Con una bacteria, científicos tucumanos se proponen ganar tierra a la sequía

Con una bacteria, científicos tucumanos se proponen ganar tierra a la sequía

PSEUDOMONAS STUTZERI RDC01. A este microorganismo lo encontró De Cristóbal por llevarle el apunte                                    a su curiosidad: quería saber cómo hacía la flora para subsistir prácticamente en el desierto.

La empresa con base tecnológica que crearon cuatro investigadores, M4life, recibió una inversión de U$S 250.000 para seguir desarrollando su producto innovador.

Irene Benito
Por Irene Benito 14 Mayo 2023

Una bacteria convirtió a los científicos Ricardo de Cristóbal, Conrado Adler, Paula Vincent y Sandra Durman en emprendedores. A este microorganismo llamado Pseudomonas stutzeri RdC01 lo encontró De Cristóbal por llevarle el apunte a su curiosidad: quería saber cómo hacía la flora para subsistir prácticamente en el desierto. Cuenta la leyenda que un día viajaba por la ruta 157; que detuvo el auto y que se bajó a sacar unas plantas que crecían en suelo salino tucumano.

En el laboratorio del Insibio, donde trabajaba en ciencia básica, aisló a RdC01 de la raíz de la muestra que había tomado: luego comprobó, en pruebas en el campo, que la bacteria aumentaba el rendimiento de cultivos con déficit de agua. De allí procede M4life, una compañía con base tecnológica que se propone ganar tierra a la sequía para los cultivos y, de esa manera, contribuir a mitigar el cambio climático.

El primer producto de M4life se presenta como una especie de potenciador de los bosques porque, si se puede hacer agricultura en tierras con escasa humedad, que son marginales y, por ende, baratas, ¿para qué deforestar las zonas más fértiles y caras, que oxigenan el ambiente y almacenan la biodiversidad? Así razonan los cofundadores (tres de ellos, De Cristóbal, Adler y Vincent, son además docentes de la Universidad Nacional de Tucumán -UNT-). Se trata de una lógica que convenció a los analistas del fideicomiso público-privado santafesino SF500, organización que anunció en enero que invertirá U$S 250.000 a los fines de que M4life siga desarrollando sus soluciones microbiológicas para la agricultura y el ambiente.

En las dependencias del Insibio, el Instituto Superior de Investigaciones Biológicas de la UNT y del Conicet, que suelen ocupar los cofundadores ahora hay más preocupaciones que antes, pero el entusiasmo y las perspectivas son también mayores. La constitución de la empresa obligó a los doctores a ocuparse, aunque más no sea transitoriamente, de cuestiones que les resultan chino básico como, por ejemplo, el funcionamiento de una sociedad comercial o la inscripción de una patente. En la compañía, una SAS (sociedad anónima simplificada), participan, además de los cuatro investigadores, el Conicet y SF500, que se quedó con el 20% a cambio del aporte de financiamiento. M4life es la primera startup incubada por el Insibio.

El raro de la boda

La adquisición de la calidad de emprendedores comporta una transformación mayúscula para estos profesionales con altísima especialización acostumbrados a que la vida pase y se vaya entre el microscopio, los tubos de ensayo y las clases. Este cambio de rutina se respira en el laboratorio donde tiene lugar la entrevista con De Cristóbal y con Adler, que se integra más tarde porque esa mañana debe resolver sí o sí un asunto legal.

“Nosotros habíamos trabajado siempre en ciencia básica. Yo empecé en 2001. Estudiaba un antibiótico peptídico chiquitito y muy aburrido. Cuando iba a una fiesta de casamiento y me preguntaban en qué trabajaba como biólogo, les hablaba un minuto y se terminaba la conversación. Y toda la vida así”, cuenta De Cristóbal, quien hizo un postdoctorado en Granada (España) sobre la interacción entre bacterias y plantas.

Adler por su parte entregó su tesis doctoral y se marchó a los Estados Unidos, a estudiar en la Universidad de Harvard con Roberto Kolter, uno de los microbiólogos más prestigiosos del mundo. En ese entonces Adler ya pensaba en ciencia aplicada, según De Cristóbal.

Pero a los cofundadores no les resultó fácil decidirse a emprender. Pasaron tres años hasta que, a fuerza de recolectar evidencia que respaldaba los resultados positivos, se convencieron de que RdC01 podía prestar servicios valiosos a la agroindustria y a la causa ambiental. En el Insibio explican que toda planta crece porque, por un lado, tiene aptitudes genéticas, y, por el otro, porque recibe proteínas y azúcares de las bacterias rizosféricas.

“Queremos transferir la acción de la bacteria que identificamos a terrenos que hoy no son cultivables por su nivel elevado de estrés hídrico, y que se puedan aprovechar para producir alimentos en lugar de desmontar las selvas o de avanzar sobre los márgenes de los ríos. Esta bacteria hace que, cuanto mayor es la sequedad del suelo, mejores rendimientos haya. En un suelo normal, el producto que estamos desarrollando adiciona un 5% de rendimiento mientras que en terrenos salitrosos hay un 37% más de rendimiento. Es decir, esta tecnología puede generar un cambio de paradigma en el mercado inmobiliario que conocemos”, observa De Cristóbal.

