Civilización o barbarie
11 Julio 2022

Revestido con la intangibilidad de su condición de semidiós universal y luego de despacharse a gusto con lo de “cuchillero y mal entretenido” refiriéndose al personaje de Hernández, Borges dirá, como corolario fatalista: “Pienso que nuestra historia sería otra y sería mejor si hubiéramos elegido, a partir de este siglo –XX-, el ‘Facundo’ y no el ‘Martín Fierro’ ”. Con lo que no quiso decir exactamente lo que dijo, no sólo porque rebasaba por lejos el campo de la literatura incursionando en la historia o más bien en la historia como herramienta política, sino porque ocultaba la identidad del “nosotros” implícito en el “hubiéramos” de su enunciado: no se refería, en realidad, a todos los argentinos, como engañosamente pretendía dar a entender, puesto que la misma frase sugiere la existencia de al menos dos bandos, uno por cada libro, en una tensión dialéctica donde, según él, se habría jugado nuestro destino. Ese “nosotros” no podía nominar a los sectores oligárquicos y extranjerizantes que él representaba, ya que sabía que jamás éstos habrían hecho semejante “elección”: siempre sería el “Facundo” sarmientino el que los definiría, jamás la “barbarie” hernandiana. Entonces, Borges se refería necesariamente al otro bando, al criollaje nacional, a las masas populares -víctimas sistemáticas del sanjuanino- que habían irrumpido como protagonistas de la historia, en efecto, con el “Martín Fierro” bajo el brazo. Y, a ellas, en nombre de ese “nosotros” ficticio y mendaz, las hace responsables de que hayamos tenido una “historia peor”; responsables de nuestras desgracias. Podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que a la metafórica “elección” de un libro, Borges le asignara tamaño poder? Es que en la elección del poema de Hernández, Borges deplora, con impotencia y amargura, la sobrevivencia del federalismo a fines del S. XIX y su potente sucesión histórica y política, primero en el yrigoyenismo y, por fin, en el peronismo. De eso es culpable nuestro pueblo, lo que jamás podrá perdonarle “el bardo mayor” de la Argentina –ni la “intelligentzia”, en general- cuando veía cómo el hegemónico e idílico parnaso de la revista “Sur” y la ensoñación anglofrancesa –o sofisticadamente “marxistizoide”-, era sacudido por la recia legitimidad de un protagonismo que les fue siempre –y les sigue siendo- tan incomprensible como tóxico. Por otro lado, no olvidemos uno de los axiomas ontológicos de Borges: “Uno es todo lo que ha leído ¿No?”, rematado con una sonrisa picarona. Aquella antinomia borgiana entre el “Facundo” de Sarmiento y el “Martín Fierro” de Hernández es, en sí misma, al menos antojadiza y claramente tendenciosa toda vez que, en especial para los “intelectuales más ilustrados”, como Borges y sus antecesores decimonónicos, era imposible homologar ambas literaturas puesto que para ellos todo lo gauchesco se ubicaba en un rango inferior; era, por su naturaleza, despreciable. Lo de Sarmiento es un ensayo y biografía novelada culta, lo de Hernández un verso en el galimatías del gauchaje para acompañar una ginebrita. Civilización y barbarie, una vez más. Y el aparente “triunfo” de la “barbarie” en la elección del “Martín Fierro”, es lo que también Borges deplora en esta frase tan especiosa con la que alcanza a vislumbrar, con terror y resignación, la misteriosa fuerza de la identidad nacional filtrándose y renaciendo aún en los momentos más oscuros (como en las vísperas de abril del ´82). Así habían percibido temerosamente sus ancestros culturales del siglo anterior, aquella peligrosa vitalidad de la imagen del gaucho cuya sombra parecía derramarse sin barreras sobre la conciencia de nuevas generaciones de criollos –donde ya revistaban hijos de inmigrantes- y sus expresiones culturales y, lo que es peor, políticas.

Arturo Arroyo
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