-¿Cómo llegaste a publicar en Emecé?
-La editorial estaba armando una colección de cuentistas jóvenes, habían leído algunos de mis cuentos y me invitaron a participar en la colección.

-En muchos de tus cuentos aparece Córdoba como trasfondo. ¿Cuánto crees que influye en tu escritura el hecho de ser un escritor del interior?

-Uno es de donde es y eso inevitablemente se cuela en la escritura. Mi cotidianeidad, mi vida social, mis amigos y mi trabajo están en Córdoba. Tengo la sensación de que la escritura siempre surge de una serie de adhesiones o diferenciaciones respecto a otras escrituras, a otros escritores. En ese sentido, tal vez todo autor responda con su obra a un determinado campo literario. En ese sentido, las problemáticas que me interesan están profundamente influenciadas por las problemáticas del campo literario cordobés. Por otro lado, mucha de la materia prima de mis cuentos surge del día a día, de cosas que veo, que me cuentan, que escucho. Podría borrar esas marcas, no ubicar geográficamente el relato pero me gusta que el lector pueda contrastar la lectura con sus conocimientos de la ciudad. La Córdoba que escribo es una ciudad inventada, basada en la real, pero deformada, cambiada. Mi intención es que cuando un lector cordobés lea el texto, siempre haya algo que le haga ruido, que contradiga su propia experiencia. Me interesa particularmente esto porque creo que la literatura poco a poco ha perdido sus marcas más "literarias", el placer que proviene de saber que estamos leyendo un artificio, una construcción. Intento que esos ruidos en el texto llamen la atención sobre el lector y le advierten, una y otra vez, que el texto es una construcción que no busca plantearse como verdadera.

-Hiciste videos y escribiste una obra de teatro. ¿Cómo marcaron estas experiencias a tu literatura?
-Mi formación original fue en las Ciencias de la Comunicación, que es una carrera muy amplia y con muchos frentes. Para mi eso fue una suerte porque pude diversificar mis intereses, explorar varias áreas. Así, a la par de la escritura, trabajé en videoarte y también en las cátedras de Arte Contemporáneo. Esas experiencias me dieron armas para pensar lo literario con otros parámetros, mirándolo desde otros lugares. Por otro lado, siempre me gustó mucho el teatro y en algunas épocas participé de talleres y llegué a actuar muy brevemente. Varios de mis amigos son actores o directores y gracias a ellos desembarqué en la dramaturgia. Ver cómo, poco a poco, la obra se va armando, ver a los personajes tomar cuerpo, a los actores apropiarse de ellos, fue sumamente interesante y, por momentos, también sumamente perturbador. La obra cobró vida y se transformó siguiendo sus propias reglas. Para mi fue la posibilidad de aprender un nuevo método de trabajo, más ligado al azar, a la contingencia, al trabajar con los pocos elementos y presupuestos que se puedan conseguir. Esas limitaciones exigen que uno sea todo el tiempo inventivo y que tome más riesgos y explore zonas nuevas. También, fue la experiencia de no trabajar en solitario, de compartir mucho más el texto. Me encantaría reincidir en el teatro.

-¿Cuán vivo crees que está el cuento hoy en la Argentina?
-Yo creo que en la Argentina el cuento siempre goza de muy buena salud. La argentina es una de las literaturas hispanoamericanas con mayor tradición cuentística, con grandes cuentistas, con un público acostumbrado a leer cuentos y con camadas de cuentistas que se suceden unas a otras. El problema, tal vez, sea convencer a los editores para que los publiquen. El cuento sufre, creo, de una etiqueta prejuiciosa. Alguien comenzó a decir que "no vende" y, desde entonces la frase se ha vuelto un lugar común. Hace unos años las editoriales casi no publicaban cuentos. Sin embargo, desde hace un tiempo, el cuento no sólo encuentra su camino en pequeñas editoriales independientes, sino también en editoriales independientes más consolidadas y de mayor envergadura y también en las editoriales grandes. Ojalá ese movimiento siga consolidándose y adquiera cada vez mayor visibilidad. © LA GACETA