Las randas son tejidos especiales. Destacan por su belleza y particularidad. Son parte de nuestros orígenes, de nuestras raíces aborígenes… Son parte de lo que nos define como tucumanos. Muchas veces son de tela y, aunque casi siempre se utilizan como adornos, Atlético les dio un uso diferente y novedoso: las transformó en una red para cazar peces. Y dio los resultados esperados. Con dos redadas de Ramiro Ruiz Rodríguez e Ignacio Galván, dos pescadores con picardía, el “Calamar” quedó inmovilizado en sus tentáculos y fue cazado en el “puerto José Fierro”. Es decir, los pescadores “decanos” consiguieron dos ejemplares -un 2-0 claro y tres puntos- que cotizan en oro dentro del “mercado Clausura”.
Los arponeros de Atlético, a diferencia de otras oportunidades, salieron con una randa cada uno. Cada quien llevó su pequeña red con el objetivo de inmovilizar a esos pequeños animales deseados. Como se sabe, los calamares son útiles para saborear diversas comidas, aunque cuando se enfadan tienen la capacidad de expulsar tinta y, en casos más extremos, pueden mutar en krakenes gigantes. Ya es conocida la leyenda del primer semestre, cuando a las orillas del Río Dulce, en Santiago del Estero -sí, sobrevive al agua dulce-, apareció este ser mitológico para ahuyentar a los cazadores de Huracán y quedarse con el botín del Apertura. Esa fue su última gran aparición, aunque nunca dejó de ser una bestia traicionera. Y Lucas Pusineri y su comando de pescadores lo sabían de antemano.
Para esta ocasión, Pusineri trazó su mapa de caza con precisión: cada jugador debía cubrir su porción del río cercano al puerto José Fierro. Es decir, hacer que la red de contención cubriera la mayor parte del cauce para cazar la mayor cantidad de ejemplares posibles. Contaba con algunas bajas, como fue el caso del arponero Mateo Bajamich, quien había sentido una molestia en la última expedición, y en su lugar salió un cazador tucumano: Ramiro Ruiz Rodríguez. “RRR”, al minuto de juego, lanzó una de las redadas más peligrosas: estuvo a punto de cazar al primer “calamar”, pero el animal, por poco, logró escurrirse. Por más de que en ocasiones se vea inmóvil, también suele ser viscoso y se esconde rápidamente.
Los intentos continuaron, pero sin la efectividad necesaria para quedarse con los “calamares”. Siempre faltaba la puntada final para cerrar la randa en el momento justo. Es que la serenidad es parte esencial de la labor de los pescadores.
Los “calamares” tampoco se quedaron quietos. En dos ocasiones -provocadas por Leonel Picco y Ronaldo Martínez- lanzaron tinta sobre el cuerpo del pescador Matías Mansilla. El santiagueño, sin embargo, supo cómo limpiarse y no verse afectado por esos ataques desesperados. Desactivó las posibles sorpresas en el momento justo.
Luego de un parate y una charla motivacional, los pescadores cambiaron la fórmula. Si bien buscaron que las randas ocuparan el mayor espacio posible, sabían que la única manera de cazar a los “calamares” era con sorpresas, no con posesión. Y la primera llegó a inicios de la segunda mitad de la expedición: Laméndola vio que “RRR” tenía la posibilidad de cazarlo, y este se tiró de cabeza para quedarse con el primer ejemplar. Celebración, abrazos y sonrisas por un momento. Pero no era suficiente. La cena todavía no estaba completa, y los pescadores “decanos” continuaron con su expedición: tras una gran persecución de Kevin López y las largas zancadas por el muelle de Ignacio Galván, lograron quedarse con el segundo ejemplar. Bingo: la cena estaba lista.
La guardia costera, a través del vigía Fernando Espinoza, hizo pasar un susto a los pescadores tucumanos: sobre el final quiso multar a Adrián Sánchez, pero luego de una intensa discusión y una revisión, el hecho no pasó a mayores. No hubo ninguna oportunidad de peligro para el “Calamar”.
Con la faena terminada y los “calamares” descansando sobre la cubierta, los pescadores recogieron las randas. Algunas estaban rotas, otras manchadas de tinta, pero todas conservaban el orgullo de haber cumplido su propósito. En el puerto José Fierro, el viento se mezclaba con el rumor de los aplausos: era el sonido de un pueblo que aún teje sus victorias con hilos de historia.
Porque en Tucumán, hasta las randas saben de lucha y de belleza. Y esta vez, fueron el tejido perfecto para atrapar un triunfo que huele a mar, pero se siente a tierra adentro.