Por Raúl Courel

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

El Islam no ha digerido la laicidad de las democracias occidentales, como sí hicieron el judaísmo y el cristianismo. Estos, además, han venido asimilando durante más de tres siglos los desarrollos de la ciencia moderna y se han inclinado más a pensar que las justificaciones de las decisiones de gobierno es mejor que sean científicas antes que religiosas.

Han quedado atrás los tiempos en que la iglesia de Roma sujetaba a los estados invocando la unción divina del príncipe, o que necesitaba quemar en la hoguera a aquellos que, como Giordano Bruno, se permitían concebir el mundo sin el dogma de la fe. Las ciencias, a su vez, se encuentran muy cómodas desentendiéndose de los asuntos a los que tanto el cristianismo como el judaísmo hoy se circunscriben; nuestro orden político ha llegado a basarse en razones que se quieren matemáticas.

Aunque hacer matemáticas no sea siempre medir, la medición se ha convertido en fuente privilegiada de certidumbres en los más diversos campos, incluyendo a las democracias republicanas. No es ajeno a eso que en las sociedades modernas el sufragio universal sea indispensable para resolver los mayores desacuerdos. El mecanismo consiste en una contabilidad exhaustiva de las voluntades, que se hace posible igualando cada una de ellas a un voto. La cosa no funciona si la sociedad no acepta conceder a una cuenta bien hecha el valor de última palabra.

El sueño de computarlo todo acompañó a la ciencia moderna desde su nacimiento, pero ha encontrado límites intrasponibles dentro de la misma matemática. Ya en 1931, Kurt Gödel demostró que un sistema teórico no podría ser completo sin caer en la inconsistencia. Tiempo después, el matemático Gregory Chaitin, estudiando el campo informático, demostró la existencia de hechos matemáticos que escapan al razonamiento formal de la matemática pero que sin embargo son verdaderos, según él observa: ¡por accidente!

Desde la economía o la psicología hasta la física se han encontrado incompletitudes e incertidumbres insuperables para el pensamiento matemático. El físico Roger Penrose, por ejemplo, hacía notar que el concepto matemático de magnitud infinita, que forma parte de la teoría de la relatividad, priva a la física de la consistencia en un punto al que nos habíamos acostumbrado: a que ésta puede admitir magnitudes inmensamente grandes o inmensamente pequeñas, pero no infinitas.

Si bien Einstein decía que “Dios no juega a los dados”, confiando que siempre será posible descubrir razones matemáticas donde no parece haberlas, los físicos y matemáticos contemporáneos tienden a pensar que Dios no sólo juega a los dados sino que lo hace a cada rato. Esta moderación de la confianza en los poderes de la matemática no se ha trasladado, sin embargo, a la perspectiva de los principales gobernantes del mundo.

Estados Unidos creyó que invadiendo Irak y más adelante Afganistán manejaría estos países con la misma exactitud con que un misil acierta ahí donde el artillero pone el ojo, pero se dio de bruces con no pocos hechos que escaparon a sus cálculos.

Ya no es sólo que el diablo mete la cola, si Dios mismo parece un jugador empedernido que no puede prever el resultado de sus acciones, ¿creerán los gobernantes, menos divinos, que saben realmente hacia dónde está yendo el mundo? No se los escucha reflexionar lo suficiente sobre eso, aunque sí quejarse de que hay pueblos y países que, pudiendo disfrutar de lo mejor, eligen lo peor.

Sigue al orden del día la pregunta que torturaba a Hamlet en los albores de la época que vivimos: ¿cómo era posible que su madre, estando casada con un rey magnífico como su padre, se sintiera atraída por un ser tan abominable como su tío? Pero Hamlet tenía inquietudes distintas a las de la generalidad de los mandatarios actuales, él no se proponía sacar del medio a su tío traidor y así eliminar un obstáculo para gobernar Dinamarca. Quién sabe, tal vez pensaba que Dinamarca no era menos difícil de gobernar que su madre.

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Raúl Courel – Psicoanalista tucumano, ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.