Complicada altura moral

Complicada altura moral

Doctor en Filosofía.

Somos una sociedad hipocondríaca y además enferma por un virus sin precedentes. Una de las particularidades del bicho su agresividad de ruleta rusa. Como un diablo en la botella de Stevenson, que pasa de manos hasta que se lleva al último de la cadena. Pero a diferencia de aquél no va cumpliendo deseos, lo único que ofrece es dejar a los eslabones intermedios más o menos ilesos, sólo por el momento.

Es decir que nos utiliza como agentes polinizadores, para luego ensañarse con alguno, no sin capricho -eso de comorbilidad es una etiqueta horrible de “se tenía que morir”-. Esta es una mezcla ansiolítica suprema. Una ansiógeno para una cultura ya desenfrenada e histérica, que vivía la adrenalina del diablo en la botella en muchos otros los planos, donde la vida humana está precarizada en nombre de la libertad, abandonada en nombre del laissez faire, injusta hasta el insulto en nombre de la racionalidad.

En particular, una cultura de altísima imbricación entre medicina, poder y dinero –o más general, ciencia, poder y dinero.

Por dar un ejemplo, los esfuerzos económicos de las farmacéuticas en materia de estética a lo largo de un año deben sin dudas sobrepasar a los presupuestos de las vacunas Covid. Ni hablemos de lo gastado en enfermedades del tercer mundo. Según un artículo de ElEconomista.es, en España la industria cosmética generará, para 2023, un 50% frente a lo que se facturó en 2017. En el mismo sentido señala que “el rápido envejecimiento de la población ha llevado a una fuerte demanda de productos para prevenir el paso de tiempo, impulsando el crecimiento de la industria”.

La apariencia siempre joven, la salud sin arrugas, la verdad científica en veinticuatro cuotas con un agua termal de regalo son en cierta forma lo que queda de aquel, también discutible, trinomio griego belleza, bien y verdad. Un narciso, atrapado en su imagen y en la imagen que los otros tienen de él. El peligro está en todos lados: se llama vida y es irremediable. Un dato espeluznante es la conservación de los inhumados, tardamos más en volver a polvo enamorado porque estaríamos llenos de conservantes. Somos tomates perita en lata. Hay sin dudas una discusión pendiente acerca de los medicamentos.

El virus es ilustrado, en el sentido de universal y bien repartido, aunque no sean idénticos los padecimientos ni los tratamientos posibles. Pero es uno de los más malamente democráticos. Las escenas a las que asistimos son de esa índole ecuménica: por una parte gente arrasada por la pobreza y la marginalidad, con hambre, debe bajar la “app” de Mi Argentina me cuida mucho. Por otro lado, turistas frustrados, indignados por la coacción arbitraria, bajando la aplicación, Mi Argentina me cuida mucho. Después, el epicentro tucumano de la pandemia fue Yerba Buena. ¿Qué tienen que andar viajando por el mundo? Luego le tocó a Lastenia. Esa gente no se cuida... Claro que estos últimos los sitiamos. En medio, muchos de nosotros terminamos sitiados también.

Desconfío un poco de la indignación: me parece que el indignado se pone en un lugar muy complicado desde el punto de vista de la altura moral. Cuando era chico renovar, el documento de identidad era un castigo: se perdía todo un mes y se temían multas capitales por el incumplimiento. Un ejemplo de horrible destrato que todo el mundo le hacía saber al personal del entonces patio del entonces edificio de la 24 de Septiembre. Cuando fui a hacer el visado para EEUU lo viví multiplicado por 1.000, sin quejas. Sólo escuché un reclamo, de una compatriota, que exigía ver la foto que quedaría pegada en la visa, por temor a salir poco agraciada.

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