Lecciones de ética de otros mundos

Si alguien quisiera comprender cómo funciona el capitalismo en su máxima expresión debería estudiar en profundidad el fenómeno de la Fórmula 1. En cada Gran Premio que se corre -este año por primera vez serán 23 carreras- se ponen en juego miles de millones de dólares.

Los escenarios que se despliegan, algunos son permanentes y otros desmontables, cuentan con más y mejor infraestructura y tecnología que muchos países poco desarrollados.

La ciencia aplicada a la industria automotriz, desde la mecánica, la física o la aerodinámica, pasando por las comunicaciones, la informática, la transmisión en todas las plataformas, satélites, climatología, estadísticas, preparación física, nutricionismo, medicina y un extenso etcétera es sólo comparable con la industria aeroespacial.

Están involucrados los Estados más ricos y desarrollados del planeta, las principales marcas y multinacionales del mundo y el despliegue del márketing, la publicidad y los contratos no encuentran parangón con ningún otro deporte.

México, por ejemplo, paga más de 50 millones de dólares para que se incluya a ese país en el calendario. Los países árabes o los asiáticos incluso más, 70, 80 y hasta más de 100 millones de dólares.

En algunas naciones las contribuciones son mixtas entre los gobiernos y los privados, y en otros el aporte es 100% privado.

En México, el presidente Andrés López Obrador decidió en 2019 que el Gran Premio del autódromo “Hermanos Rodríguez” ya no recibiría apoyo estatal, dentro de un plan de austeridad que impuso.

No es difícil imaginar que si una sede llega a desembolsar más de 40.000 millones de pesos por una sola carrera hasta dónde se elevarán las ganancias, que se distribuyen en decenas de ítems como entradas, publicidad, turismo, pasajes aéreos, hotelería y gastronomía, merchandising, indumentaria, repuestos…

En Argentina, una campera oficial, como la que usan los pilotos de Ferrari, Mercedes Benz, McLaren o Red Bull, puede costar más de $100.000.

Desde 2018 ver las carreras por TV o streaming ya no es gratis y según el servicio o la plataforma se paga entre 2.000 y 5.000 pesos mensuales, con millones de abonados en todo el mundo, y las instancias finales del campeonato alcanzan audiencias de más de 1.000 millones de espectadores, entre el vivo y el streaming posterior.

Los abonos para presenciar las carreras son palabra mayor y para asistir a los cuatro días que dura el espectáculo, dos de pruebas, uno de clasificación y uno de competencia, los tickets arrancan en 200 dólares (por un día y en el peor lugar) y según la ubicación y la sede llegan a 5.000 y 10.000 dólares, y los sectores VIP oscilan entre 50.000 y 150.000 dólares.

En la reventa estos valores pueden triplicarse o más.

Y según la capacidad del autódromo asisten desde 200.000 a medio millón de personas.

Un aprendizaje constante

Este negocio fenomenal de la velocidad, que involucra también a muchas otras categorías, exige niveles de controles inimaginables, principalmente económicos y legales, pero también deportivos y éticos.

Hay tanto, pero tanto en juego, que las exigencias alcanzan estándares de rigurosidad difícilmente vistos en otros deportes o actividades comerciales.

Sobran los ejemplos. Uno de ellos es que la F1 anunció en 2018 que ya no requerirá los servicios de las llamadas “Grid Girls”, que eran las modelos, promotoras y azafatas que acompañaban a los pilotos en la grilla de largada.

La Federación Internacional del Automovilismo (FIA) informó en aquel momento que “las Grid Girls no se ajustan a las normas de la sociedad moderna”, en consonancia con la descosificación de la mujer.

Se cuidan hasta los más mínimos detalles, incluso morales.

En esta línea de ajustadas éticas deportivas y económicas, la FIA introdujo desde 2021 un cambio trascendental en las reglas de la F1: puso un tope presupuestario a las escuderías, respecto de lo que podían gastar en el desarrollo de sus autos.

Con esto se buscó que las marcas y empresas con más recursos no tuvieran una ventaja extra deportiva por sobre las menos solventes.

Si todos tienen el mismo tope de gastos, el foco ahora pasa a estar en la capacidad y habilidad de los directores, ingenieros, técnicos y los pilotos y ya no en lo que cada escudería fuera capaz de dilapidar.

Los resultados no tardaron en llegar: se desmonopolizaron las victorias, que estaban casi siempre en poder de dos o tres marcas, y la competencia se volvió bastante más pareja, con más eje en lo deportivo.

El límite se fijó en 145 millones de dólares en 2021. En 2022 bajó a 140 millones y para este año se redujo a 135 millones. Estos topes no incluyen los salarios de los directores, pilotos y los gastos de marketing.

Con un esquema diferente y ajustado a las reglas de ese deporte, la multimillonaria National Basketball Association (NBA) también fijó límites de gastos anuales, para evitar que se formen súper equipos en donde siempre ganen los mismos.

Otra galaxia

El fútbol, otro negocio galáctico, está considerado uno de los deportes más bellos y a la vez más corruptos del mundo. Los escándalos y las sospechas son permanentes en casi todas las ligas mundiales y se sabe que la FIFA salta de un escándalo a otro.

En 2015, el entonces presidente de la FIFA, Sepp Blatter, y el jefe de la UEFA, Michel Platini, fueron suspendidos por ocho años de cualquier actividad relacionada con el fútbol, tras llevarse a cabo una investigación por parte del comité de ética de ese organismo.

Blatter y Platini fueron hallados culpables de violar el código de ética en relación con un “pago desleal” de unos dos millones de dólares en 2011.

