Hay una escena antológica dentro del historial que refleja la pulsión presidencial al insulto a los periodistas. Se produjo el 28 de septiembre de 2024 en un acto proselitista en Parque Lezama. Después de gritar insultos contra periodistas, con una mirada extasiada y sus brazos en alto, Javier Milei dirigió un coro de miles de militantes que repetía “hijos de puta”.
Me tocó ver esa escena en vivo por televisión en un estudio de TN junto a Nelson Castro, quien seguía atónito la alocución presidencial, mientras acomodábamos nuestros micrófonos antes de salir al aire. Esa circunstancia actuó como un bálsamo para el grupo de periodistas y productores que seguía desde allí el discurso en las pantallas. No es fácil, para quien ejerce un oficio, ser testigo de una incitación a la violencia verbal del presidente de su país ante una multitud, mientras esa imagen se replica en una cadena televisiva nacional de hecho en casi todos los canales de noticias, seguida por millones de espectadores. Nelson Castro, dueño de uno de los niveles de honestidad y compromiso ciudadano más evidentes entre los argentinos, constituía un ejemplo paradigmático de la arbitrariedad de la estigmatización presidencial. Funcionaba como un símbolo que representaba a miles de periodistas que diariamente hacen su trabajo acatando los presupuestos éticos y técnicos de su profesión.
Estándares
Hay tres imputaciones básicas que el Presidente y parte de su entorno formulan al periodismo en sus diatribas: corrupción, obsolescencia y falsedad. Son “ensobrados”, “es un oficio en extinción”, “el 90% de lo que publican es mentira” (para llegar a ese porcentaje habría que incluir los resultados deportivos y los avisos fúnebres),
Adepa reunió a especialistas para debatir sobre plataformas, propiedad intelectual y desafíos reguLa industria periodística argentina, paradójicamente, tiene los mejores indicadores de transformación, sustentabilidad y alcance de habla hispana. Sus diarios tienen el mayor número de suscriptores (lo que indica la fidelidad de sus lectores) y las mejores métricas en la web en la región (un tráfico acumulado de más de 100 millones de usuarios mensuales entre los principales doce medios, lo que evidencia los niveles de llegada a la audiencia). Cifras que no se relacionan con un oficio en extinción, más allá de que el modelo de negocios sea tensionado por la dinámica y los desequilibrios generados por las grandes plataformas tecnológicas.
La versatilidad, capacidad de chequeo y de conexión con las audiencias del periodismo argentino son reconocidas mundialmente. El mes pasado, fue distinguido por Wan-Ifra (la entidad más representativa de la prensa a nivel global) como el que aporta uno de los mejores niveles de innovación y rigor.
La conexión del periodismo con la ciudadanía es mucho más profunda de lo que muchos suponen. Del último estudio sobre consumo de medios, presentado esta semana por la consultora Trends, surge que el 62% de los argentinos señala a los medios periodísticos como su principal fuente de información contra un 28% que apunta a las redes. Y dentro de este último porcentaje, dos tercios de los encuestados dijeron que recurren a las cuentas de periodistas y medios para informarse.
Referentes del oficialismo postulan a las redes como un sustituto ideal del periodismo.
Ese océano caótico de opiniones, poblado de monólogos paralelos, noticias falsas, burbujas de sentido y cámaras de eco en el que cada usuario, y cada gobierno, encuentra los discursos que confirman sus sesgos. En el que no hay un espacio estructurado para la rendición de cuentas y la formulación de preguntas apoyadas en investigaciones agudas y protocolos profesionales que forman parte de la dinámica democrática.
Más allá de los insultos
La calidad de nuestro periodismo de investigación y de nuestras plumas no para de acumular galardones. Jorge Fernández Díaz, uno de los blancos predilectos del Presidente, acaba de recibir el Mariano de Cavia, uno de los premios sobresalientes del periodismo español, meses después de haber sido distinguido también allí con el Nadal, uno de los máximos galardones de las letras hispanoamericanas.
No hay una república auténtica sin un periodismo libre*Hugo Alconada Mon, periodista de investigación destacado a nivel mundial, sufrió hace dos semanas más de una decena de intentos de hackeo de sus redes sociales y de su celular, horas después de revelar el Plan de Inteligencia de la SIDE, que incluía la posibilidad de investigar a quienes puedan “erosionar” la confianza de los funcionarios del Gobierno (eventualmente periodistas, economistas y analistas).
La digresión de la injuria
¿Hay desvíos de las normas éticas, impericias y anacronismos en la profesión? Obviamente, como en todas, pero no en niveles porcentuales que se destaquen respecto de otros oficios. Por el contrario, las estadísticas desmienten el núcleo de las afirmaciones y muestran la inconsistencia de la generalización.
Salgamos del análisis de los niveles de arbitrariedad del agravio, para ir más allá. El insulto es, muchas veces, la distracción del ilusionista. El fuego de artificio que empaña lo fundamental, activando una emoción que anestesia a la razón. Supongamos que a todos los periodistas les caben los epítetos que les lanza el Presidente: ensobrados, extorsionadores, repugnantes, basuras, mandriles y un largo etcétera.
Todo eso, como ilustra Borges en El arte de injuriar, es una digresión. Detenernos en esa descripción nos llevaría, como suele aleccionar Milei, a una falacia ad hominem que pone el foco en el sujeto y no en su discurso, en sus argumentos, en sus preguntas. No importan tanto los hombres y mujeres que desempeñan una función –sus motivaciones, sus intereses, sus defectos- como su función. Y la función que las constituciones de las democracias adjudican al periodismo es interpelar al poder. ¿Responde el Presidente adecuadamente a esas interpelaciones o lo que molesta, en definitiva, es la existencia misma de ese mecanismo de interpelación?