"Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad", le gritaba el general romano Maximus a sus tropas antes de la batalla en la premiada película "Gladiador". Semejante diatriba no es más que una de las definiciones de karma, término derivado del sánscrito que significa "acción" o "trabajo", y que luego comenzó a utilizarse como sinónimo de destino; un destino generado por nuestras mismas acciones.

Esta cuestión del karma ha sido objeto de gran preocupación por parte de los filósofos. Una teoría occidental sostiene que cuando nacemos nuestras vidas son como una hoja de papel en blanco y que a medida que crecemos la vamos llenando. Es decir que cada vida se desarrolla como resultado de su entorno y de las fuerzas que actúan en él: "yo soy yo y mi circunstancia", decía Ortega y Gasset.

El budismo, sin embargo, enseña que la vida es eterna y que hemos vivido incontables vidas hasta hoy. Esto implica que no nacemos como hojas en blanco, sino como páginas con incontables impresiones hechas con anterioridad. De acuerdo con el budismo, la vida existe en el cosmos por siempre; algunas veces es manifiesta y otras es latente.

De acuerdo con las leyes del karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores. Es una creencia central en las doctrinas del budismo, el hinduismo, el yainismo, el ayyavazhi y el espiritismo.

Aunque estas religiones expresan diferencias en el significado mismo de la palabra karma, tienen una base común de interpretación. Generalmente el karma se interpreta como una ley cósmica de retribución, o de causa y efecto. Algo que Jesús planteó con su famosa frase "el que siembra, cosecha". Así, el karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas o malas realizadas en el pasado más o menos inmediato. Según el hinduismo, la reacción correspondiente es generada por el dios Iama, en cambio en el budismo y el yainismo -donde no existe ningún dios controlador- esa reacción es generada como una ley de la Naturaleza (como la gravedad, que no tiene ningún dios asociado).