La visita de Tucumán Central a Graneros no fue un partido más. Fue una tarde cargada de recuerdos, tensiones viejas y heridas aún abiertas desde aquella semifinal de la Liga Tucumana que terminó en escándalo y dejó una huella difícil de borrar. Esta vez, el contexto era otro -la fecha 5 del Regional Federal Amateur-, pero el ambiente conservaba el eco de aquel episodio que había modificado la relación entre ambos clubes.

La delegación del “Rojo” llegó temprano al complejo Bernabé Alzabé. Los dirigentes Juan Luján y Alberto Barraza encabezaron el grupo, acompañados por José Peralta, identificado como colaborador del club. Apenas bajaron del colectivo, se ubicaron detrás del arco que da a la pileta del predio, en una zona relativamente protegida y con buen campo visual del partido. Pero no estaban solos. Lo que más llamó la atención fue la presencia de la infantería de la Unidad Regional Capital, que escoltó al plantel tanto en el ingreso como en la salida. El operativo de seguridad, amplio y llamativo para un partido de fase de grupos, dejó claro que nadie quería repetir viejos capítulos.

Desde el inicio, la tensión se sintió. No era un partido normal. Cada pelota dividida tenía un peso emocional extra. A los 12 minutos, Bruno Medina recibió una infracción al borde del área y la jugada detonó una fuerte discusión entre el cuerpo técnico de Tucumán Central y el árbitro Rodrigo Ballestero. En simultáneo, la hinchada del “Cocodrilo” encendió aún más el clima con insultos dirigidos a Walter Arrieta, recordándole la polémica final contra Concepción FC. “A nosotros no nos van a hacer lo mismo que a Concepción. A nosotros no nos van a robar”, se escuchó repetidamente desde la tribuna local. Incluso, algunos proyectiles fueron arrojados hacia el banco visitante, sin llegar a impactar.

También dentro de la cancha hubo roces. Empujones, protestas, miradas desafiantes. La semifinal perdida seguía siendo un fantasma que aparecía en cada choque. Sin embargo, los jugadores comprendieron que no podían permitir que todo escalara: Ballestero dejó correr y no profundizó las sanciones. Y, con el paso de los minutos, la tensión comenzó a bajar.

El quiebre emocional llegó con el gol de Felipe Estrada, que puso el 1-0 para el “Rojo”. El festejo fue ruidoso de un lado y furioso del otro. La barra de Graneros reaccionó con enojo y lanzó algunos objetos hacia el campo, aunque ninguno impactó en los futbolistas. Más allá de ese momento puntual, el partido continuó con relativa normalidad.

Dentro del campo, Tucumán Central se mostró firme, sólido y concentrado. Así lo resumió el capitán, Franco Barrera. “Muy buen partido grupal. Este resultado calla muchas bocas… ¿Ahora qué van a decir? Ganamos. Estuvimos muy firmes en la marca aérea en los últimos minutos, cuando ellos tiraban centros. Vale tres puntos: es partido a partido. El domingo tenemos que ganar si queremos la clasificación”, dijo.

En el lado local, la mayoría de los jugadores de Graneros evitó referirse a los conflictos pasados. Sabían que cualquier palabra podría reavivar viejos fuegos.

El final del encuentro tuvo dos imágenes opuestas: los futbolistas de Graneros, agotados y frustrados, quedaron tendidos en el césped; los de Tucumán Central, abrazados, celebraban un triunfo que representaba mucho más que tres puntos.

Después del festejo, todo sucedió rápido. En menos de 20 minutos, el plantel visitante ya estaba arriba del colectivo. La Policía cerró el portón de salida para evitar cualquier cruce con la hinchada local y formó un pasillo humano, con escudos en alto, para garantizar que nadie interfiriera.

Fue una tarde intensa, vigilada y cargada de simbolismo. Tucumán Central jugó, ganó y salió sin sobresaltos. Una página más en una rivalidad que sigue escribiéndose con tensión y memoria.