“¿Por qué no vemos lo que está frente a nuestros ojos?”, lanza Pablo Wright, antropólogo, ante un buen número de personas que lo escuchan con el Hotel Hilton como escenario. No se trata solo de una pregunta retórica: es una invitación a reflexionar sobre la forma en que los tucumanos, y los argentinos en general, habitamos el espacio público, especialmente el tránsito. Su planteo resuena en el foro Tucumán Responsable, un espacio de encuentro que empezó esta mañana y busca visibilizar y debatir un tema que -más que silenciado-, está naturalizado: la inseguridad vial.
“Empezamos a ver el problema del tránsito cuando vemos sus consecuencias: muertes, heridos, cuerpos dañados”, explica Wright. Pero hasta entonces, dice, hay una negación activa, un mecanismo social que nos protege de mirar el caos cotidiano. “Es lo mismo que ocurrió con el cigarrillo y el cáncer. Al principio no se hablaba. Luego, la evidencia fue imposible de ignorar”.
En esa línea, minutos antes, Tania Cruz, referente de la organización Meta Tucumán, pone el dedo en la llaga: “Vivimos en una anestesia generalizada frente al caos social. Naturalizamos el incumplimiento”. Cada infracción cotidiana como una moto que cruza en rojo, un conductor que acelera en amarillo, un peatón con la vista en el celular, y deja de ser excepción para convertirse en regla.
Cultura del descuido
Ambos referentes coinciden en que el problema no es meramente técnico ni individual, sino profundamente cultural y estructural. “Nadie compra una moto pensando en el casco. Nadie entra a un hotel fijándose en la salida de emergencia. La prevención no está en el ADN argentino”, plantea Wright. La cultura vial, en Argentina, no promueve el cuidado mutuo ni la responsabilidad compartida.
“El tránsito nos expone. Nos muestra quiénes somos realmente, no quiénes decimos ser”, afirma Cruz, por su parte. Y, en ese espejo social, aparece una ciudadanía que ha aprendido a justificarse frente a la anomia: “Si freno, el de atrás me choca”; “Si no paso, me quedo varado”; “Todos lo hacen, yo también”.
Wright en este punto advierte sobre un fenómeno clave. Cuando una norma se viola sistemáticamente, se instala una nueva lógica de comportamiento. “Acá se cruza igual”, “los colectivos van rápido”, “los autos grandes no frenan”: estos saberes callejeros son parte de un “cuerpo vial” argentino, una forma social de moverse que contradice las normas escritas pero se impone en la práctica.
Lo que falta, dicen, es un marco conceptual integral, que permita analizar los factores que generan estos patrones. “La gente responde con certezas: imprudencia, velocidad, falta de control. Pero esas causas están desordenadas. Las ciencias sociales pueden ofrecer un marco para pensarlas”, remarca el antropólogo
No alcanza con sancionar
Para Cruz, el cambio exige más que multas o campañas aisladas. Requiere política pública integral y una ciudadanía activa. “No alcanza con controlar. El Estado no debe buscar castigar: debe buscar salvar vidas”, insiste. Y agrega: “Esto no se impone. Esto se enseña. Se enamora a la gente de la vida, del futuro compartido, de la comunidad”.
Educar, entonces, no es recitar normas. Es dotarlas de sentido. “Hay que educar con afecto, con empatía, con contexto”, añade Wright.
“Una madre lleva a sus hijos sin casco no porque no los quiera, sino porque nadie le enseñó otra cosa. Esa práctica está naturalizada”, ejemplifica.
El tránsito como contrato social
En una pantalla pasan diapositivas con recortes del diario LA GACETA. Su estilo datan reflejan que las fotografías con infracciones datan de muchas décadas atrás. Por eso, lo esencial, subrayan, está en reconstruir el valor del cuidado mutuo. Volver a formar ciudadanía. “¿Qué valores humanos promovemos hoy?”, se pregunta Cruz. Y se responde con un llamado urgente a la acción colectiva: “Esto no puede seguir así. Esto lo tenemos que cambiar entre todos”.
Y aclara: “No venimos a buscar culpables. Venimos a asumir responsabilidades compartidas. Porque lo que está en juego es el contrato social: ese pacto implícito de cuidarnos entre todos”.
¿Ahora qué?
Wright propone una transformación similar a la que vivió el país cuando, en los años 40, se cambió el sentido de circulación y se comenzó a manejar por la derecha. “Fue un proceso cultural enorme. Hoy enfrentamos otro: cambiar la forma en que concebimos el tránsito, la movilidad y la seguridad”.
Esa transformación, coinciden, no será posible sin una ciudadanía que reflexione sobre sus propias conductas y sin instituciones que promuevan el respeto como valor social.
Cruz lo resume en una frase que interpela: “La voluntad no debe ser solo punitiva: debe ser pedagógica, justa y transformadora”.