Es carrero full time. Vive juntando y arrojando basura. Es decir, se mantiene con vida porque hace eso y no otra cosa. ¿Se entiende? Sus ingresos económicos dependen, en gran medida, de su cuestionada ocupación. Pero él está contento. Alguien le pagó $150 para que se deshiciera de un montón de escombros. Desconoce que puede recibir severas multas o que su marginada labor fomenta la contaminación ambiental. No sabe que pone en riesgo su propia salud, la de sus hijos y la de los ciudadanos. Su ignorancia intimida. Damián Sosa tiene 48 años y vive en el barrio Autopista Sur. El hombre de las mil y un changas se considera eficiente para la jardinería y la albañilería, pero el oficio que mejor desempeña es el de carrero. Y se nota.

"Tengo esposa y cuatro hijos. Dos varones y dos mujeres. Me levanto temprano, todas las mañanas, y salgo a dar vueltas con el carro", cuenta. Acaba de estacionar su vehículo de tracción a sangre entre la maleza salvaje que crece en Congreso al 1700. Allí, a la intemperie absoluta, crece un basural clandestino que da lástima. A Sosa, muy por el contrario, no se le mueve un pelo. Se escupe la palma de la mano, aferra la pala y empieza a "deshacerse" de los escombros que acaba de recoger a la vuelta de la esquina. "Un vecino me pidió que los tirara. No es basura", se defiende Sosa. Pero el cronista de LA GACETA advierte que entre los ladrillos y el cemento hay papeles, aerosoles, latas de conserva, etcétera. Basura, así de sencillo.

Según el carrero, un viaje con desechos vale $ 10. Ya hizo tres recorridos en lo que va del día, cuenta. Nadie se interpone en su camino y, con extrema naturalidad, arroja en el suelo, sobre escarpines olvidados y revistas viejas, su cuantiosa recolección. Un vecino que vive en la misma manzana, en 9 de Julio, entre Lavaisse y Malabia, lo invitó a terminar "el trabajo sucio" y luego de ofrecerle un par de billetes le pidió que se marchara con la basura. Sosa, pícaro y ágil carrero, no tuvo mejor idea que arrojar los desperdicios detrás de la casa de su cliente, donde está el vaciadero. "La Policía me frena seguido. Me preguntan a dónde voy. No me prohiben tirar escombros, pero sí basura. Y soy un tipo tranquilo, nunca amenacé a nadie", afirma. María, la potranca que mueve el carro en el que Sosa se desplaza por las calles de la ciudad, es -aclara- la mejor compañía que puede tener. "Tengo que trabajar. Mi familia necesita comer. Es la primera vez que vengo aquí", dice, y continúa vaciando el carro.

Su polémico oficio empezó hace muchos años atrás. "Antes trabajaba en una empresa de construcción, pero me despidieron y no me indemnizaron. Por eso empecé con esto", asegura Sosa. Vuelve a escupir la palma de su mano, arroja la pala en el carro vacío, acaricia a María y se despide en busca de otro vecino desaprensivo que solicite su servicio "privado de recolección".