Ahogados por la industria sin humo
Ahogados por la industria sin humo

La Semana Santa ha terminado dándole la bendición al turismo. Al fin y al cabo el turismo no es otra cosa que un resurgir de la alegría. Una vuelta a la vida cargada de sonrisas. El turista es un ser humano que pasea su historia y su cultura antes, durante y después del viaje. Por cada lugar que pasa deja su impronta, su sabiduría, sus ideas y, obviamente, su dinero.

El viaje comienza mucho antes que el día de la partida. Se desparrama en mesas de bares, en conversaciones con amigos, en visitas a sitios web especializados que permiten hacer reservas, en  ahorros y en consultas varias que van actuando como la saliva cuando “se hace agua la boca” antes de comer un manjar.

La gente va de un lado al otro. Intercambia roles, pero sigue siendo la misma, como grandes actores de una película. El turismo así se convierte en una verdadera ilusión que permite pasar a ser otra cosa de la que uno es. El ministro de Turismo es como un gran prestidigitador capaz de administrar otras vidas y hasta de inventar algunas. Se convierte, en cierto modo, en el administrador del Ministerio del Vivir Bien. Vendría a ser un ministro de la alegría.

En el fondo todos terminamos siendo viajeros curiosos que disfrutan del paseo -¿no es la vida misma un viaje?- Para eso se preparan pesados catálogos cuyo peso se alivia con una tarjeta pre-viaje. Los caminos que llevan a destino están un poquito más cuidados que los que suelen andar los que se quedan en casa. Los carteles brillan y parecen que les hablaran a los que están de viaje, precisamente. La comida autóctona suele tener aromas más penetrantes que activan las pituitarias de los que pasean. Pero el ministro de la alegría, en verdad, no piensa en los otros. No hay tarjetas pre-viaje para los que se quedan en la casa. Si se subsidian los pasajes en avión, ¿por qué no se busca que salga más barato el combustible para el que elige subirse a su auto para llegar a destino?

Los claroscuros

El turismo se descubre como la Caja de Pandora de la distribución y del desarrollo. Nadie lo discute. Todos somos, fuimos y seremos turistas. Pero también está la otra cara de la moneda.

Para mañana ya están listas las voces vociferando el éxito de la Semana Santa. Cada ministro de la felicidad saldrá a gritar cómo se llenaron los lugares turísticos. Comentarán que hubo quienes tuvieron que dormir de pie en algún lado porque ya no quedaban camas donde recostarlos. Con sonrisas se comentará que Aerolíneas Argentinas ha concretado 1.519 vuelos desde los principales centros turísticos: Ushuaia, Córdoba, Iguazú, Bariloche, El Calafate, Salta y Rosario gracias a los vuelos especiales que se colocaron. Sí, en ese listado no figurará Tucumán, una vez más.

Anoche, ya estaban listos los discursos para comentar que Aerolíneas Argentinas aumentó entre 20 y 25% los vuelos diarios respecto de los que hacía antes de la Semana Santa. También se detallará que hubo 3.800 ómnibus que salieron de Buenos Aires a todo el país atestados de pasajeros que iban en busca de la felicidad.

William Safire era un periodista del New York Times que había ganado un premio Pulitzer en 1978. Además de su columna en aquel diario norteamericano, se ocupó de escribirle discursos al tristemente célebre Richard Nixon. Safire sostenía que había verdades a medias que tenían claramente un fin político. “Una verdad a medias -decía Safire- es una declaración lo suficientemente precisa como para requerir una explicación; y cuanto más larga sea la explicación, más probable será una reacción pública de creencia a medias”.

Sin dudas, llegar a dividir la verdad es peor que mentir. La mentira tiene una lógica diferente. No es el famoso vaso “medio lleno”. En esa afirmación nos pueden hacer pasar una gota por lluvia o una cifra por una fortuna. Así será verdad que un reloj de agujas descompuesto está en hora dos veces al día, cuando en realidad está roto, no anda. Esa es la relación de una media verdad con la verdad.

Claro que las medias verdades no se van a llevar mal con la Semana Santa porque nadie será condenado al pecado después del confesionario: al fin y al cabo, alguna porción de verdad lleva. Sin embargo, el tucumano conoce la otra mitad y la padece.

Los números que arroje el turismo en Tucumán podrán ponernos felices por unos días, pero Tucumán seguirá estando muy por debajo de Salta en materia turística. Los años pasan y las medias verdades siguen reinando. Para generar un cambio se necesitan políticas profundas y no maquillajes.

Las cosas no ocurren de repente y al mismo tiempo. En turismo, como en cualquier política de Estado, un paquete de medidas se convierte en materia imprescindible. Algo así como con la inflación: medidas aisladas sólo servirán para que las heridas duelan un poquito menos, pero a fin de mes las cifras del Indec dirán que no ha habido una cura.