El producto basado en RdC01 (que se coloca en las semillas de soja, trigo, girasol, poroto, maíz…) fue testeado, por ejemplo, en Leales y superó la prueba durísima de la última sequía. Los emprendedores dicen que en 2024 podría comenzar la comercialización de la primera línea de soluciones de M4life y que, entre los muchos trámites burocráticos que llevan adelante, está en marcha el proceso de patentamiento de la invención en los Estados Unidos, país que otorga la protección más completa a los derechos de propiedad intelectual.

Torre de marfil

La ciencia es difícil, pero sus artífices suelen acostumbrarse a ser “los invitados aburridos” de las bodas. De Cristóbal insiste en que Adler, quien se había capacitado en negocios, llevaba tiempo proponiendo emprendimientos a sus pares, quienes seguían enfrascados en la carrera de investigador. Y añade: “un día empezamos a analizar los resultados con Paula y Conrado, y nos preguntamos si podíamos llevar estos hallazgos a otro nivel. Comenzamos a contactar a empresarios, que aportaron fondos para que siguiéramos adelante. Hicimos un curso de ‘company builder’, que dura tres meses que parecen seis años: salimos por completo de la zona de confort y fue como si reviviéramos”.

El emprendimiento se llama M4life por “Microbiology for (four) Life”. El “4” tiene una doble lectura: funciona como una preposición, pero también alude al número de socios originales (la doctora Durman reside en Buenos Aires). Además de los cofundadores, en la compañía trabajan seis colaboradores.

Ahora están armándose para una segunda ronda de inversión en los Estados Unidos. Mientras tanto, se hacen empresarios. “La del laboratorio era una vida muy tranquila: una torre de marfil. Pero el agua que no corre se estanca y se pudre. Ahora vemos que genera dengue. Salir del área de confort es bastante problemático. Hay que estudiar y tomar riesgos. ¿Qué hacemos si la empresa no funciona? Yo trato de mantener mi actividad docente, pero estamos al límite. Sin embargo, es una gran oportunidad. Me impresiona, por ejemplo, lo que sucede en Santa Fe, donde es normal que el ambiente científico sea también empresarial. Aquí no es así”, evalúa De Cristóbal.

Dulce de leche

A Adler no le gusta ser reputado como el ideólogo de la compañía y, a modo de atenuante, recuerda que en la ciencia la originalidad es siempre relativa. “Estoy viendo algo interesante en Tucumán y ojalá que sea así: las startups que surgen están alcanzando a una pequeña masa crítica como una oportunidad laboral no sólo para crear empresas, sino para integrarse a las existentes. De hecho nos está pasando que nos cuesta conseguir gente preparada. Varios perfiles interesantes ya fueron captados por las startups que hay en Tucumán. De pronto aparece un sector privado-público que genera nuevos empleos para los investigadores”, apunta Adler.

Aunque parezcan seres de otro planeta, los científicos conocen al dedillo lo que implica desenvolver un proyecto en un contexto adverso. “Estamos recontra entrenados en resiliencia. Nos golpeamos mil veces contra la pared para lograr algo de vez en cuando”, dice Adler. Un ejemplo de eso es el espectrómetro de masas de U$S 400.000 que llegó el 12 de abril y que habían gestionado en 2015.

Llevan ocho años peleándola y ahora deben pelear para concretar la instalación puesto que el equipo precisa de una refrigeración especial: otra odisea fue conseguir los $ 3 millones que requería el acondicionamiento del espacio. “Remamos en dulce de leche, pero logramos traer a Tucumán uno de los dos equipos de su tipo que hay en el país”, asegura el doctor en Biología.

M4Life es una apuesta en la misma dirección que el espectrómetro. Dice Adler que, en su estancia en el extranjero, se dio cuenta de que la mentalidad argentina asume antes de empezar que todo será difícil o imposible: “vemos las dificultades primero y eso hace que no avancemos. En los Estados Unidos viví lo opuesto: la gente se planteaba unos objetivos y, luego, veía cómo llegaba hasta ahí. Si no lo conseguía, la experiencia en sí misma ya era valiosa. Quisiera que las startups cambien esa cultura que nos desalienta”.

Los cofundadores de M4Life aseguran que ellos no están exentos de la desazón general que existe acerca del país y que, como muchos otros, ven que las cosas podrían estar mucho mejor. “No somos una causa perdida, aunque la pobreza se vaya profundizando. Vamos hundiéndonos lentamente en un rumbo que pareciera que no se puede torcer. No sé por qué algunos queremos intentar revertirlo, pero así es”, medita Adler. Algo en el entorno del Insibio le da la razón. Quizá sean las semillas que recibieron la bacteria responsable de hacer que la vida se abra paso aún donde sólo hay sal y calor.

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