NORTE

El terror de vivir acorralados por los asaltos

"Antes de conectarnos al gas natural, salíamos corriendo de bañarnos para ir a apagar el calefón. El gasto del gas en garrafa es terrible: cuesta $250 y dura unos dos meses; ahora, por bimestre, pagamos $25". La insistencia de Marcia Gari, que vive hace 15 años en Juan José Paso al 2.500, no era en vano. Con eso solucionado, Marcia y su vecina, Fabiola Laguna, hablan sobre cómo es vivir en el extremo norte de la ciudad, en el barrio Cerro de Las Rosas. "Yo trabajo de 13 a 19 y tengo terror de volver a mi casa caminando desde la parada del ómnibus. Me tengo que tomar un taxi, o pedirle a mi marido que me vaya a buscar. No se puede volver en taxi todos los días, es mucha plata", dispara Laguna. Según ellas, a pesar de vivir frente a la planta potabilizadora de la SAT, es común que se rebalsen las cloacas, pero eso no les preocupa tanto como la inseguridad.

"Nos arrebatan las carteras, los celulares y hasta las bolsas del súper cuando venimos de hacer las compras. Por la avenida Francisco de Aguirre suele haber policías, pero en cuanto pestañean o se van a almorzar, algún vecino es víctima de un robo. Los ladrones se pierden en un pasillo que hay cruzando la avenida, y ahí no entra nadie", relata Laguna. A pesar de todo, se sienten afortunadas de vivir del lado este de la Ejército del Norte: hacia el otro lado, el mundo es diferente, aunque con algunas similitudes.

"Me arrebataron la cartera y estuve meses con dolor en las costillas, porque me tiraron al piso y di con una piedra", recuerda Genoveva Dip, quien vive hace 22 años en el barrio Aguas Corrientes, sobre la calle Facundo Quiroga, una de las dos pavimentadas de la zona. Acá, sin que ellos lo sepan, hay una similitud con sus pares del otro extremo del mapa: "al menos que enripien, así no tenemos que andar como los chanchitos en medio del barrial", reclama Marta Ponce.

SUR

Si el año trae sequía, el barrio Independencia da las gracias

Probablemente sean los únicos tucumanos que miran para arriba y agradecen cuando el cielo tira poca agua. En años de sequía, los vecinos del barrio Independencia agradecen que sus calles de tierra no se conviertan en un pantano imposible de transitar. Paula Roldán barre la inexistente vereda del frente de su casa con una vieja y gastada escoba de paja. Hace 10 años que vive en la calle Antonio Benejam al 800, donde pudo comprobar que si en cualquier barrio los frentes se barren para no demostrar descuido, acá, en el último caserío antes de abandonar San Miguel de Tucumán por el sur, es por una cuestión más bien práctica. O indispensable.

"Llueva o no, acá el agua se acantona y se hace un barrial que no te deja forma de salir de la casa. El tema es que no hay cloacas y para no largar toda el agua a los pozos, los vecinos tiran a la calle el agua que sale de la cocina, por ejemplo", cuenta la vecina, con el mentón apoyado en la escoba. El otoño y el invierno también les significan un respiro. En la estación del calor, las moscas y los mosquitos podrían pasar por mascotas, y el olor nauseabundo del agua estancada es el perfume del hogar, dulce hogar.

Roldán, al igual que su vecino Domingo Vidal, no pide mucho. "No pretendemos que pavimenten la calle, sería mucho pedir. Pero al menos que pasen la máquina dos veces al año para que el agua no se quede estancada. En la esquina de Ayacucho (al 4.500) y Antonio Benejam, de enero a enero hay agua podrida, que llega desde todos lados", dice Vidal, quien vive hace 30 años frente a ese enorme e incurable charco.

Paradojas de la geografía y del sistema. Justo en la zona que bordea el Canal Sur, donde se acumula toda el agua de lluvia de la capital tucumana, no hay desagües que a sus vecinos les permitan caminar por las calles.

ESTE

La autopista, una cómplice involuntaria de los robos

Hace un año que Miguel Ángel Moreno e Ivana Lizárraga, recién casados, se mudaron a la calle Alfredo Palacios al 600, al límite este de la ciudad. Su vecina de enfrente es nada menos que la Circunvalación, por donde circulan infinidad de vehículos y por donde "se pierden" los delincuentes luego de cada atraco. Más allá de ese límite, la nada misma: no hay nadie, ni siquiera fuerzas de seguridad que se animen a cruzarlo para atrapar a un ladrón. Moreno lo admite con cierto dolor: él es policía y, como tal, se siente un marginal.

"Acá el uniforme es mala palabra. A veces los policías patrullan la autopista, pero los vecinos los agarran a pedradas. Los asaltos son constantes, es cierto, pero es una problemática de toda la sociedad. No pueden apedrear a un policía que pretende cuidarnos", opina el joven uniformado mientras cierra la puerta de su casa con llave y rejas de seguridad.

Además de la inseguridad por los robos, Ivana y Miguel Ángel le temen al tránsito. En enero cortaron un tramo de la autopista para hacer refacciones y todo el tránsito pesado pasa por el frente de su casa, por la Alfredo Palacios. Jamás se esperaron semejante cambio de planes, y no ven las horas de que terminen la obra.

