La final del Clausura se jugó durante 120 minutos y una tanda de penales, pero también se disputó en otro terreno. En los pasillos del Madre de Ciudades, en las rutas interminables, en las estaciones de servicio y en la garganta de los hinchas. Allí, lejos del césped, se expresó con fuerza el descontento de Estudiantes con la AFA y, puntualmente, con Claudio “Chiqui” Tapia. Una tensión que atravesó la jornada y encontró distintas formas de manifestarse.
El primer síntoma fue sonoro. Dentro y fuera del estadio, el cántico “Chiqui Tapia botón” se repitió como un mantra, sin necesidad de coordinación ni banderas. Las voces brotaban desde las filas para ingresar, desde los accesos laterales, desde los grupos que se refugiaban del calor bajo cualquier sombra posible. El malestar no fue exclusivo de Estudiantes: en la previa, en una estación de servicio cercana al estadio, un grupo de hinchas de Racing entonó la misma canción, con euforia y risas, mientras se preparaban para la final dentro de un bar. Ya dentro del Madre de Ciudades, sin embargo, la “Academia” eligió el silencio institucional: no hubo expresiones contra el mandamás de la AFA desde sus tribunas.
La figura de Juan Sebastián Verón fue otro símbolo potente de la jornada. Sancionado por seis meses tras el espaldarazo frente a Rosario Central -una decisión política tomada luego de que los rosarinos fueran confirmados campeones de la Liga 2025 al finalizar la fase regular-, el presidente del “Pincha” eligió un lugar poco habitual para un dirigente. Se ubicó en la platea baja oeste, rodeado de hinchas, sin palco ni privilegios. Desde allí alentó, cantó, sufrió y festejó como uno más. Y cuando todo terminó, cuando los penales desataron la locura, los jugadores se acercaron a ese sector y le ofrecieron el trofeo del Clausura, en un gesto cargado de significado. No fue un protocolo: fue un agradecimiento.
Durante la ceremonia de premiación también hubo un momento de tensión fuera del foco principal. Integrantes del cuerpo técnico de Estudiantes protagonizaron un encontronazo con la seguridad del estadio cuando intentaron acceder al vestuario para dejar una serie de equipos y pertenencias del plantel. El personal les negó el ingreso y explicó que la orden era no permitir el acceso hasta que Claudio “Chiqui” Tapia se retirara del estadio. El episodio generó malestar y discusiones en una zona ya cargada de nerviosismo, y volvió a dejar expuesta la tirantez existente entre el club y las autoridades de la AFA, incluso en el instante que debía ser exclusivamente de festejo.
Los hinchas
Entre los miles de viajes que confluyeron en Santiago del Estero estuvo el de Marta Seminara. Tiene 76 años, es platense y fanática de Estudiantes desde siempre. Viajó junto a su hijo, Sebastián Galeotti, con la ilusión intacta, pero también con la experiencia de quien ya había estado allí: era su segunda visita a la provincia. Sin embargo, esta vez el recorrido estuvo lejos de ser una fiesta. Ambos coincidieron en que los controles fueron excesivos y humillantes.
“Horribles los controles. Entiendo que hay un micro con la barra brava, pero los policías saben cuáles son. ¿Nosotros tenemos cara de barras? Venimos familias, gente mayor… No me gustó el trato”, reclamó Marta. La escena se repitió una y otra vez en la ruta. “En todos los puestos se subía la Gendarmería a revisarnos, con pistolas enormes. Me sentía una traficante de armas”, contó, todavía sorprendida.
Sebastián amplió esa mirada y apuntó a una desorganización general. “Nos encanta Santiago. Ya vinimos y nos trataron perfecto. Pero ahora nos están faltando el respeto. Tardamos un montón de horas, no hay lugar para alojarnos; el martes ya se había agotado todo. Es una desorganización total”, explicó. El plan original era parar en un camping, pero tampoco funcionó. “Cuando llegamos, nos dijeron que no porque no esperaban tanta gente. Recién a las seis de la tarde nos trajeron acá para que pudiéramos almorzar. Algo no está funcionando bien”, lamentó.
Pablo Sueldo también llegó a Santiago con el cuerpo cansado y la convicción intacta. Viajó en colectivo para acompañar al “Pincha” en una parada histórica, aun sabiendo que el trayecto sería duro. En su espalda lleva tatuado el rostro de Juan Sebastián Verón, una marca definitiva que explica su manera de sentir el club. Desde ese lugar opina sin rodeos sobre el conflicto con la AFA. “Siempre tuvimos una guerra con la AFA. Estudiantes siempre estuvo en contra de todos. Y ahora que la ‘Bruja’ está con eso, lo vamos a bancar a muerte”, dice, convencido de que esa postura forma parte de la identidad pincharrata.
El viaje fue tan largo como desgastante. Salieron a las 22 y recién llegaron a las 18 del día siguiente. “Fue pesadísimo. Nos pararon en todas partes, nos requisaron un montón de veces, nos sacaron de todo. La pasamos muy mal”, relata. El calor fue otro enemigo constante. “Había mucha gente con nenes sofocados, con problemas por el calor. La verdad, una vergüenza esta movilización hasta Santiago del Estero”.
La final dejó una estrella más para Estudiantes, pero también una postal incómoda del fútbol argentino. En la ruta, en la tribuna y en la platea, la tensión entre un club y el poder volvió a quedar expuesta. Y aunque el trofeo terminó levantándose, el ruido de fondo sigue viajando. Como los hinchas. Como la bronca. Como la historia que Estudiantes nunca dejó de escribir, incluso cuando todo parece jugarse lejos de la cancha.