Entre los testimonios personales sobre el general Manuel Belgrano, es de cita obligada el de José Celedonio Balbín. Lo confió en dos cartas escritas en 1860 al general Bartolomé Mitre. Dice que "era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba; tenía una fístula bajo un ojo (que no lo desfiguraba porque era casi imperceptible); su cara era más bien de alemán que de porteño; no se le podía acompañar por la calle porque su andar era casi corriendo".
Bernardo Lozier Almazán, en "Anales" del Instituto Nacional Belgraniano, aporta datos sobre Balbín. Informa que era nacido en Buenos Aires, el 2 de marzo de 1794, hijo del asturiano Lázaro Balbín en sus segundas nupcias con Rosalía Josefa Gómez Cueli, porteña de vieja raíz. Los negocios lo llevaron al Alto Perú, y se hizo amigo de Belgrano, entonces jefe del Ejército, en Tucumán. Anudaron buena relación. El general, cuenta, "pronto me dispensó su amistad llamándome siempre 'mi amigo Balbín".
La relación se hizo más asidua en 1819, cuando Belgrano dejó el ejército y regresó, ya enfermo, a Tucumán. Con frecuencia Balbín lo visitaba y, sabedor de sus apuros económicos, le ofreció costear el viaje a Buenos Aires, donde el general tenía esperanzas de curarse. Le entregó 2.500 pesos, suma que permitió el penoso traslado, en marzo de 1820.
Balbín iba a verlo en sus últimos días, y Belgrano le dijo: "muero tan pobre que no tengo cómo pagarle el dinero que usted me tiene prestado, pero no lo perderá usted". Así, consignó la deuda en su testamento, y al año de la muerte del prócer, Balbín cobró aquel préstamo hecho en Tucumán en 1819.