“Jugar, no juego más”. Con esa frase, sencilla y contundente, Carlos Delfino anunció su retiro del básquet profesional y marcó el final de una era. A los 43 años, el santafesino se despidió sin homenajes ni despedidas multitudinarias, fiel al estilo de la Generación Dorada que integró y que cambió para siempre la historia del deporte argentino. Lo hizo durante una charla con el canal especializado DobleDoble, junto a Julio Lamas, quien fue parte de su formación en la Selección. “Llegó un momento que pensé que no iba a llegar, que fue cuando empecé a poner excusas para ir a entrenarme, no tenía ganas. Fue una mezcla de cosas y dije: ‘ya está, llegó el momento’”, contó desde su casa en Italia, tranquilo.
Su último partido había sido en marzo, con el Benedetto XIV Cento, de la Serie A2 italiana. Apenas tres puntos, cinco rebotes y una asistencia en 16 minutos, en una tarde cualquiera que terminó siendo su última función como profesional. “Siento que ya está, me puedo ir tranquilo. Esta vez me retiro bien, sin dolor, pudiendo elegir yo”, explicó.
Delfino fue el último representante de aquella inolvidable Selección que conquistó el oro en Atenas 2004 y el bronce en Beijing 2008. Un jugador exquisito, de mecánica perfecta y carácter fuerte, capaz de tomar la responsabilidad cuando las luces apuntaban a otros. En los cuartos de final de Pekín, cuando Argentina sufría ante Grecia, fue él quien encadenó 18 puntos consecutivos y sostuvo al equipo hasta el triunfo. Esa noche confirmó que, más allá de las jerarquías, la Generación Dorada también era suya.
Su carrera comenzó en Santa Fe, donde su abuelo le armó un aro en el patio. Luego llegó Unión, su club de toda la vida, y más tarde Libertad de Sunchales, con apenas 17 años. A los 18 ya estaba en Italia, jugando en Reggio Calabria y Fortitudo Bologna. En 2003 fue elegido en el puesto 25 del Draft de la NBA por los Detroit Pistons, el argentino mejor ubicado en la historia del proceso. De ahí en adelante, su carrera se desplegó por el mundo: Toronto, Milwaukee, Houston y un regreso a Europa que lo encontró más maduro, con otra mirada.
En la NBA dejó su huella. Quienes lo vieron recuerdan aquella volcada tremenda sobre Kevin Durant en los playoffs de 2013, con la camiseta de los Rockets. Pero detrás de esa imagen épica hubo dolor porque en esa jugada se fracturó el escafoides del pie derecho, una lesión que lo dejó fuera de las canchas por casi cuatro años y lo obligó a pasar por siete cirugías. Su padre le pidió que se retirara, pero él no quiso rendirse. Volvió a jugar en Boca, pasó por Baskonia y encontró en Italia su segundo hogar. En 2022, a los 39, volvió a vestir la celeste y blanca para acompañar al nuevo ciclo de la Selección que ganó la AmeriCup en Recife.
Su retiro cierra definitivamente el ciclo de los héroes de Atenas, aquellos que convirtieron el básquet argentino en una potencia mundial. Delfino fue el último en sostener ese legado dentro de la cancha, con el mismo espíritu con el que lo empezó.
Hoy, desde otro lugar, piensa en seguir vinculado al deporte que lo marcó. “Estoy viendo el tema de poder ser entrenador”, adelantó. Mientras tanto, se dedica a la jardinería y a llevar a sus hijos a la escuela.
El básquet despide a uno de sus talentos más elegantes, un jugador que supo plantarse ante los gigantes con una sonrisa, sin estridencias ni lamentos. Carlos Delfino fue un símbolo de resistencia, talento y amor por el juego. El último bastión de una generación que, más que dorada, fue eterna.