ENSAYO: UNA ARGENTINA A MEDIAS / JULIO SAGUIR - (Eudeba – Buenos Aires)
Las naciones no nacen: se hacen. Y esa hechura no sólo es prolongada: a veces es inacabable. Por caso, no hubo tal cosa como la “Nación Argentina” el 25 de Mayo de 1810. Ni tampoco el 9 de Julio de 1816. Ni siquiera cuando fue sancionada la Constitución del 1 de Mayo de 1853. “La Nación Argentina se pactó en 1860. Y pudo no haberse acordado”, define Julio Saguir en su último libro, que constituye una de las mejores noticias editoriales de este convulso 2025: Una Argentina a medias. Título absolutamente coherente con el contenido. Y plenamente vigente en este país.
“Debates constituyentes, 1810-1860” es el subtítulo de este riguroso trabajo histórico, que no esquiva miradas politológicas (e invita a prospectivas de esa naturaleza). La cuestión que aborda Saguir es lo trabajoso y hasta azaroso que resultó el proceso de forjar esta nación a partir de una constante sempiterna: el país como conflicto territorial. Como un antagonismo de localidades que parece nunca terminar.
El dilema bonaerense
Cuando se repara en el diseño institucional que terminó postulando Juan Bautista Alberdi a mediados del siglo XIX, a partir de un Poder Legislativo en el cual la Cámara Baja plasma en su representación la primacía de Buenos Aires, al mismo tiempo que en la Cámara Alta consagra la igualdad sin miramientos de los distritos, una pregunta que emerge casi naturalmente: ¿Cómo lograr el desafío de articular una federación donde uno solo de los distritos reúne casi la mitad de la población? Y donde esa circunscripción, además, cuenta con una extensión territorial similar a la de algunos países europeos, posee el principal puerto y sobre todo (y como cuestión obsesiva en este proceso fundacional) dispone de la aduana.
Lo notable de Una Argentina a medias es que, en una verdadera arqueología de los diferentes ensayos y fracasos de los proyectos constitucionales previos, va recuperando las discusiones y los esfuerzos que antecedieron -en muchos casos por décadas- la obra de Alberdi. Porque hay proyectos de leyes fundamentales que van siendo sucesivamente rechazados. Pero la decisión de conformar una nación persiste. Ya hay representación en la Asamblea del Año XIII y ya entonces los “fundadores” son conscientes de las dificultades. Sin embargo, insisten. E insisten.
Esa constante signa la primera mitad del siglo XIX. Lo de constituir la unión nacional es un mosaico de ensayos y errores. Al igual que la paz interior de los pueblos. Saguir reconoce dos contingencias enormes. La primera de ellas es la tarea de crear a partir de la nada. Tras la ruptura de la dependencia colonial hay que empezar “desde cero”, lo cual el autor no duda en catalogar como una tarea de demiurgos. Ese trabajo titánico, pleno en libertades, se topa con el segundo orden de contingencias: las asimetrías entre las ciudades. Concretamente, entre la que fuera la capital del Virreinato del Río de la Plata y el resto.
“El informe presentado para fundamentar el proyecto de la constitución diseñada en el Congreso de 1824-26 enunciaba tales notables diferencias de recursos y riqueza entre las provincias que buscaban el acuerdo y las destacaba como un factor decisivo a la hora del diseño a discutirse. Al decir de un diputado en aquella asamblea, Buenos Aires: ‘tiene en sí un capital de poder, de hacer, de industria y de saber que es preciso que se le considere en grado superior a todas las demás…’ Esta desigualdad territorial entre ella y las provincias mediterráneas y del Litoral estaba presente, era parte de una percepción y preocupación común, mostraba debates alrededor de las instituciones más adecuadas en un contexto con tales características”, reseña el intelectual tucumano.
