La palabra karma, en sánscrito, significa "trabajo". Esta palabra en un contexto psicofilosófico está asociada a la tercera ley de Newton sobre la termodinámica, que sostiene que a toda acción le sucede una reacción. En occidente el karma tiene un tinte peyorativo: a menudo se piensa que es un suceso del destino que nos genera dolor y sufrimiento. Al mismo tiempo, se lo ve como un inexorable: nada se puede hacer una vez que se libera en contra de uno. Sin embargo, en los países asiáticos, no tiene el sentido que le damos nosotros. El karma es un devenir de la existencia asociado a interminables hechos causales. Es uno de los mecanismos universales donde por la acción y reacción recíproca se libera energía en pro de la evolución. El karma no es una fuerza ciega cuya función es aniquilar o destruir. Por el contrario, es una sinergía de carácter expansivo que sostiene y expande la creación. Al karma se lo puede analizar desde tres aspectos: como el karma en estado genérico, como vikarma o reacción antagónica y como akarma (es decir sin karma), que en realidad es la reactividad pura de las fuerzas universales en gestación hacia un estado más trascendente. Quien practica meditación promueve el akarma, ya que acelera su evolución, escalando más eficazmente los estados más elevados de conciencia, donde las cualidades y energías más sutiles están fuera de los niveles densos de la ley vikarma. El karma es la tierra fértil donde se desarrolla el psiquismo; donde, por la contradicción, las antípodas y los antagonismos se mueven los potenciales. Así, por la lucha dual del pensamiento vamos subiendo a la trascendencia o unidad cósmica.