A la vuelta de su casa, en Honduras al 300, los vecinos se reúnen espontáneamente todas las mañanas en el almacén de la cuadra. Por estos días, el tema de conversación es justamente el tránsito en la Alfredo Palacios. "Los camiones pasan haciendo carreritas, a toda velocidad. Todavía no ocurrió una desgracia porque Dios es grande; no me quiero imaginar lo que va a ser cuando empiece la zafra en serio...", lamenta Mirta Blanco. Las montañas de basura al pie de la Circunvalación, en la Alfredo Palacios, han pasado a un segundo plano en sus preocupaciones. Ahora el temor es terminar sus días arrollados por un camión con acoplado.

OESTE

Los contrastes recrudecen en el asentamiento La Mago

El fantasma del desalojo jamás ha abandonado la parte sur del parque Guillermina. Desde que sus primeros pobladores comenzaron a ocupar los terrenos que bordean las vías del ferrocarril, hace más de 60 años, el temor a ser desplazados ha acompañado a los vecinos del asentamiento La Mago. "Cuando nos vinimos con mis padres yo tenía 10 años. Siempre hemos vivido con el temor a ser corridos y con las promesas de los políticos de que nos iban a dar los títulos de propiedad. Ya nadie les cree, ni espera nada de ellos. Tampoco les tenemos tanto miedo como antes".

Doña María Pallares tiene 72 años y una memoria envidiable. Según cuenta, la suya fue la segunda familia que se asentó en esos terrenos. Ella se anima a hablar, a diferencia de sus vecinos, quienes apenas ven un auto, desaparecen. "Es que cada vez que viene alguien nos amenaza con desalojarnos, nunca son buenas noticias", se excusa una vecina. "Nos mudamos en la época en que Evita estaba enferma. Siempre cerca de las elecciones se acercaron a decirnos que nos iban a solucionar nuestra situación, pero eso nunca pasó. Ahora también se acercaron, pero nosotros ya sabemos que, cuando pasa la política, todo queda en la nada", continúa María, mientras algunos de sus nietos escuchan su relato.

Los vecinos de La Mago viven a pocas cuadras del gobernador, José Alperovich, en uno de los barrios más exclusivos de la capital. Pero las diferencias entre una y otra zona son abismales, más profundas incluso que el Canal Sur, donde algunas casas de La Mago depositan sus aguas servidas a través de conexiones clandestinas. Hace varios meses que ella no ve al gobernador en sus salidas a correr. "Se habrá cansado de que los vecinos le pidan tantas cosas, le entregaban muchas cartas y lo seguían. La cosa es que ya no se lo ve más", concluye.


Los márgenes plantean un doble desafío a la seguridad
Una constante que todos los vecinos que viven en los extremos de la ciudad señalan es la falta de seguridad. Asaltos con o sin armas, arrebatos y robos violentos forman parte de los relatos cotidianos y, por lo general, los vecinos los vinculan con asentamientos ilegales en las cercanías de los barrios. 

"Los límites de nuestra ciudad son cursos de agua, algunos naturales (el río Salí, al este) y otros artificiales (canales Norte y sur). En general, los bordes de esos cursos se corresponden con terrenos fiscales, los llamados caminos de sirga, necesarios para hacer mantenimiento. En esos terrenos es que se produjeron asentamientos, y por el tipo de lugar, es muy difícil hacer obras de infraestructura para mejorar la calidad de vida de esas personas", explicó Atilio Belloni, subsecretario de Obras Públicas municipal. 

El funcionario contrapuso esta realidad a la de otros asentamientos de la ciudad: "en el barrio Juan XXIII (La Bombilla), como en otros, se hicieron obras de infraestructura que favorecen la apertura del lugar y producen una mejora en el tema de seguridad. Pero en los caminos de sirga no se puede hacer lo mismo, por lo que lo ideal es el traslado de los asentamientos a terrenos aptos. Ya se hizo en algunos sectores, pero todavía falta", finalizó.

RECLAMOS SIN FIN

- Ladrones, ratas y cloacas.- El último tramo de la avenida Jujuy, a la altura del 4.500 en adelante, es una "trampa mortal" según algunos vecinos de la zona. Los vehículos pasan a toda velocidad y en horarios pico demoran hasta 20 minutos en cruzar la calle. "Además, pasa una acequia al borde de la Jujuy que por momentos se colapsa y lleva aguas cloacales", denunció la vecina Isabel de Alzogaray. Sin embargo, el mayor problema que sufren es el de la inseguridad. "En la zona hay dos escuelas, la Pantaleón Fernández y la Güemes. A casi todos los alumnos nos han asaltado alguna vez: nos roban los celulares o las netbooks que nos dio el Gobierno", aseguró Ivana del Campo, una estudiante de 15 años. Ella vive con sus padres frente a Campo Sur, donde padecen una compañía poco agradable: "ya nadie me quiere visitar porque hay ratas, pericotes, alacranes y víboras por todos lados. Salen del canal y nadie las controla", dijo su mamá, Beatriz Domínguez. 

- Autopista cortada.- La avenida de Circunvalación está cortada en el tramo comprendido entre las avenidas Gobernador del Campo y Benjamín Aráoz. Es por eso que el tránsito se desvía por su colectora oeste, la calle Alfredo Palacios, a lo largo de la cual hay viviendas y algunos negocios. El proyecto implica elevar la Circunvalación para que la calle Guatemala pase por debajo de la misma, y también mejorar el estado de la cinta asfáltica que se encontraba muy deteriorado. La incertidumbre indigna a los vecinos, que sostienen que nadie les informó qué están haciendo ahí ni les advirtió sobre los riesgos de derivar el tránsito pesado por la Alfredo Palacios.