Atahualpa Yupanqui: “Diez años he vivido en Tucumán, pero 50 años lo he cantado”

Atahualpa Yupanqui: “Diez años he vivido en Tucumán, pero 50 años lo he cantado”

En sus cartas a amigos tucumanos contaba cómo vivía en el exterior “cantando los asuntos argentinos… recordando el corazón de un pueblo, en especial a Tucumán”. Rescatamos, además, uno de los poemas que Yupanqui publicó en este suplemento.

ATAHUALPA YUPANQUI. ATAHUALPA YUPANQUI.

Un puñado de amigos le viborea en el alma en la cima del silencio. Son aquellos que con su constante recuerdo impiden que su espíritu naufrague en el olvido. Al igual que él, algunos han partido tal vez para amenizar en el cosmos el fogón de los paisanos, convertidos en canto. Atahualpa Yupanqui dispara un pensamiento: “La guitarra es un pozo que tiene viento, en lugar de agua. Hay que apretarla contra el corazón para que exprese las cosas del hombre y del paisaje...”

Ciertamente, en las alforjas de su sangre, don Ata lleva anudados a sus amigos, muchos de ellos, tucumanos: Federico Nieva, Emilio “Amin” Rezlan, Alfredo Grillo, Hugo Lobo, el catamarqueño el “Pato” Gentilini... Y desde lejanos rincones, quizás para sentirse más cerca del pago, desgrana sus observaciones y afectos en sus cartas.

“Me resuelvo a escribirle porque poniendo la palabra Tucumán le entran a uno tibiezas entrañables y se hace liviano el camino”, le cuenta Yupanqui a Fernando Portal. “El nombre más popular en Japón es dozo (por el músico César Dozo), que significa: por favor. Cien veces al día cada japonés dice ‘dozo’. Hago lo posible por facilitar un arrime al lenguaje, pero apenas he aprendido unas 800 palabras y frases. Es muy enredado. Pero la guitarra vence siempre toda dificultad idiomática; ella conjuga los verbos que entiende el corazón y cuenta los paisajes de la manera más simple...”, agrega.

El signo sagrado

“El mundo está lleno de caminos. En nuestra tierra hay muchachos que debieran salir, casi sin idea de volver, a los teatros de Europa y Oriente. Pero muchos son limitados en su horizonte mental y se entretienen con saliditas a Buenos Aires y como ‘coronación del folklore’ a Cosquín, donde se reúne ‘lo que fue’, con lo que ‘nunca será’. ¿Ha visto a los pintores? Ellos dan tres pinceladas y se retiran para mirar mejor la obra desde la distancia. Así debieran hacer los que nacieron con el signo sagrado del Re menor. Ganar distancia para madurar, para mirar mejor su propia vida y su paisaje amado”, comenta.

Don Ata también tiene espacio en su corazón para otros amigos y a menudo los retrata en el escenario. En su último recital en Ginebra (Suiza) en 1991, cuenta: “Julio Cortázar era mi rival de ajedrez. Siempre me ganaba. Digamos que era claro, parejo, superior. A veces, mientras me veía pensativo sobre el tablero, apretado en la posición, sacaba entonces un papelito y me lo entregaba: ‘es un poema, cuando tengas tiempo, léelo’. Y por supuesto que lo leía. Cuando yo estaba en París, me llegaba hasta el cementerio para ponerle un clavel rojo en la tumba”.

Piensa y siembra

Las sendas le brotan en los ojos. “Uno camina por todas las tierras, observa, aprende, piensa y siembra”, le dice a Amin Rezlan. “En mi caso, vivo cantando los asuntos argentinos, su paisaje, su gente, sus tradiciones. Vivo recordando en cada danza, en cada melodía, al corazón de un pueblo, en especial a Tucumán. Diez años he vivido en Tucumán, pero 50 años lo he cantado, aprendiendo de otros esta manera de honrar la grandeza espiritual de ese norte luminosamente criollo”.

Noche en Nîmes (Francia). El 22 de mayo de 1992 tropieza en su desasosiego. Pide disculpas. No se siente en condiciones de actuar. Rumbo al hotel, la fría llovizna le agita algunos fantasmas. Una bocanada de geografías le camina los hombros. En la madrugada del 23, la noche se va volviendo eterna en sus pupilas. El canto del alba tal vez murmura: “como una errante vidala por este mundo pasé. Cuando me tape el silencio, ya ni vidala seré... ¡Madre del viento, por dónde andaré!”

© LA GACETA

La guitarra

Por Atahualpa Yupanqui

Para LA GACETA - PARÍS

Quién podría nunca contarte sus adioses

a ti, que eres adiós, rama fugada.

¿Sabrán los pueblos que para estar con ellos

huiste de los brazos de los Dioses…?


Te contemplo, guitarra, y sé que entiendes

El minuto en que nosotros nos morimos cada día.

Si yo tuviera que decir amor, o paz, o adiós, o espérame,

ya no podría decirlo junto a ti. Ya no podría…

Tan alto es tu universo. Tan pequeña es mi casa…


(30 de marzo de 1980)

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