La historia que se narra en “Cuando la ciudad está durmiendo” tiene íntimos lazos con la realidad vivida hace medio siglo, aunque no esté basada directamente en un hecho real. La obra que el grupo independiente Picta Diebus estrenará hoy a las 22 en CiTá Abasto de Cultura (La Madrid 1.457) remite a lo que atravesada el país a principios de la década del 70. “Es la convulsionada Argentina de 1972. Mientras la ciudad es un hervidero de rumores, de represión y listas negras, una llamada anónima advierte a un grupo de amigos vinculados a un cabaret tucumano de la época que están marcados”, adelanta el dramaturgo y director Francisco Galarzo.
Entonces, los personajes interpretados por Carla Greta, Mariano Hernández, Germán Sánchez y Esperanza Medero (como los artistas y la mujer que regentea el lugar) deberán definir sus próximas acciones en un clima de angustia y opresión.
“Sin escapatoria posible, los cuatro experimentarán lo que será la oscura noche del alma en la que el deseo, la lealtad y la verdad batallan por sobrevivir. A medida que la noche avanza, lo hace también la tragedia y la amenaza; deben trabajar unidos para idear un plan, reconstruir lo que los une, sanar lo que los separa y sobrevivir a toda costa”, completa la sinopsis.
En diálogo con LA GACETA Galarzo define su obra como un “drama policial intenso sobre la resistencia, que nos sumerge en una noche donde la verdad puede ser tan letal como la mentira”.
El análisis de Jorge Asís: efectos tardíos del abrazo Perón-Balbín- ¿Cómo se refleja el contexto político y social en tu texto?
- La historia refleja la esperanza de un grupo de personas sumidas en la oscuridad de una noche en la que la tragedia es protagonista. Algunos de ellos sienten que la vuelta de Juan Domingo Perón es una posibilidad, pero están perseguidos, amenazados y marcados por sus posturas ideológicas y negados de la libertad de opinar, de pensar y hasta de vivir. Preferir otro mundo es, en sí, un delito y los hace sentir delincuentes porque el orden social castiga esa perturbación en la estructura.
- ¿El cabaret se cuela como espacio de resistencia?
- Sí. Es un espacio disruptivo en una sociedad conservadora. No hay un escenario mejor desde lo metafórico. Hay vive la transgresión, es cierto, pero lo más importante es el escenario temporal que ese cabaret tiene: la noche, lo nocturno, el territorio en el que los buenos y normales duermen, y donde ambulan los malos. Obviamente, es una imagen metafórica, porque la noche es tan humana y viva como el día. Siempre puede haber amor, esperanza, sueños y ternura, escondidos del horror y el salvajismo represivo.
- ¿Cómo circulaba el miedo entonces y cómo lo hace ahora?
- El miedo es siempre el mismo; la valentía también. Siempre hay héroes como hay cobardes, conviven los miserables con los nobles y los santos. La obra desnuda el miedo a lo represivo, lo brutal y lo cruel a través de una anécdota que reúne a cuatro personajes marginados por diferentes razones. No es caprichoso que dos de los personajes masculinos se llamen Cosme y Damián, dos mártires perseguidos por el imperio romano en la antigüedad por pensar distinto; la historia, siempre se repite, como si jamás aprendiéramos de la experiencia.
- ¿Cómo abordaron la construcción de la puesta en escena?
- Todo acontece en una sola jornada dramática en la que se despliegan temas que, en apariencia, tienen poco o nada en común: la soledad, el amor desde varias miradas y la barbarie, en una confrontación constante. El suspenso gravita con tal fuerza que es lo que sostiene una trama que esconde sufrimiento y ternura en proporciones similares. El elenco realizó un importante trabajo de mesa para abordar la temática de lo que se vivía en 1972, lo estudiamos, lo analizamos, y desde esa mirada realizamos el abordaje.