Papá Noel, el Niño Dios, los Reyes Magos, son mitos trasmitidos de generación en generación y en distintas culturas, cada una con sus características particulares. Un mito es una historia construida desde el imaginario social para poner en palabras lo imposible de decir. Los mitos explican el origen de la vida, la muerte, el nacimiento Dios, el sentido de las cosas y la razón de ser. Como ordenadores culturales, son formas lúdicas de crear subjetividad y ley. Papá Noel por ejemplo, mito nórdico que fue tomado por el cristianismo y asociado al nacimiento de Jesús, constituye una historia ficcional, en la cual se representa a un padre todopoderoso, omnipresente, bondadoso, que cumple los deseos de sus hijos buenos, y en tanto tal es fuente de valores, creencias, reglas, control social, siguiendo el estilo que impone cada tiempo. Lo que originariamente eran ofrendas de dulces y chocolates que traía su trineo, en la actualidad fue tomado por la lógica consumista, y asociado al mercado con presentes que ya no produce Noel en su fábrica del polo norte, sino debe buscarlos por los mejores shoppings. Creer en Papa Noel es también jugar las reglas del mercado.

El mito instaura una forma de ser en el lazo actual del mundo. Creer en el cuento, es aceptar la forma de un mundo, inventar su magia y soportar lo descarnado de su verdad.

Vivimos de mitos. Niños y adultos los necesitamos. El padre potente perdido de la infancia, vuelve en la adultez como Dios en los cielos. Por tanto, la ilusión sostenida en los Reyes Magos y Papá Noel, es ínfima y necesaria. Lo que produce angustia en el niño no son los mitos que suelen contar los padres, sino el engaño del adulto que simula estar diciendo la verdad. Mientras el niño es pequeño (hasta los 5 años, más o menos) entiende al mundo desde un pensamiento mágico, animista. A medida que crece, irá pasando hacia un pensamiento más realista, objetivo y lógico, y gradualmente se irá edificando el descubrimiento de la realidad. Es cuando los padres deben acompañar a sus hijos al descubrimiento, que significará casi siempre una decepción, una frustración, un dolor, pero a la vez un crecimiento. No se trata de edades absolutas, sino de momentos lógicos que se dan en la vida de los niños.

Muchos padres, por temor a generar este sufrimiento en el niño, o para no sufrir ellos por la infancia perdida de sus hijos, congelan al niño en una posición mágica e infantil, prorrogando el conocimiento de la verdad, dejando ahora si al niño sin defensas.

Lo que perjudica al niño no es el mito de Papá Noel (sugiere fantasías, despliega la imaginación, favorece lo lúdico y la socialización), sino la dificultad de los padres para acompañar en el momento del descubrimiento. Los padres muchas veces demoran la adolescencia del niño pues velan su propio desengaño. Lo traumático no es el descubrimiento de la mentira del mito, sino el descubrimiento lo que de este han callado los adultos. Los adultos callamos la muerte. La sentencia suprema de esa frase que llega algún día "Papá Noel son los padres", o la evidencia fáctica del pastito tirado en la basura de camellos que nunca comieron ni llegaron, son momentos de clivaje, que cierran un mundo y abren otro. Allí, un padre de carne y hueso es preciso. Aquel que marca el camino, acompaña, y une un deseo (ahora nuevo) a la ley del mundo. Ojalá cada Navidad se descubra en Papá Noel a un papá, que si es así, el llanto vale la pena. Un padre al menos existe, que no es poco.