Nos vamos quedando con pocos sabios en la tribu

Nos vamos quedando con pocos sabios en la tribu

Nos vamos quedando con pocos sabios en la tribu

Se nos van los sabios y las sabias de la tribu en un goteo incesante, doloroso y, por supuesto, inevitable. Y nos queda la sensación de que nos les sacamos el jugo que tan generosamente estuvieron dispuestos a regalarnos. Se marcha, quién sabe adónde, tanto hechicero de la aldea, tanta vidente de las profundidades del alma, mientras el fuego se extingue y van quedando pocos capaces de avivarlo con sus historias y sus enseñanzas. Se murió Miguel Ángel Estrella, que era tan tucumano como santiagueño -¿algún hilo conductor con Ricardo Rojas por ahí?- y entre las teclas se cuelan las lágrimas de aquellos pianos que se dieron el lujo de sentirlo. Se van porque la biología no acepta postergaciones, pero la memoria es otra cosa. La sabiduría, la sensibilidad, el talento, el arte, quedan con forma de legado. La cuestión es mantener todo ese patrimonio intangible en pie.

A la tribu se le estruja el espíritu cuando pierde sus faros. De pena, pero también de miedo. ¿Qué hacemos ahora? ¿De quién aprendemos?, se pregunta la sociedad, mirándose nerviosa. Nonagenaria y lúcida, Lucía Piossek Prebisch murió en plena pandemia, noviembre de 2020. Y se fue sin estar segura de la existencia de una nación argentina. “Lo desearía de todo corazón”, confesó. Pero... “Desde el punto de vista objetivo, somos un conjunto de gente regido bajo un mismo gobierno, que habita un territorio determinado y que habla un mismo idioma. Pero también me pregunto si bastan estos elementos objetivos para decir si somos una nación. Y no. Hace falta un elemento de afectividad, un sentimiento de pertenencia, de arraigo a la tierra que habitamos”, afirmaba. A riesgo de que alguien relacionara lo telúrico, lo folclórico, con este enfoque, ella subrayaba la connotación afectiva. ¿Cómo podemos elaborar sentimientos -digamos- nacionales si no nos queremos, no nos respetamos, no somos capaces de reconocernos en lo que nos diferencia?

Puede que Tomás Eloy Martínez haya sido el escritor de mayor envergadura que dio Tucumán. Es un lindo tema de debate. De seguro integra un armónico rombo junto a Hugo Foguet, Elvira Orphée y Juan José Hernández, ejes de una constelación por la que circulan planetas, satélites, cometas y asteroides a veces sobredimensionados por las pasiones juveniles. O no tan juveniles. ¿Y qué pasa en la tribu con esas letras? ¿Por dónde circulan? ¿No deberían estar atornilladas al trayecto escolar, articulando nuevos cánones? ¿A quién se le ocurre que pueden ser prosas o poesías oxidadas?

“El proyecto del prestigioso arquitecto César Pelli para remodelar el aeropuerto Teniente Benjamín Matienzo quedará en el pasado. Si bien se mejorará la estación aérea, la situación económica no permite convertir en realidad el ambicioso diseño del tucumano”. La (mala) noticia no fue culpa del mensajero -LA GACETA-, sino de la máquina de triturar sueños. Eso, y no otra cosa, es la carencia de una visión. Un artilugio implacable, burocrático y tajante. Pelli albergaba numerosos proyectos, pero no de la boca para afuera. Los puso en el papel; fueron más que bosquejos. Tal vez murió con la discreta esperanza de que alguno de ellos se hiciera realidad. Porque el sabio de la tribu jamás pierde la capacidad de mirar un poco más allá. Puede que se desencante, que se estrelle contra los muros de la ineptitud que lo rodea, pero no por eso deja de plantar semillas en los terrenos que va pisando. Quién sabe, tal vez alguien, en algún momento, redescubra todo lo que Pelli imaginó para Tucumán y ponga manos a la obra.

La celebración de la sabiduría como un activo tribal, transmitido de generación en generación, apasiona a los antropólogos. Tanto que a veces el propio investigador termina investido del aura mística a la que le dedicó una vida de estudios. Como Leda Valladares, merecidamente celebrada en estos días. De tanto recoger la cultura ancestral, ella misma -sin quererlo- encarnó a la gurú que indica el camino. En julio se cumplirán 10 años de su muerte. Un poco cantora que investigaba y un poco investigadora que cantaba, Leda Valladares se acostumbró a mirar, sin quejarse, cómo la tucumanidad no terminó de colocarla en el lugar merecido. Siempre se está a tiempo.

Porque se nos van los sabios y sabias de la tribu, pero por lo general sin reproches. Con la grandeza suficiente para planear sobre los absurdos agrietamientos del momento y las minúsculas envidias y rencores de sus contemporáneos. “No le tengo miedo a la muerte. Cuando me llegue estaré esperándola, si vivís escapando nunca vas a estar tranquilo”, decía Victor Quiroga. Su luz se apagó el año pasado, pero nos dejó un montón de rojos, azules, verdes y amarillos, poderosos y refulgentes. Porque no siempre hay que ser viejo para ser sabio. Hay artísticas excepciones. “No le teman a la muerte” -sugería el pintor, con las manos entibiadas por el fogón y la atenta escucha de la tribu-. La vida está llena de color, por eso es la vida”.

Lo bueno es que a veces los colores nos salen a tiempo y dejamos a la incómoda Átropos en off-side. La Parca que corta el hilo de la existencia fue prolijamente burlada por el homenaje en vida que recibió Rosita Ávila. A ella, que había hecho de su casa un teatro, la Municipalidad le retribuyó tanta pasión con el mejor obsequio posible. Por eso hoy no vamos al teatro del Abasto, vamos “al Rosita Ávila”. Son disparos para el lado de la justicia, entre tanta indiferencia a la que solemos condenar a las sabias de la tribu. Y a Rosita Ávila la sabiduría se le dibujaba con la forma de una eterna sonrisa.

En todo esto lo fundamental es que el sistema de postas funcione. Mientras revisa que el fuego de la aldea no deje de arder, el sabio va pispeando el panorama y eligiendo sucesores. Sabe que la arena del reloj va largando los últimos granitos y se ocupa en un casting reservado a gente que dé la talla. De eso -entre muchas otras cosas- hablaba Carlos Páez de la Torre (h). De Tucumán como un puzzle cultural que va reconfigurando sus piezas y no siempre encuentra las adecuadas para mantener estándares de calidad para nada lejanos. Cuantos más sabios haya, más lejos llegará la tribu.

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Tal vez lo que convenga sea mirar las cosas desde otro lugar. Y pensar, por ejemplo, que nuestros ancestros son el futuro.

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