Poco después, la Justicia estadounidense, a partir de una investigación del FBI, acusó a 16 dirigentes latinoamericanos de FIFA por 92 cargos, que incluían delitos relacionados al crimen organizado, fraude electrónico y conspiración para lavar dinero, entre otros.

Uno de los últimos escándalos conocidos fue la acusación sobre la elección supuestamente fraudulenta de Rusia y Qatar como sedes de los últimos mundiales.

En este sentido la FIFA fue intentando lavar su imagen avanzando sobre el “fair play” (juego limpio), disponiendo cambios año tras año, donde la implementación del polémico VAR fue el último importante, junto con una mayor rigurosidad en los tiempos de descuentos, aunque siguen siendo controvertidos.

¿Por qué simplemente no se detiene el reloj cuando se interrumpe el juego como se hace en casi todos los deportes? Un enigma. De allí deviene aquello de “arbitrario”.

El escandaloso sistema de descensos a través de caprichosos promedios que rige en Argentina es observado con asombro por los europeos.

Entró en vigencia en 1957, cuando la AFA fue intervenida después del golpe militar del 55, y se suspendió en 1963, durante el gobierno de Arturo Illia.

En 1981, Julio Grondona, quien llevaba dos años como presidente, decidió restituir este complejo sistema de álgebra numérica, que se sabe favorece a los equipos “grandes”, ya que cuentan con planteles más numerosos y estables en el tiempo, y el promedio entró de nuevo en práctica en 1983, hace 40 años.

Gracias a la eliminación del sistema de promedios en los 60 Estudiantes de la Plata pudo ser campeón del mundo, de otro modo no hubiera ocurrido, según coinciden los especialistas.

Sobre el negocio, es lógico que existan tantas sospechas y acusaciones de corrupción y de lavado de dinero cuando se ven las cifras exorbitantes que se manejan en la compra y venta de jugadores.

¿Cómo puede un futbolista promedio en Europa valer millones de euros?

¿Qué ocurriría si la FIFA impusiera límites presupuestarios a los clubes, como la NBA o la F1?

Lo primero y más obvio es que no ganarían siempre los mismos, como hoy ocurre. Sabemos que hay equipos que jamás en su historia jugarán una Champions League o una Copa Libertadores.

Los españoles dieron un paso, pero se quedaron a medio camino. Decidieron que los gastos de un club no pueden superar a los ingresos, algo que es normal en Argentina y por eso la mitad de las instituciones están quebradas.

La medida ibérica sirve para ordenar la contabilidad y blanquear las finanzas, pero no para emparejar la competencia, porque siguen ganando los que más recaudan, es decir, los que más gastan.

Desde que se creó la actual Liga de España, en 1984, Barcelona ganó 17 campeonatos, Real Madrid 15, Atlético de Madrid 3, Valencia 2, y La Coruña, uno. Y yendo más atrás en los años de la aburrida monotonía española, la historia se repite hasta su inicio, en la década del 20, con excepcionales apariciones de Real Sociedad, Bilbao o Sevilla, el resto fueron siempre los mismos.

Esta rutina donde “billetera mata galán” se replica en casi todas las ligas de fútbol del mundo. Es un gran negocio de unos pocos acompañados por un séquito de sparrings.

En Argentina, Boca, River, Independiente, Racing y San Lorenzo, en ese orden, acumulan casi el 80% de los campeonatos.

En política, todos a boxes

Esta experiencia ejemplificadora de la F1 nos disparó la siguiente reflexión, en el contexto de un año electoral: ¿qué pasaría si se impusieran límites presupuestarios a los partidos o frentes políticos en las campañas electorales? Suponemos, casi con certeza, que no ganarían siempre los mismos, como está pasando en las pistas o en la NBA.

La política, al igual que el deporte, se financia con aportes estatales y privados. Y quien administra el Estado, “la caja”, como suele decirse, corre con mucha ventaja, sobre todo en un país tan poco transparente como Argentina.

Los dueños de “la caja”, a su vez, monopolizan también los aportes privados. Ninguna empresa apuesta por el burro más flaco, todas apoyan al caballo del comisario, como se dice en el campo.

Es decir, los partidos gobernantes concentran los fondos oficiales y también los aportes particulares.

A nivel nacional existen ciertas leyes que regulan el financiamiento de las campañas, el uso de fondos públicos, el reparto de cargos y el clientelismo, entre otros recursos para conservar o hacerse del poder. Casi nunca se cumplen y por eso cada cuatro años (o dos) asistimos a una avalancha de denuncias por malversación, aportes dudosos, propaganda encubierta, nombramientos indebidos, obras públicas discrecionales e incluso fraude. Acusaciones que siempre acaban cajoneadas bajo llave en algún despacho judicial.

En Tucumán, el reino del oscurantismo, ni siquiera existen leyes de transparencia ni de acceso a la información pública, ni hubo adhesión a la normativa nacional que rige desde 2016, la Ley 27.275, pese a las reiteradas promesas del binomio Juan Manzur-Osvaldo Jaldo.

Tampoco la habrá, porque el secretismo es la columna vertebral del sistema político tucumano.

Esta reflexión, traspolada de la máxima categoría del automovilismo y del siempre sospechoso fútbol -lamentablemente tan atravesado por la política- nos responde porqué Argentina no alberga a la Fórmula 1 desde hace 25 años, tras épocas doradas con Juan Manuel Fangio, José Froilán González o Carlos Reutemann, y por qué Tucumán no puede organizar ni una carrera de kartings. Diría la FIA: “Señores tucumanos, ustedes están violando por mucho el presupuesto; quedan suspendidos por cien años”.

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