El rey que fue gobernador
El rey que fue gobernador

También se pudo haber titulado la columna: “De lustrín a gobernador”; revelaría con más precisión la historia de un hombre que a los 15 años le escapó a la pobreza de su Mercedes natal fugándose a Buenos Aires, para retornar a los 50 a Tucumán, después de una vida de éxitos artísticos, para convertirse en gobernador de la provincia. Mi pueblo y mi casa no figuran en el mapa, supo escribir; de la soledad de la nada geográfica a la popularidad y a la fama internacional. Ramón Bautista Ortega, más conocido como “Palito”, se fue en busca de un mejor destino en 1956, dejando atrás al lustrabotas, al vendedor de diarios, al limpiador de sepulturas, al empleado del Hogar Feliz, y regalando a sus amigos una frase llamativa de despedida: el día que vuelva van a tener que pagar una entrada para verme. En 1960 era Nery Nelson, en 1962 estaba en el Club del Clan y en 1965 ya había filmado películas. Regresó en varias ocasiones, muchas vinculadas a su perfil artístico y una para instalarse en la Casa de Gobierno. Un edificio al que miró desde la vereda de la plaza Independencia, donde ejercía de lustrín mientras canturreaba. Unos cuantos metros de distancia, del cajoncito al sillón de Lucas Córdoba, toda una vida para cruzar la calle.

Palito volvió en estos días, como el artista que es, para decir gracias en un tour de despedida del espectáculo. Actúa a teatro lleno, con entradas agotadas, como el ídolo de la canción que fue desde la década del sesenta; su música y sus letras se desparramaron por el mundo. El mote de “Rey” le hacía honor a su fama. La gente le brinda un aplauso reconociendo a la estrella que los hizo felices con una canción, al que admiraron cuando conocieron su historia de vida.

Al artista lo aclaman pero, ¿y al político que fue un tiempo de su vida? A diferencia de los deportistas o de los artistas, los políticos jamás abandonan el barco. Se aferran y se enamoran de los espacios de poder que obtienen, y no se quieren ir. Si se van, puede ser en helicóptero, pero jamás se despiden. ¿Quién recibiría hoy los aplausos de todos los sectores partidarios, como un Palito de la política? En este país de la grieta eterna, ninguno. Nadie puede obtener ese reconocimiento en vida, y no sólo porque la división es tan marcada y por la que no faltan los culpables de todos los males nacionales -siempre es el otro, claro-, sino porque, así como el artista puede hacer feliz a la gente, la dirigencia política nacional no ha sido capaz de asegurar el bienestar general, ni la felicidad de todo el pueblo. Con casi la mitad de los argentinos sumidos en la pobreza, ninguno puede anotarse para el aplauso generalizado; sino para los vítores de los acólitos en actos partidarios cerrados.

Y hasta ahí nomás, porque en las dos principales coaliciones nacionales, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, también hay disputas para desgastar, opacar, debilitar y reducir el espacio de influencia del adversario interno. La grieta es una forma de vida, y contagia. Por eso, en los frentes electorales nadie estaría en condiciones de hacer un tour de despedida para obtener una aclamación pública; alguna piedra se van a ligar, de los ajenos y también de los propios. En política nadie se va; Cristina regresó con Alberto, Macri volvió porque ve una lucecita que lo puede llevar a la Casa Rosada de nuevo. En ese marco, el artista puede unir, el político siempre divide.

Palito tendrá su merecido aplauso por su paso como cantante, compositor, actor y director de cine, como el Rey que supo ser; pero cuando se lo trata como un integrante más de la política, las miradas se dividen; ya no es el lustrín que alcanzó la gobernación o el rey que se hizo gobernador; sino otro político más para atacar, como el resto, como todos los de la “casta”, como diría Milei, hoy miembro de esa casta. Los admiradores de Palito podrán preguntarse para qué se metió en la política que pisotea honores y para la cual hay que tener el cuero duro; hubiera seguido cantando en vez de hacer un paréntesis artístico y ejercer como titular del Poder Ejecutivo por cuatro años, luego ser senador y funcionario nacional. Sin embargo, Ortega aceptó el reto.

