Hay partidos que se recuerdan por la épica y otros que se archivan rápido para evitar la amargura. El 0-3 que San Martín sufrió contra Arsenal pertenece a esta última categoría. La derrota marcará un quiebre porque no deja margen para la excusa. Lo que quedó expuesto fue algo más que un duro golpe; fue el retrato de un equipo sin forma y sin idea, que pareció un alma en pena.

Desde que Mariano Campodónico tomó las riendas, San Martín nunca encontró un camino claro. Al contrario; con el cambio de Ariel Martos al exdelantero, el equipo no sólo no mejoró, sino que empeoró.

La promesa de una identidad se transformó en un desconcierto más profundo. En apenas seis partidos, el “santo” encajó 10 goles y sumó tres derrotas (contando la eliminación en Copa Argentina). Los números son lapidarios, pero más lapidaria aún es la imagen que transmite en la cancha.

Un equipo mal armado

Contra Arsenal San Martín mostró todas sus falencias en simultáneo. Los futbolistas estaban mal posicionados, desconectados y llegaban tarde a cada pelota dividida. El rival, un equipo que pelea por no descender, se encontró con la comodidad de mover la pelota como si estuviera en un entrenamiento. Para colmo la diferencia de velocidad fue abismal; mientras Arsenal volaba, San Martín parecía atado.

El suplicio de la pelota parada

Si algo simboliza la falta de trabajo colectivo es la pelota parada. Campodónico optó por la marca en zona, un sistema que exige horas de entrenamiento, concentración plena y movimientos sincronizados. Y nada de eso se vio. En segundo gol, a la salida de un tiro de esquina, Tomás González cabeceó solo y sin marca. Y no fue el único; Arsenal desperdició otras dos ocasiones claras con el mismo mecanismo. Cada centro era un suplicio y cada balón aéreo una amenaza latente.

Arsenal no necesitó demasiado para exponer la fragilidad del “Santo”. Con Sabatini como figura, jugó con una comodidad llamativa, mientras San Martín se movió como atrapado en arenas movedizas. No hubo presión, no hubo recuperación rápida y tampoco transiciones. Ni siquiera hubo un cadena de pases. Un mediocampo partido y una defensa lenta hicieron que cada avance rival se transformara en peligro.

El resultado fue un baile. Y si no terminó en una goleada aún mayor fue porque Arsenal decidió bajar la intensidad después del tercer tanto, casi como un gesto de compasión porque el partido pudo haberse transformado en una humillación histórica.

Una temporada que se escurre

Lo más doloroso para el hincha no fue el 0-3, sino la sensación de que la temporada se le escapa al equipo. El “santo” transmite inconsistencia, falta de rebeldía y resignación. Desde la línea de cal no aparece un plan que ordene y dentro del campo los jugadores parecen arrastrados por la inercia.

En La Ciudadela, la tribuna no es un actor secundario ni mucho menos; es un termómetro que marca la fiebre del club. Y ahora la hinchada dijo basta. Los cánticos en contra de los jugadores y de la CD fueron un grito que resonó con fuerza. El divorcio entre la gente y el plantel comenzó a ser tan evidente como preocupante.

El cambio de Martos a Campodónico fue pensado como una inyección de energía, pero terminó siendo un retroceso. Con Martos, el equipo mostró algunas grietas, sí; pero al menos conservaba un orden mínimo. Y ganaba de visitante, y perdía poco. Y como si todo eso fuera poco, nunca fue goleado ni bailado. Con Campodónico, esas grietas se transformaron en abismos. La ausencia de un sistema reconocible convirtió a San Martín en un equipo vulnerable.

Además de perder por goleada, San Martín perdió credibilidad, confianza y rifó su futuro. Porque más allá de que el Reducido aparece como una vía de escape, el equipo no da garantías de nada. Todo lo contrario, parece estar siempre al límite de recibir una bofetada.

Lo que pasó en La Ciudadela no fue un traspié aislado. Fue un mensaje claro. San Martín corre atado a su propio desconcierto, marca en sueños, juega sin plan y transmite resignación. Y el fútbol no perdona; la castiga con la derrota.