Nuestros herederos de la libreta firmada

Nuestros herederos de la libreta firmada

Nuestros herederos de la libreta firmada

Evaluar es cada vez más difícil. Discernir, distinguir, calificar ha sido siempre cosa de sabios. Es un arte. Pero claro, sabemos desde Platón que muchas veces el arte está próximo a la locura y uno empieza puntuando canciones y puede terminar catando agua. Literalmente lo digo.

Ortega y Gasset describe esta furia clasificadora de ese modo:

“En Constantinopla, donde tanto escasea, hay una Sociedad de bebedores de agua; quienes la forman reparten sus simpatías entre aguas de diversas estirpes, y unos prefieren la del Éufrates, porque son biliosos, y otros las del Danubio, porque son linfáticos; o las del Nilo, por afición arqueológica. ¿Qué secretos no sabrán del agua cuando hacen del beberla un arte?”

Todos recordamos lo que era una libreta de calificaciones. Padecimos el seco “Bueno” y, por qué no, algún arrastrado “Excelennte”. El más raro, el peor desde lo fonético y lo moral era el “deficiente”. De más está decir que el sujeto tácito de la nota era el estudiante, no el esfuerzo, la dedicación ni el trayecto. Se respiraba hace 30 años una moral que todo lo medía, que buscaba controlar todo. O al menos cuantificar el descontrol.

Ahora bien, en la actualidad los sistemas han cambiado y las escalas son distintas, quizás mejores. Pero no confiamos en nuestra capacidad de evaluar y exigir estudios. Es todo un síntoma. Porque me parece que en las instituciones educativas es cada vez más difícil aprender, enseñar y calificar. Una de las tantas causas de este asunto es que aunque nuestra sociedad está peor en lo económico y en lo cultural, al mismo tiempo no acepta, bajo ningún punto de vista, la mala nota de un estudiante. Eso genera una tensión insoportable que puede experimentarse por estos días en las escuelas primarias y secundarias.

“Excelente 10 te Felicito”

Les podemos llamar bastaixos tucumanos a los pequeños estudiantes con sus valijitas de media tonelada de cuadernos abecé, en honor a los porteadores de piedras de La Catedral del Mar. Ellos penaron con sus alforjas y ahora les llega una buena recompensa: las trimestrales. El asunto es que los padres de esos bastaixos son descendientes de aquella libreta firmada con pluma, de la fiebre catadora, de la cosmovisión del “Excelente 10 te Felicito“. Entonces, empiezan a estudiar a la par de los niños y repasan de noche los países de Oceanía y las tablas de multiplicar durante el almuerzo y la cena. Si pueden, contratan maestra particular o cocinera, da lo mismo. Ayer escuché a uno de nuestros bastaixos que, entrando al colegio, se despedía de su madre al grito de: “má, ¿cuáles eran los derechos del niño?”

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