En el patio de la Escuela 9 de Julio (vaya casualidad) en pleno centro de San Miguel de Tucumán, Ian encontró una pluma. Entre risas y preguntas, la llevó a la sala de su jardín de cinco años, para mostrársela a su maestra Natalia Martínez y a sus compañeros. Nadie podía imaginar que esa pluma, sencilla y liviana, abriría para todos un camino hacia la historia, la cultura y la memoria en medio de la previa de los festejos por el 9 de Julio.

En ese momento, en medio del bullicio infantil, surgió una primera discusión. “¿Para qué servía la pluma?”, “¿era importante?”, se cuestionaron.

“Uno de los chicos recordó que alguna vez vio la foto de un señor con gorro que escribía algo con una pluma. Esa imagen nos hizo retroceder en el tiempo y disparó la pregunta central de nuestro trabajo: ¿con qué pluma se firmó el acta de la Independencia?”, rememoró Martínez.

Así empezó la aventura. Un proyecto institucional que, a partir de la curiosidad de los pequeños, enseñó a valorar lo propio, a investigar y a construir conocimiento entre todos.

Pía, la paloma de la Independencia

Antes de emprender el desafío que se les propuso, la docente les leyó a los chicos el cuento de Pía la paloma. En la historia, Pía revolotea por el Cabildo en 1810, mientras espía a los caballeros que discuten la libertad. Cuando por fin las puertas se abren y el pueblo celebra, ella también vuela hacia afuera, feliz, en busca de su propia libertad.

Como aquella ave protagonista del cuento que escucharon, los chicos se prepararon para salir a investigar, a espiar la historia con ojos atentos y muchas preguntas.

Y para eso, primero juntaron plumas que trajeron de sus casa. Largas, cortas, blancas, marrones, duras o suaves. Con lupas analizaron cada detalle, buscando pistas sobre la que habrían usado los congresales para firmar el acta en 1816.

Pero en su salita no encontraron la respuesta. Así que decidieron salir a buscarla.

EN EQUIPO. De la iniciativa participaron los niños con maestras titulares y auxiliares. LA GACETE/ FOTO DE ARIANE ARMAS

La primera parada fue la Casa Histórica de Tucumán, el lugar donde se firmó la Independencia. En la visita, surgieron más preguntas. “¿Por qué los hombres se habían reunido allí?”, “¿quién los mandaba antes?”, “¿qué pasaba con el rey de España?”. Ellos  comprendieron que el pueblo no podía decidir y que sólo unos pocos podían entrar al Cabildo en 1810, y luego a la casa tucumana en 1816 para elegir el destino del país.

Como Pía, encerrada detrás de las ventanas del Cabildo, los niños empezaron a entender lo que significaba la libertad.

Un misterio

En el museo Miguel Lillo consultaron a un experto en aves, que les mostró distintas plumas. Aquel día recurrieron al veterinario José Yapur, especialista en fauna silvestre. Él les explicó que, en su opinión, era muy probable que la pluma fuera de pavo real. Eso abrió más conjeturas.

Entonces, entrevistaron a sus familias. Y las respuestas fueron tan variadas como sorprendentes. Algunos aventuraron que se trataba de un cuervo,  otros de una gallina, y hasta de “un ave gigante”. La pregunta seguía en el aire.

AVES. En la Fundación Miguel Lillo los niños aprendieron sobre los diferentes tipos de pluma. FOTO: GENTILEZA ESCUELA 9 DE JULIO

Para salir de dudas, a su salón de clases invitaron a Daniel Campi, historiador, a que hablara con ellos. Los chicos lo recibieron con una lluvia de preguntas, porque ellos también querían saber si en 1816 había heladeras, celulares, televisión, coca-cola, zapatos o wifi. Campi, entre risas, les explicó  que la vida era muy diferente.

Y finalmente respondió la pregunta principal:

-“Estoy seguro de que el Acta de la Independencia se firmó con una pluma de ganso”.

El historiador les contó que los gansos eran muy comunes en las casas coloniales, al punto de que hacían las veces de perros guardianes. Cuando alguien se acercaba a una casa, los gansos salían a espantarlo con graznidos. En cambio, el pavo real era un ave ornamental, de lujo, y poco probable para algo tan solemne como firmar el acta.

Aprendizaje compartido

Por un tiempo, su salita siguió convertida en Congreso y los niños dramatizaban la escena que ocurrió más de 200 años atrás.  Una de las alumnas interpretó a Francisca Bazán de Laguna, la dueña de la casa de Tucumán; otros, de congresales con galeras y solemnidad. Todos pasaron al frente a estampar su firma en una réplica del acta y gritaron a coro: “¡Sí, viva la patria!”.

A todos les llamó la atención que, incluso entre los adultos, muy pocos sabían qué tipo de pluma se había usado. Muchos estaban convencidos que era de gallina o paloma. Pero al mirar el “raqui” -la parte central y dura de la pluma-, comprobaron que era imposible que fuera tan liviana.

Pero, los chicos también liberaron la respuesta. La pluma de la Independencia fue de ganso.

Un final con alas

“Este proyecto nos enseñó a valorar nuestra cultura y nuestra historia. A veces uno cree que para investigar hace falta algo enorme, y resulta que una simple pluma puede enseñarnos tanto”, reflexionó la docente que encabezó las tareas.

El proyecto fue acompañado por los directivos de la institución, el Ministerio de Educación y las familias, que también se emocionaron.

“Muchos papás y abuelos nos contaron que nunca habían entrado a la Casa Histórica, o que llevaban mucho tiempo sin visitarla. Por eso al acompañar a sus hijos, se les llenaron los ojos de lágrimas”, afirmó la docente.

Así fue que como Pía, que escapó feliz por la ventana del Cabildo, los chicos de la Escuela 9 de Julio ahora saben que la libertad también se escribe con alas.

"Queremos que los niños aprendan a valorar sus raíces"

La vicedirectora de la Escuela 9 de Julio, Viviana Mendoza, acompañó con orgullo el proyecto que los chicos de nivel inicial emprendieron para descubrir con qué pluma se firmó el acta de la Independencia. Para ella, no fue sólo un trabajo de investigación, sino una oportunidad para sembrar en los más pequeños el amor por lo propio y el respeto por la historia.

“Esto no es solamente trabajar contenidos del área de nivel inicial -dijo-, sino lograr que los niños, desde pequeños, valoren su historia. Es algo que siempre repito a las familias, porque tenemos que sentirnos orgullosos de lo que tenemos”.

Curiosidad

Martínez celebró cómo una simple pluma, que para muchos habría pasado inadvertida, se convirtió en disparador de aprendizajes.

“Si hacemos un sondeo afuera, seguramente gran parte de la gente no conoce la respuesta. Por eso es tan valioso este trabajo.  Porque les enseña a los niños a buscar, a investigar, a hacerse preguntas”, explicó.

El camino los llevó a conocer no sólo la respuesta (que la pluma era de ganso, un ave común y económica en la época), sino también a descubrir cómo se vivía en 1816, qué animales había en las casas, cómo se organizaban las familias.
“Este proyecto abre caminos que se pueden multiplicar en grados más altos. Nos muestra que hasta los temas más sencillos pueden enseñarnos mucho si los miramos con curiosidad”, agregó.

Para la docente, lo esencial es que los niños entiendan desde pequeños el valor de su historia y de su cultura.
“Eso es lo que queda para toda la vida”, finaliza con su cara iluminada mientras, a su alrededor, los pequeños recuerdan cómo fue ser congresales, qué sintieron al firmar el acta y gritar “¡Viva la patria!”, con las alas de la curiosidad bien abiertas.