Los tucumanos hemos visto cómo El Cadillal está más lindo: ha logrado atractivos que nunca tuvo. Lo mismo ocurre con San Javier. Pero Tucumán sigue sin cambios profundos. Eso implica políticas más desarrolladas y una inversión que ninguno de los gobiernos anteriores ha decidido realizar.

La imagen de las rutas del Este, atestadas de uruguayos, fue un alerta que confirmaba cómo las monedas fuertes de nuestros vecinos veían la oportunidad de gastar en la Argentina. La promoción en el norte chileno o en el sur boliviano tal vez podrían haber sido algunos de los mercados para bucear y tentar a sus viajeros a venir a estas tierras.

Obras de magnitud son las que faltan en la provincia. A mediados del siglo pasado (sólo cuatro décadas atrás) Tucumán ocupaba la casilla del medio en el norte argentino. Santiago, Salta, Catamarca, Jujuy eran los patios traseros de la gran estancia. Algunos venían de esos lares a estudiar y muchos tucumanos iban a esos destinos a “hacerse el norte”. Un puñado de años después el patio ha crecido y Tucumán parece la periferia empobrecida de aquellas provincias.

¿Qué ha ocurrido durante ese tiempo? Han habido decisiones políticas. No se trata de una verdad a medias, sino de una verdad concreta y palpable, en conectividad, en hoteles, en aviones, en carreteras que contrastan con los ingresos vergonzosos que tiene Tucumán.

El presupuesto y la economía de la provincia siguen siendo mayores que la de aquellos distritos. Lo curioso es cómo se distribuye y qué se hace con ese dinero. En Tucumán la prioridad parecen ser las cuestiones políticas que se anteponen a otras y, obviamente, al turismo. Un ejemplo es cómo los tucumanos podemos estar tranquilos porque hemos conseguido tener dos aviones sanitarios. Verdad a medias. Si hubiera una legislación de información pública se podría comprobar cuántos viajes o cuántos kilómetros hacen esas naves con fines políticos y cuántos realizan cumpliendo las exigencias de salud. En verdad, son dos aviones políticos con viajes por salud.

No hace muchos años un emprendedor tucumano descreído, como muchos, apostaba doble contra sencillo a que nunca se haría el HUB (centro de conexión aéreo en un aeropuerto para transferir sus vuelos) de Avianca, tal cual se anunció con bombos y platillos. No se sabe si encontró apostadores, pero con su ironía dejó abierta otra verdad a medias.

Son las políticas las que definen el futuro. Y para que ellas fructifiquen hay que invertir muchísimo dinero. De lo contrario, estamos condenados a seguir conviviendo con verdades a medias, como esa que afirma que Tucumán sale al mundo cuando en verdad tiene vuelos a Ezeiza y de allí espera otros para llegar a destinos extranjeros. Lo mismo ocurre con el vuelo a San Pablo. En verdad se trata de un viaje a Salta, que luego se traslada a otro avión que viaja a tierras brasileñas. Son los salteños los que en verdad viajan al mundo haciendo escala en San Pablo. Alguna vez Tucumán tuvo aquel vuelo a Lima, pero duró muy poco.

La política tucumana se ha ahogado al desarrollar la industria sin humo. Su mayor decisión ha sido en tiempos alperovichistas crear el ente. El diccionario dice que un ente es lo que existe o puede existir. Es decir algo muy incierto para tratarse de un proyecto a futuro. Antes era un brazo del área de Deportes o de Cultura. Pero la independencia nunca ha sido acompañada de una autarquía concreta. En cambio, se han mantenido Legislaturas muy costosas que llaman la atención a todo el país. Santiago del Estero, que tanto envidiamos por las obras de los últimos tiempos, tiene un presupuesto por legislador de unos 4 millones de pesos, contra los 134 millones que administran anualmente los tucumanos. Esta también es una verdad a medias, pero deja al descubierto la mitad que dice que la prioridad en Tucumán no está puesta en las obras fundamentales para crecer.

Otro botón de muestra es cómo diferentes delegaciones comunales u otras administraciones están atestadas de empleados que terminan comiéndose el 90% de los presupuestos. Por lo tanto, no esperarán los habitantes de esas zonas que se arreglen las luminarias, las calles o los caminos para que los viajeros sean bien recibidos.

Tucumán no es pobre: es la principal provincia económica del norte del país. Pero, esta es una verdad a medias, porque los recursos, aun teniendo una de las mayores presiones impositivas de la Argentina, se utilizan para sostenerse al Poder y esa distribución es totalmente funcional a toda la dirigencia. Por eso es tan difícil cambiar algo. Por eso los tucumanos se muestran con rostros de frustración y de desamparo, aunque los números de la Semana Santa sean para entusiasmarse.

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