La novedad (ahora) visible

La novedad (ahora) visible

13 Diciembre 2021

Agustín Eugenio Acuña

Defensor oficial en lo Civil y del Trabajo con carácter itinerante

Cuando estaba en la facultad, el mobbing era presentado como un tema novedoso para el derecho del trabajo. Hoy ya no lo es. Sin embargo, pasa con este tema como con la violencia contra la mujer: existió siempre, solo que ahora se habla y se visibiliza. Es más, ya en 1999, Amélie Nothomb en su novela autobiográfica, “Estupor y temblores,” contaba su experiencia laboral en Japón, donde empieza en el área contable, pero termina limpiando los baños de hombres, luego de un mobbing a la japonesa terrorífico.

¿Cuándo determinadas acciones en el trabajo son producto de una genuina exigencia, y cuándo no son más que maltrato, acoso o mobbing? Es claro que el acoso sexual sin duda no puede justificarse como exigencia desde ningún punto de vista. Tampoco la amenaza de no conseguir trabajo en otro lado.

Encargar tareas que están realmente mucho más allá de la capacidad del agente a propósito; fijarle plazos de entrega no poco realistas, sino a todas luces incumplibles; retirarle el saludo o simplemente ignorarlo; quitarle tareas hasta vaciar de sentido su existencia laboral; mudarlo de oficina constantemente; cambiarle las tareas sin capacitarlo o, por el contrario, recargarlo con más tareas, son algunas de las prácticas que tampoco ayudan a la exigencia de los trabajadores, sino que van por el camino del mobbing, que tiene como norte generar daño y frustración en la persona.

Prácticas como esas destruyen la autoestima y la confianza de los trabajadores, que muchas veces dudan hasta de lo indudable, pues todo para ellos se vuelve incertidumbre. Por supuesto, la cultura, la formación, la convivencia de personas de generaciones diferentes en la misma área de trabajo y la resiliencia de los involucrados influyen en la situación. En alguna oficina, ante la incertidumbre sembrada, se ha llegado a colocar una frase de Bartbley, el escribiente, como mantra para recuperar la cordura en momentos de zozobra y desesperación: “no es raro que el hombre a quien contradicen de una manera insólita e irrazonable bruscamente descrea de su convicción más elemental. Empieza a vislumbrar vagamente que, por extraordinario que parezca, toda la justicia y toda la razón están del otro lado; si hay testigos imparciales, se vuelve a ellos para que de algún modo lo refuercen”.

Por supuesto, más allá del humor, la entereza o la solidaridad entre compañeros de trabajo para sobrellevar estas situaciones, lo que debe primar es que la exigencia no devenga mobbing, pues es claramente contraria a su fin. La exigencia en nuestro trabajo debe servirnos para mejorar, para desarrollarnos, para crecer como profesionales y por qué no, como personas. Lo que nos exige, lo que nos cuesta, lo que nos saca de nuestra zona de confort, nos lleva a superar nuestros límites como los percibimos, para bien. El punto es hasta dónde, hasta cuándo y, fundamentalmente, de qué forma, pero nunca de mala manera.

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