La psicología analiza cada aspecto del comportamiento humano, y en ese entramado, la familia ocupa un lugar central. La manera en que un niño crece, aprende a decidir y se relaciona con el mundo depende, en buena medida, del estilo de crianza que recibe. Y aunque nadie nace sabiendo cómo criar, la ciencia ofrece pistas sobre qué prácticas pueden afectar negativamente el desarrollo infantil.

Uno de los casos más frecuentes es el de las madres sobreprotectoras: aquellas que, movidas por el amor y el deseo de cuidar, interpretan que cuanto más control y atención brinden, mejor será la vida de sus hijos. Sin embargo, los especialistas advierten que todo cuidado necesita límites, porque criar también implica preparar para los desafíos y no sólo evitarlos.

La psicología explica que la sobreprotección no surge del control, sino del miedo. Muchas madres buscan impedir que sus hijos sufran lo que ellas sufrieron o se enfrenten a un mundo que perciben cada vez más incierto. En esa intención, comienzan a anticiparse a cada dificultad: resuelven antes de que surja el problema, previenen el error y convierten el “cuidar” en una forma de evitar cualquier dolor posible. Pero, al proteger del malestar, también bloquean el aprendizaje emocional que se obtiene al atravesarlo.

Un estudio de la Universidad de Virginia (Estados Unidos) reveló que los niños cuyos padres ejercen un control excesivo tienden a mostrar más dificultades en tareas que requieren asertividad, independencia y autonomía. En tanto, la sociedad actual refuerza ese patrón. La sobreinformación, la ansiedad colectiva y las redes sociales -que exhiben modelos de maternidad perfecta- alimentan la idea de que ser una “buena madre” implica anticiparse a todo. Así, la sobreprotección se convierte en una respuesta automática ante la inseguridad adulta, aunque el efecto sea paradójico: al intentar evitarles el miedo, se les enseña a temer.

Evidencias recientes lo confirman. Un estudio publicado por BioMed Central en 2025 demostró que el estilo de crianza sobreprotectora incrementa el riesgo de ansiedad académica entre los estudiantes de secundaria. En la misma línea, una investigación difundida en SpringerLink en 2024 señaló que la sobreprotección parental y la falta de promoción de la autonomía están asociadas con síntomas y trastornos de ansiedad infantil.

Los expertos advierten que el cuidado genuino, cuando sobrepasa los límites, se transforma en un obstáculo. Supervisar cada paso del hijo, evitar que enfrente retos o errores, controlar amistades o planificar todo lo que “podría salir mal” son ejemplos cotidianos de sobreprotección. Aunque esas conductas nacen del amor, a largo plazo pueden generar más daño que bienestar: los niños crecen con mayor ansiedad, poca resiliencia, dependencia emocional y escasa confianza en sus propias decisiones.

Para promover un desarrollo saludable, los psicólogos coinciden en la importancia de equilibrar el cuidado con la autonomía. Establecer límites, permitir que el niño experimente el fracaso y se recupere de él, y alentarlo a enfrentar desafíos moderados son claves para fortalecer la confianza y la resiliencia. En palabras de los especialistas, es en esos errores seguros donde se aprende a crecer, adaptarse y descubrir el propio potencial. En cambio, cuando la protección es constante, el niño pierde la oportunidad de conocerse y de forjar la seguridad que necesita para la vida adulta.