El ex gobernador Julio Miranda fue quien motorizó el plan “Palito gobernador”, acompañado en la misión por, entre otros, Roberto Castro, Miguel Nazur y Martín Rodríguez. Miranda estaba convencido de que Domingo Bussi ganaba los comicios y que había que frenarlo de alguna manera. Lo fueron a buscar y convencieron a Palito para que ponga su trayectoria en juego para evitar el triunfo de Fuerza Republicana. Rodríguez, el dirigente de ATE, en una rueda de prensa hizo el anuncio en 1991: Ortega será el candidato del oficialismo. Y lo hizo en representación de la CGT provincial, lo que le daba más relevancia a la noticia: el gremialismo se encolumnaba detrás de él.

En noviembre de 2015, 20 años después de dejar la gestión, Ortega afirmaba a LA GACETA que, con su victoria en 1991, “frustramos la creación de un partido militar”. Se presentó sólo para enfrentar a Bussi. “Era todo un desafío personal, tenía que ganarle a Bussi; porque nadie podía, de eso mucha gente se olvida”, había manifestado. En la semana previa a la asunción de Ortega como gobernador, el interventor federal, Julio César Aráoz, le confiaba en off a este cronista -off respetado entonces y blanqueado hace tiempo luego de los dichos de Ortega- que con el triunfo de Palito se había frenado una movida internacional para reavivar acciones de grupos militares en contra de las democracias latinoamericanas. Se frustró un operativo político; coincidió el cordobés con el tucumano. El peronismo le dio trascendencia al triunfo del luleño: el Frente de la Esperanza había logrado 284.000 votos, FR 247.000 y la UCR, con Rubén Chabaia a la cabeza, tan solo 23.000.

Ortega fue un mimado de Menem y de Domingo Cavallo en los noventa. El riojano no podía abandonarlo a su suerte porque el fracaso del tucumano sería el suyo, ya que se difundió que tanto Palito como el ex corredor de Fórmula 1 Carlos Reutemann eran sus bendecidos para Tucumán y Santa Fe. Ortega después afirmó que su candidatura surgió porque un dirigente sindical -Miranda- lo habló para postularse a gobernador, y no por iniciativa de Menem.

Palito, en su libro Autorretrato, cuenta su historia de vida desde que abandona Mercedes hasta que se hace famoso como artista; y allí promete encarar un segundo texto para “narrar mi breve paso por la política, sobre todos los episodios de escalofriantes enfrentamientos con Bussi y ‘el Malevo’ Ferreyra en Tucumán”.

Como gobernador, Ortega no buscó reformar la Constitución y dejó obras importantes, como la avenida Perón y la nueva Terminal de Ómnibus; de hecho, la obra pública fue un área clave en su gestión de la mano de Raúl Natella. En su último año en la Casa de Gobierno fue alcanzado por los coletazos del “efecto Tequila”, y la gestión económica trastabilló.

Si bien se dedicó de lleno a la gestión pública como gobernador, Ortega no abandonó a Palito. En los actos de asunción de los intendentes; en cada uno, casualmente, aparecía una guitarra en el escenario. “Yo tengo fe”, la canción emblemática de Ortega, la que sirvió de fondo a la campaña electoral -y que compuso por el regreso de Perón a la Argentina, según confió-, era la primera que cantaba, para alegría de los cientos de militantes que se daban cita. No eran ceremonias que se efectúan en lugares cerrados, como las oficinas de los jefes municipales, se hacían en escuelas, complejos deportivos y en teatros.

Palito, su guitarra y su show especial. Un artista venido a político que recibía aplausos por su profesión; con el tiempo Ortega, el político, como todos, cayó en la grieta. Mejor, entonces, la despedida como artista, al rey que fue gobernador. Como político, al igual que el resto de la dirigencia nacional, seguramente no será ovacionado.

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