Cuando el silbato final sonó en el “Serpentario” y el marcador decretó el fin de una espera de 10 años, Hernán Macome se abrazó a su staff y no pudo contener las lágrimas. No eran solo lágrimas de campeón, sino de herencia, de historia y de amor por un club que lleva en el ADN. Detrás de ese trofeo del Regional del NOA hay una vida entera construida entre los recuerdos de un apellido que se volvió sinónimo de Tucumán Rugby.

La historia de los Macome con el club empieza con su padre, quien en los años 80 dejó Buenos Aires para instalarse con su familia en Yerba Buena. “Mi papá llegó a Tucumán a principios de los 80’s, se había mudado y buscó un club para que juguemos al rugby. Nosotros éramos chicos, pero mis hermanos ya jugaban en Regatas de Bella Vista, en Buenos Aires, junto con mis primos Camerlinckx, que eran 14 y todos jugaban”, recuerda Hernán.

“Cuando se vino, encontró a Tucumán Rugby, que quedaba cerca, y nos llevó. Desde ahí no nos fuimos más”, indicó.

Su padre no solo acompañó desde las tribunas: fue parte del crecimiento físico y espiritual del club. “Trabajó ayudando a armar los primeros ‘Vecos’, allá por el 87’. Viajaba con la Primera, se metía en todo. Nosotros éramos chicos, pero lo veíamos vivir el club. Y cuando ves a tu papá así, te encariñás. Algunos dicen que el club es la segunda casa, pero para nosotros fue la primera”, explicó.

Lazos familiares

En la familia Macome, el rugby y el hockey son una religión compartida. “Todos jugamos al rugby o al hockey en algún momento”, cuenta Hernán. “Mis hermanos mayores, Juan, Agustín, Marcos, todos pasaron por el club. Agustín jugó en los Pumitas en el 86’ y jugó con Los Pumas en el 90’. Y Benjamín, el más chico, siempre muy metido en el club”, señaló.

El legado se amplió con la siguiente generación. “Ahora están mis sobrinos: los Pascales, que jugaron mucho en Primera este año; y en juveniles hay un montón de sobrinos y sobrinas. Es impresionante la cantidad de Macome que están involucrados. Seguimos multiplicando el apellido en el club”, explicó.

Incluso en el hockey, el apellido Macome dejó huella. “Mi hermana Lucía fue gran jugadora hasta que decidió hacerse monja. Pero también dejó su marca. Al final, todos fuimos parte de Tucumán Rugby de alguna manera”, reveló.

Confianza

Hernán se formó dentro del club y, como muchos, su vida deportiva estuvo marcada por los altibajos del amateurismo. “Dejé de jugar a los 31 porque me corté los ligamentos, pero ya había empezado a entrenar a los 19. En el 2011 dirigí intermedia”, dijo.  En 2006, integró el plantel que se consagró campeón del Regional del NOA y jugó la final del Nacional de Clubes contra La Plata RC en 2007.

Después vinieron los años duros: derrotas en finales, frustraciones y la tentación de bajar los brazos. “Tuve momentos difíciles, de pensar en dejar, pero seguí. Siempre fui de golpearme y seguir para adelante. Este título es un premio a todo ese esfuerzo, a corregir errores, a crecer. Es un premio también para los planteles anteriores, porque Tucumán Rugby siempre fue protagonista, aunque no se nos diera”, indicó.

Emoción

Por eso, cuando el equipo levantó la copa, las lágrimas de Hernán fueron también las de su padre, sus hermanos y sus sobrinos. “Fue más alegría que desahogo. Es saber que uno sigue manteniendo viva una historia. Que el club sigue en lo más alto, que los chicos entendieron el valor del esfuerzo, del compromiso, del ejemplo.”

Hernán no se siente un jefe, sino parte de un proceso colectivo. “Hoy los jugadores tienen tanto conocimiento como los entrenadores. Ya no se trata de mandar, sino de construir juntos. Mi rol es acompañar, enseñar valores y mantener viva una forma: pasión, entrega, esfuerzo. Eso no cambia”, explicó.

El futuro

El título tiene también una carga de responsabilidad: Tucumán Rugby será el único equipo del NOA que dispute el Torneo del Interior A. “Es un desafío enorme. Este año jugamos el Interior B con la meta de salir campeones, y lo hicimos. Ahora toca jugar a full. Necesitamos muchos jugadores porque se superponen torneos, pero el objetivo es siempre el mismo: poner al club en lo más alto”, explicó.

Mientras habla, a Hernán se le ilumina la mirada. No habla de trofeos, sino de pertenencia. “Paso más tiempo despierto en el club que en mi casa. Me dio todo: amigos, viajes, oportunidades. Lo mínimo que puedo hacer es devolver algo”, dijo.

En el fondo, el campeonato no es solo una copa más en las vitrinas. Es el cierre -y a la vez, la continuidad- de una historia que comenzó hace más de cuatro décadas, cuando un padre buscó un club para que sus hijos jugaran al rugby y encontró, sin saberlo, el hogar eterno de una familia. Una familia que, cada vez que viste el verde y negro, honra el mismo juramento: que Tucumán Rugby no se juega, se vive.