Cuestión capital
Una suerte de eufemismo que reúne todas las caras de este poliédrico conflicto es la discusión en torno de la “cuestión de la capital”. Es decir, cuál iba a ser, en definitiva, la situación institucional que iba a revistar la ciudad de Buenos Aires. En la convención constituyente de 1853, rescata Saguir, el mendocino Martín Zapata sintetiza que ese debate “importa la posibilidad o imposibilidad de constituirnos en República. (…) Allí está nuestra profunda llaga política”.
La disparidad resultó determinante a la hora de discutir la dimensión material de la tan anhelada unión que todos invocaban. Específicamente, gravitó sobremanera respecto de los términos en los que debía darse la distribución de los recursos para promover “el bienestar general”. No sólo no fue sencillo lograr un consenso: en rigor, nunca fue posible tal cosa. En los hechos, hubo que dirimir la cuestión a sangre y fuego. El ciclo constitucional 1853-1860 está precedido y sucedido por batallas que terminaron sellando el proceso.
“Cuando los ejércitos dirimieron la cuestión en la batalla de Cepeda, las armas ‘forzaron’ el acuerdo institucional, pero no zanjaron en el fondo los términos de aquel conflicto que no había permitido la unión a lo largo de los años previos”, advierte el autor. Y entonces presenta una fórmula de hierro: “La república quedó acordada; la nación, pospuesta”.
Formas
Precisamente, este nuevo libro de Saguir (antes publicó ¿Unión o secesión? y Una grieta de doscientos años) se estructura en cinco capítulos. Todos giran en torno del artículo 1° de la Carta Magna nacional y, como si se tratase de la cocina de un proyecto de país, van desmenuzando la receta. El primero de ellos se titula “La Nación Argentina”. El segundo de ellos gira en torno de que esa nación “adopta para su gobierno” una serie de formas. Cada una de ellas, la república, la representación y la forma federal, componen las partes restantes de este volumen de 320 páginas que publica la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba).
En el registro de esos debates históricos se advierte la emergencia de una consciencia que irá ganando cuerpo: conjurar el despotismo. De ello surgirá el diseño de un gobierno moderado, en el que la clave es la consagración de un régimen mixto y con fórmulas ajustadas para el ejercicio del poder. El resultado será una federación temperada, porque los “fundadores” ni creían en el establecimiento de un mecanismo completamente unitario, ni tampoco en uno enteramente federal. La opción fue por un mecanismo que contemplara concesiones de uno y otro modelo.
Un pedazo de papel
Eso se plasmó en la Constitución Nacional y ese instrumento, a partir de ello, no deja de tener cierto carácter sacramental. Lo expresa nadie menos que Adam Pzeworski, uno de los más celebrados teóricos contemporáneos de la democracia, que prologa Una Argentina a medias, el libro de uno de sus discípulos. “¿Por qué un pedazo de papel tendría el efecto de organizar la vida política? ¿Por qué grupos diversos que tienen intereses, normas y valores contrastantes acordarían seguir algunas reglas comunes, y por qué se adherirían a estas reglas específicas, en la constitución?”, interroga el pensador polaco.
“Crear un orden consiste en especificar las reglas que cada uno querrá seguir si otros también lo siguen”, responde. “El nuevo orden se materializa sólo cuando la constitución induce a cada uno, los que mandan y los que son mandados, a seguir las reglas especificadas en el pedazo de papel, sólo en tanto genera un equilibrio”, esclarece.
El prólogo de Pzeworski es otro de los lujos que se permite Una Argentina a medias.
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PERFIL
Julio Saguir es licenciado en Filosofía y en Historia por la UNT, y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Chicago. Fue investigador del Conicet e investigador visitante en la Universidad de Nueva York. Es autor de ¿Unión o secesión? Los procesos constituyentes en Estados Unidos (1776-1787) Argentina (1810-1862) y Una grieta de doscientos años. Conflictos y debates constituyentes en la Argentina (1816-1827). Fue ministro de Educación (2001-2002) y secretario de Gestión Pública de Tucumán (2003-2024).