Cartas de lectores III: Y todos los amigos

Cartas de lectores III: Y todos los amigos

23 Julio 2023

Está claro que el marco cultural, desde nuestra primera infancia, nos transmite valores, normas, costumbres, lenguaje, símbolos e incorpora a nuestra vida elementos materiales propios de su tiempo. A ello se lo llama “Proceso de Socialización” y es el que hace que un individuo se convierta en una persona (del griego “personam” o máscara). Es decir que todo grupo social, posee mecanismos socializadores para incorporar a nuevos miembros para que se reconozcan como parte del mismo. También es claro, que todos esos elementos culturales cambian con el tiempo y que los agentes socializadores varían en su influencia (hoy son determinantes las redes sociales, por ejemplo, con un peso que excede al que tenían en otra época la radio o la televisión). Pero advierto en conversaciones familiares, laborales y encuentros sociales que hay un exagerado proselitismo en favor del rechazo social, la exclusión y la cancelación de todos aquellos que no beben de los nuevos vientos que determinan lo que se puede, se debe y se quiere decir, o lo que no. Hay millones de argentinos adultos mayores que se criaron viendo películas de “el gordo y el flaco”. Otros millones que en televisión cenaban mirando programas de “El Negro Olmedo” o “El Gordo Porcel”. Miles de horas de radio y televisión para debatir propuestas futbolísticas de “El Narigón Bilardo” o “El Flaco Menotti”. Se dirá hoy, que no se puede hacer comentarios sobre características físicas de las personas. Pero ¿Quién decide cual es el límite del comentario estético? Una de las formas de nombrar a las personas desde la antigüedad y diferenciarlas de otras fueron aspectos físicos: Platón (espalda ancha), Homero (el que no ve o ciego), Claudio (el que renguea). Otros llegan hasta hoy como apellido: Canosa, Rubio, Rojo, Blanco, etc. En la literatura de todos los tiempos se aprecian retratos físicos de los personajes, con palabras que dibujaban en nuestra mente las características de los personajes. Ni hablar de los libros de historia, pues los laureles de Julio César ocultaban su calvicie y Napoleón no se caracterizaba por su gran altura. No olvidaremos a reyes calificados de “locos”, “hermosos” o “terribles”. Ya es suficiente y sobreabundante para ejemplificar en qué contexto se formaron generaciones donde en la escuela pública y los juegos en calles de tierra convivían el “ruso”, “el polaco”, “el gallego”, “el tano”, “el turco”, aun cuando los apodos no se correspondieran exactamente con el origen geográfico de sus ancestros. Yo respeto a las nuevas generaciones (no hablo de tolerancia, pues eso significaría cierta condescendencia que no me pertenece) pero exijo también que se me respete y que así como yo acepto nuevas formas de comunicación, otras formas de vestirse, gustos musicales diferentes, etc.; creo que deben aceptarse que los procesos llevan tiempo y que algunos cambiarán y otros optaran por seguir, legítimamente, ejerciendo sus patrones culturales, dentro de los límites que marca la existencia del “otro” y la obligación legal de no dañarlo. La libertad de expresión con el único límite que es ese mínimo de ética marcado por el imperio de la ley, es un pilar fundamental de la vida republicana y democrática. De no tener lugar el ejercicio de la inteligencia y así poder diferenciar el “animus injuriandi” de la simple descripción de características distintivas de una persona, la cultura democrática daría varios pasos hacia atrás. Para aquellos que al día de hoy, podemos aun distinguir la ironía del sarcasmo, el insulto de la calificación simplemente descriptiva, nos importa seguir participando de un picadito de fútbol donde un desconocido nos grite: “Pelado, estaba solo” y uno disculparse, agachando la cabeza y aceptando con un simple “no te vi, petiso”. Y todos amigos.

Miguel Ángel Reguera

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios