hijo en la Fazenda de Córdoba. "Pasaron muchos años hasta que descubrí que se drogaba; era un mundo completamente desconocido para mí. Y tardé tanto en develar lo que él hacía porque el mundo del adicto se construye con mentiras. Por ejemplo, yo le preguntaba porqué tenía tantas pipas, y él me contestaba que las coleccionaba; nunca se me ocurrió dudar de su palabra", relata Graciela, hoy convertida en una voluntaria incondicional de la Fazenda.

UNA VOLUNTARIA .- "Cuando un chico no quiere entrar a la Fazenda no se lo puede obligar. Pero la familia y los amigos pueden comenzar a ir, hasta que llegue el momento de que él lo haga. Esto llega a la vida de cada uno en el justo momento, ni antes ni después. Hay muchas mamás que llegan a los grupos Esperanza Viva mucho antes que sus hijos. A la familia le sirve porque comparte herramientas y experiencias", dice Romina, cuyo hermano ya se recuperó.

UN JOVEN RECUPERADO DE LA DROGA.- Máximo tiene 28 años y solamente estuvo dos meses en la Fazenda de Dean Funes, en Córdoba (la experiencia dura un año). Pero fue el tiempo que necesitó para hacer un vuelco en su vida. Hoy, convertido en ES (Embajador de la Esperanza) ayuda a otros a hacer su camino en los grupos de Esperanza Viva.

UN EX ADICTO AL ALCOHOL.- Gastón no sabe en qué momento cayó en los brazos del alcohol. Estaba casado y ya tenía tres hijos, pero sin darse cuenta se convirtió en alcohólico. Su esposa lo ayudó en todo momento y ella misma lo condujo a la Fazenda de la Esperanza en Córdoba.