No hay héroes solitarios en esta nevada

Como toda obra de arte poderosa, El Eternauta permite múltiples lecturas. A lo largo de las décadas, el clásico de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López fue interpretado como una alegoría de la dictadura, una denuncia del imperialismo, una crítica al capitalismo o incluso como una advertencia premonitoria. Así el comic que se volvió parte del ADN cultural fue creciendo en capas. La versión audiovisual que estrena Netflix y dirige Bruno Stagnaro, sin embargo, toma un camino distinto: más que fijar una única lectura política, busca hablar de lo colectivo, de la resistencia humana y del valor de lo grupal frente al desastre. En esta adaptación no hay héroes solitarios: hay grupos que sobreviven, o no, en la medida en que puedan sostenerse entre sí. La solidaridad aparece como respuesta al miedo, al egoísmo, a la violencia.

Reconociendo(nos) en El Eternauta

Ninguna otra serie argentina llegó con semejante nivel de expectativa. No podía ser de otro modo: estamos hablando de la historieta más emblemática del país. Sin embargo, la serie de Netflix arranca con una diferencia rotunda. Ya no es de madrugada ni hay un escritor trabajando con la ventana abierta bajo las estrellas. No hay un Juan Salvo sentado frente al narrador en un clima íntimo y melancólico. En su lugar, tres amigas disfrutan de un velero en el río, en una escena nocturna y plácida que pronto se verá interrumpida. Es la primera de muchas diferencias que los puristas marcarán en sus listas, pero que lejos de traicionar el espíritu original, lo actualizan.

El Eternauta transcurre en un presente reconocible. Olivos, Vicente López, Saavedra y Núñez son parte del escenario, con sus calles, supermercados, trenes y carteles. La catástrofe llega entre el ruido del afuera y la memoria del 2001: los personajes no temen una explosión atómica lejana, sino que asocian lo que ocurre a los cacerolazos, al caos social, a un país desmoronándose. Lo que hace Stagnaro en ese primer episodio remite más al cine de John Carpenter —“La niebla”, “El enigma de otro mundo”— que a los tópicos clásicos del cómic. ¿Por qué? Porque trabaja el miedo desde el encierro y la amenaza invisible. Como en aquellas películas del maestro del terror, el peligro no llega de golpe en forma de explosión espectacular, sino que se insinúa, se cuela por los bordes, genera paranoia. Hay un fuera de campo constante: se oyen ruidos que no se ven, se percibe un afuera hostil que contamina el adentro. La niebla (o en este caso, la nevada mortal) no es solo un fenómeno natural extraño, es una atmósfera, un dispositivo de tensión.

A qué hora se estrena El Eternauta

Además, el encierro entre personajes, el recelo, la pregunta sobre en quién se puede confiar, todo eso es puro Carpenter. El enigma de otro mundo (1982) no es solo una película de ciencia ficción, es una radiografía de la desconfianza como virus. Stagnaro captura ese mismo espíritu: la amenaza no es solo alienígena, es también humana, interna. Y esa elección estética —más cercana al thriller paranoico que al relato épico de aventuras— es lo que le da personalidad propia a esta versión de El Eternauta.

Juan Salvo, Favalli, Lucas y Polsky están ahí, jugando al truco. Ahora con los rostros de Ricardo Darín, César Troncoso, Marcelo Subiotto, y más adelante Carla Peterson como Elena. El guion respeta escenas icónicas pero también reinterpreta, y lo hace con una ambición técnica pocas veces vista en la industria nacional. Los efectos visuales y el trabajo de posproducción marcan un salto de calidad, aunque no sin tensiones: Stagnaro mismo ha dicho que filmar sin locaciones reales lo despojó de su método habitual, más ligado a lo tangible. El trabajo en pantallas azules, galpones y entornos creados digitalmente obligó a reformular el vínculo entre espacio y narrativa. Aun así, la historieta fue una referencia constante, especialmente en las escenas clave, donde el espíritu gráfico de Solano López todavía late.

ICÓNICO. La más famosa versión de entre las diferentes publicaciones de El Eternauta; en formato libro, apaisado, de Ediciones Record.

Un punto clave que diferencia esta serie de otras distopías o relatos post-apocalípticos es su tratamiento del tiempo. Oesterheld no eludía el momento exacto en el que todo empieza a derrumbarse. No hay una gran elipsis, no se avanza tres meses para mostrar el mundo ya en ruinas. El lector (y ahora el espectador) atraviesa ese instante inicial en tiempo casi real: la desorientación, el desconcierto, el miedo. Ese “todos contra todos” anterior a la invasión. Esa decisión narrativa es difícil de sostener en pantalla, pero la serie lo consigue, apoyándose en la tensión, el clima, el desconcierto.

En el fondo, El Eternauta sigue siendo una historia sobre qué nos vuelve humanos. Y en esta versión, Stagnaro se esfuerza por recordarnos que, incluso en los momentos más oscuros, la salida nunca es individual. Es, como en la mejor ciencia ficción, una excusa para hablarnos de nosotros mismos. De cómo elegimos actuar cuando todo alrededor se derrumba. Y en esa elección —entre el egoísmo y la ayuda mutua— se juega el corazón de la serie. Por eso, más allá de sus licencias, sus audacias y sus relecturas, esta nueva versión logra algo vital: devolverle a la historia su potencia ética. Y recordarnos que hay batallas que no se ganan solos.