Sin caridad pierde consistencia cualquier tipo de relación nuestra con Dios, no tiene sentido ni una sola de las leyes del Señor.

Los escribas y fariseos poseían una mentalidad legalista que les hacía por un lado atenerse a la letra de la Ley, y por otro perderse en interpretaciones a veces minuciosas y abusivas de la misma, que dieron lugar a cientos de preceptos y prohibiciones. Pero frente a tantos preceptos y normas impuestos por ellos sintieron la necesidad de establecer una jerarquía de normas. De ahí la pregunta que el fariseo dirige a Jesús, sin que ahora nos importe su intención: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" La respuesta debe ceñirse a los términos y limitaciones de la pregunta; Cristo ha de emplear palabras de la Ley, y las toma de dos libros del AT (Dt 6,5; Lev 19,18): "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El domingo pasado veíamos cómo deriva del amor a Dios el cumplimiento de nuestros deberes cívicos ("dad al César..."). Hoy nos enseña Jesús que el amor a Dios con todo nuestro ser funda y causa el amor al prójimo, pues une estos dos preceptos y los llama "semejantes". De modo que "si alguno dijere que ama a Dios pero no ama a su hermano, miente" (1 Jn 4,20); y quien diga amar al prójimo sin un motivo sobrenatural se verá limitado por la naturaleza: sólo amará a quien le resulte simpático, a quien congenie con él o le produzca algún beneficio. Pero hay más. El amor no es sólo el primer mandamiento de la Ley, sino también compendio y resumen de todos sus preceptos: "Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Ev.). En efecto, Dios es amor, y crea todos los seres y los cuida por amor. El amor es, pues, el "clima" de la vida de Dios, y en consecuencia el clima en que debe desarrollarse nuestra vida, "porque en él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28).

En consecuencia, todos los demás mandamientos y preceptos encuentran su sentido último en la "ley" del amor; y nuestras acciones valen en tanto que acrecienten en nosotros el amor con obras a Dios y al prójimo por Él.