El mercado de la cerveza artesanal atraviesa uno de sus momentos más desafiantes desde el boom que la llevó a ocupar bares, terrazas y ferias en toda Argentina. La Cámara de la Industria Cervecera estima que el consumo cayó entre un 30% y un 40% en el último año, arrastrado por la crisis económica, el aumento de costos, la devaluación y la pérdida del poder adquisitivo. Las ventas, que habían alcanzado cifras récord en 2019, no lograron recuperar los niveles previos a la pandemia.

En Tucumán, donde florecieron pequeñas fábricas durante años anteriores, la realidad también cambió. Hay menos productores, menos inversión y más dificultades para subsistir en un mercado que volvió a achicarse.

Pero lejos de darlo por perdido, quienes siguen en pie confían en que la cultura cervecera -esa que sobrevivió a la moda- se mantendrá gracias a la calidad, el vínculo con el consumidor y la identidad local.

Más allá de la tendencia

Agustín Paz, uno de los fundadores de Walnuss, lo resume así: “Antes de la pandemia hubo una explosión de este mercado y aparecían cervecerías por todos lados. Después se frenó todo. Muchos abrieron y cerraron en el mismo año. Otros quedaron a media máquina. Ahora lo que quedó es un nicho más consolidado. Gente que conoció la cerveza artesanal y se quedó por la buena experiencia”.

Walnuss nació como una cochera vacía que hoy es fábrica, taproom, cocina y espacio de formación. Pero pasó de producir más de 10.000 litros a cerca de 6.000. Parte de su estrategia para resistir fue abrir sus puertas y mostrar el proceso completo. “Queremos que la gente entienda que esto no es ‘un par de locos revolviendo una cuchara’, sino un proceso profesional que puede competir a nivel internacional”, explica Paz.

También insisten en que la clave para no desaparecer es seguir formándose y reinventarse. “Si te dormís, el mundo avanza igual. La pyme argentina es creativa por naturaleza; en cualquier rubro tenés que reinventarte todos los días”, reflexiona.

Vocación y resistencia

La situación es especialmente compleja para quienes producen en pequeña escala. Carlos Arcuri, responsable de Cerveza Arcuri, lo vive de primera mano: “Mi fábrica es artesanal porque la hago yo solo. No tengo empleados. Eso es lo artesanal de verdad”. Pero reconoce que ese modelo hoy es prácticamente inviable en la ciudad. “Para vender necesitás un bar o un local, y eso es muy difícil de sostener”, dice.

Por eso decidió mudarse a Alpachiri, en el sur tucumano, en la búsqueda de un contexto más amable. “En su momento muchos creyeron que se podía vivir de esto. Pero sin infraestructura grande no funciona como negocio. Los chicos terminamos autoabasteciéndonos y vendiendo de vez en cuando”, indica.

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Aun así, Arcuri defiende el valor cultural y alimenticio de la cerveza artesanal y cree que sigue habiendo un público fiel. “La humanidad toma cerveza hace miles de años. El tucumano también. Y siempre va a haber lugar para algo hecho con dedicación”, remarca.

Boann: identidad propia

En Tafí Viejo, la cervecería Boann también apostó por un modelo de producción y gastronomía integrada. Uno de sus dueños, Gerardo Gennari, comenta que el crecimiento fue lento pero constante. “Todavía hay mucho desconocimiento sobre lo que es la cerveza artesanal. Culturalmente estamos muy acostumbrados a la industrial, que además tiene algunas ‘jugadas’, como la cerveza bajo cero, que te anestesia las papilas. Con la artesanal, cuando conocés los estilos, cambia todo”, sostiene.

Su estilo insignia es la honey, elaborada con miel local: “Es bien tucumana. Las mieles de acá te dan aromas que no encontrás en cualquier lado”. Además, en su local se sumó comida, lo que terminó potenciado la propuesta con pizzas, calzones y picadas con tigeles italianos. “Hoy es clave tener un estilo propio”, señala.

En cuanto al paladar cervecero tucumano, Gennari sostiene que predominan los sabores suaves y dulces, algo que influye en la oferta. También coincide en otro punto: el verano aún es el motor de ventas, pero los vaivenes económicos pesan. “Durante las elecciones bajó muchísimo el consumo. Ahora empieza a reactivarse de a poco”, analiza.

Otros actores

Para Tito Lamas, bartender y amante de la birra, la cerveza artesanal tiene además un valor pedagógico. “No es sólo beberla. Aprendés estilos, perfiles. Siempre digo que el que dice que no le gusta la cerveza es porque todavía no encontró su estilo”, asevera.

Lamas agrega que muchos clientes que rechazan las IPA quedan encantados cuando prueban una APA frutal. “El mango, la maracuyá, eso lo da el lúpulo. Y ahí se sorprenden”, detalla.

Los testimonios de consumidores tucumanos muestran que, a pesar de la caída general, la cerveza artesanal conserva distintos públicos.

Mientras unos se mueven por estaciones, otros la buscan sólo en verano, como “sinónimo de vacaciones” o de terrazas con amigas.

En un mercado contraído, estos nichos se vuelven clave para sostener a un sector que hoy necesita reinventarse, fidelizar y ofrecer experiencias para sobrevivir.