El teatro tucumano perdió el miércoles 28 de mayo a su patriarca, al último exponente de la generación que construyó la diversa identidad de las tablas locales en sus múltiples formas. Alfredo Fenik falleció a los 94 años, tras una carrera plena de reconocimientos y éxitos como director, actor, dramaturgo y docente. Pero el principal elogio que recibió no estuvo relacionado con lo artístico, sino la consolidada idea de todos quienes lo conocieron de que era un buen tipo.

La orfandad alcanza a cinco generaciones de teatristas y, muy especialmente, al público que lo disfrutó sobre el escenario desde la década del 50, con su paso por la actividad independiente y oficial en distintos elencos. Es que para Alfredo no había distinción a la hora de comprometerse con un proyecto; no pensaba en los formatos de producción sino en lo que se quería contar. “Nunca hice teatro por hacer, para mí tiene un sentido profundo que es que llegue a la mayor cantidad de gente posible y que sea enriquecedor y no una mera diversión. Así lo vieron los griegos”, decía.

Nació el 14 de enero de 1931, y su primer contacto con una sala fue como público. “Mi madre me llevaba al teatro los domingos, a la matiné. Una vez, miraba muy aburrido el piso cuando advertí un brillo; me agaché, me estiré y me encontré con un anillo de oro. Se lo di y ella lo usó el resto de sus días, porque el teatro me trae buena suerte siempre”, afirmaba el año pasado, cuando recibió una distinción de la Legislatura Provincial por el Día Nacional del Teatro.

Al terminar la secundaria partió a la Capital Federal para estudiar en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático (rindió examen entre 400 postulantes para ingresar 20 y se recibió en 1952). Uno de sus docentes, el filósofo Vicente Fatone, fue determinante para su regreso hace siete décadas, cuando le dijo que en Buenos Aires sería uno más pero que en Tucumán tendría futuro.

Volver implicó, además, reforzar su identidad local con una mirada global y, asimismo, ser uno de los constructores de la escena regional. En paralelo, desarrolló una respetada actividad comercial, porque siempre fue difícil vivir sólo del arte y más aún con una familia detrás que lo acompañaba y respaldaba.

Alfredo Fenik: “Los actores somos inextinguibles”

“El amor de los cuatro coroneles” (en el grupo Nuestro Teatro), “Trampa para un hombre solo”, “El burgués gentilhombre”, “Elizabeth de Inglaterra”, “La otra historia de los Acosta”, “Rómulo Magno”, “Un tranvía llamado Deseo”, “Playas”, “Aeroplanos” -foto superior-, “Se hace camino al andar...” (ya en 1990, como parte de la flamante Fundación Teatro Universitario), “Príncipe Azul”, “Fervoroso Borges”, “Mate amargo con bizcochuelo dulce” y muchos títulos más lo consumaron como un nombre de referencia.

Presencia

Construyó una identidad particular con la característica inmaterial que sólo algunos intérpretes logran y todos valoran: tenía “presencia”, idea difícil de explicar que se evidenciaba cada vez que actuaba. Ya no era Alfredo como se lo conocía en la vida diaria, sino que estaba al servicio del personaje con un mínimo gesto distintivo que marcaba el detalle necesario en la construcción artística (el bastón del alcalde en “Un enemigo del pueblo”; el cigarrillo con la larga ceniza de la espera en la película “El rigor del destino”, de Gerardo Vallejo...).

Ese compromiso lo expresaba con una idea clara: “la misión de nuestra vida es alegrar la de los demás, que dentro de las actividades espirituales es la más importante sin duda. Hacer teatro vitaliza nuestra vida y las de los otros”. Y advertía: “Nunca hay que olvidar que una obra de teatro tiene el derecho de fantasear hasta donde el público se lo permita”.

Entre bambalinas era uno más, compañero sin marcar jerarquía, cómplice en toda charla, generoso en sus enseñanzas, amplio en sus conceptos, fraternal en los consejos. “Nuestra misión es convertir en verdad un mero texto”, fue uno de ellos, repetido como mantra. Es por eso que el luto atraviesa a distintas capas etarias de artistas, que lo despidieron en las redes sociales o acompañaron de forma presencial a su familia.

Alfredo Fenik: “un actor debe convertir en verdad un mero texto”

Siempre apostaba a lo colectivo, sabedor que la construcción de sentido artístico nunca se logra individualmente sino con una confluencia de voluntades, incluyendo la del espectador. No fue casualidad, entonces, tenerlo como uno de los principales impulsores de la apertura de la filial tucumana de la Asociación Argentina de Actores (AAA).

Cuando retornaba la democracia se afilió a la UCR al entenderla como cabal expresión de su idea de la democracia (incluso participó en algunas elecciones internas) y pasó de los cursos particulares a dar clases de la materia Historia de las Estructuras Dramáticas en la flamante carrera de Teatro de la Facultad de Artes de la UNT. Pero fue mucho más que un mero docente: se constituyó en el apoyo fundamental que tuvo Juan Tríbulo para crear la Licenciatura.

Luego dirigió el Teatro Alberdi, fue secretario de Extensión Universitaria y director de Canal 10 designado por la UNT; previamente, entre 1958 y 1962, había sido secretario de Cultura de la Municipalidad capitalina. En todos esos espacios pudo desplegar sus ideas sobre la gestión cultural que lo consolidaron como un referente indiscutido.

Dimensiones teatrales

Su producción literaria reunió estudios sobre las dimensiones teatrales de las prácticas sociales -editó su valiosísimo “Rito y teatro” en 2021, tras la pandemia que lo jaqueó- con textos dramáticos -sobre todo, de corte histórico de personajes tucumanos como Juan Bautista Alberdi, Miguel Lillo, Juan B. Terán, Isauro Arancibia, Bernardo de Monteagudo o Lola Mora en sus dos tomos de “Próceres... a escena”; o héroes nacionales como José de San Martín-. Fundamentalmente era un pensador libre, de esos que se disfruta charlar. En cada visita a su casa había café caliente esperando y algo dulce, que el anfitrión se preocupaba de que esté listo.

El martes entregan los premios Artea Alfredo Fenik

En su nutrida biblioteca en el living de su departamento de barrio Norte convivían teatro, arte, filosofía, novelas e historia, junto con recuerdos de viaje, fotos y distinciones varias como los Artea, Iris Marga, de la AAA y del Municipio de la capital, entre muchos otros.

“El actor es un ser muy vulnerable y su temor antes de salir al escenario lo hace sabio. Los actores somos inextinguibles”, solía decir Alfredo. Una vez más, como tantas, tuvo razón.