Un dato relevante de la época es la intromisión en nuestra vida cotidiana de dispositivos electrónicos a los que permanecemos sujetados, no tanto por su valor de uso y beneficios -que sería absurdo discutir-, sino porque se trata, fundamentalmente, de instrumentos de satisfacción, una satisfacción de la que, al parecer, no podemos prescindir. La hiperconexión es un fenómeno contemporáneo que nos muestra el triunfo de lo visual, el imperio de las imágenes y cuyas consecuencias para los sujetos debemos investigar e interpretar.

En el IX Congreso de Psicología a desarrollarse en nuestra Facultad abordaremos un simposio sobre los efectos de la hiperconectividad en la subjetividad contemporánea. Conversaremos con especialistas en la temática para intentar analizar y comprender, sin prejuicios, lo que implica para los seres humanos estar sometidos a la omnipresencia y a la omnipotencia del objeto tecnológico capaz de crearnos un mundo en el cual habitar sin los límites del mundo llamado “real”.

No nos detendremos en lugares comunes como la situación generada por la pandemia, que obligó a la utilización de las pantallas, por la sencilla razón de que las nuevas tecnologías ya habitaban nuestro mundo. O, mejor sería decir, estábamos sin saberlo habitados por las nuevas tecnologías de un modo particular desde la modernidad.

La era moderna marca un antes y un después respecto de la técnica. La diferencia es sencilla, aunque muy importante, para captar los efectos sobre la subjetividad. La técnica antigua tenía dos características fundamentales que Aristóteles explica en su libro sobre la Ética y en su Metafísica. En el primero señala que la técnica o arte, como la denomina, es productiva en el sentido creativo; y en el segundo, en la Metafísica, agrega que los objetos producidos por la técnica pueden tener dos razones: la necesidad o, simplemente, el agrado -placer-.

La técnica, concluye Aristóteles, se desarrolla en los países en dónde los hombres gozan de “ocio”. Lo interesante es pensar que en la actualidad la técnica en el sentido del ocio y agrado ha poblado nuestro mundo independientemente de la necesidad, mejor dicho, se independizó de esta y el estar-en-el-mundo de la técnica contemporánea se tornó un nuevo modo de placer.

Las pantallas digitales, como lo dijimos, producen placer, es innegable; sin embargo, comportan sus riesgos, que no es tanto como se dice el borramiento de la frontera entre realidad y virtualidad. El mayor riesgo es que el sujeto se pierda, desconectándose de los otros, y aún algo peor, desconectándose de la verdad de su ser.

Otro de los efectos de la hiperconexión es la alteración de las categorías de espacio y tiempo, de manera tal que hoy un sujeto puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Y algo más: nuestra morada ya no es exclusivamente el espacio territorial de la ciudades, porque nos hemos convertidos en ciudadanos digitales. Nuestra vida social transcurre privilegiadamente por las redes, de la misma manera que la violencia propia de las ciudades se ha trasladado a la esfera digital.

La nueva virtualización del mundo ha trastocado, incluso, la experiencia del prójimo. La ausencia del cuerpo y su sustitución por la imagen en la pantalla conduce a una banalización del semejante, lo que se evidencia en la ausencia de compasión, propia de los nuevos escenarios de violencia en el mundo digital.

La seducción que nos ofrecen las pantallas digitales no es sin consecuencias, pero advertidos de que el problema no son los aparatos tecnológicos sino nuestra relación con ellos es que proponemos debatir sobre sus efectos a partir de un fructífero diálogo con el psicoanálisis, la sociología y la filosofía misma.

Producción periodística: Guillermo Monti.