Cartas de lectores VI: la viveza criolla

Cartas de lectores VI: la viveza criolla

12 Octubre 2021

Hace unos años un presidente reconocía: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Por el escándalo de la vacunación irregular se dijo: “Se trataba de personal estratégico”. Hace poco un gobernante señaló a una ministra: “Poné a alguien que escuche de la oposición, y después nosotros hacemos lo que queremos”. Frecuentemente escuchamos frases: “Hecha la ley, hecha la trampa”, “El vivo vive del zonzo, y el zonzo de su trabajo”, tantas expresiones muy nuestras. Según el diccionario de la RAE viveza criolla es la agudeza o prontitud para sacar ventaja y aprovecharse de las circunstancias, por las buenas o por las malas. Pues bien, diré que escuché por primera vez aludir a la viveza criolla cuando cursábamos el secundario en el colegio del Sagrado Corazón de los sacerdotes lourdistas, cuando un erudito y estudioso profesor, el padre Jean Marie Tapie, nos recomendó leer el libro: “Psicología de la viveza criolla”. Su autor, el sociólogo y ensayista argentino Julio Mafud, hacía un pormenorizado e inteligente análisis de la génesis de esa especial filosofía de vida muy nuestra. Éramos muy jóvenes para interpretar lo que Mafud quería demostrar, por lo que decidí releer sus páginas con lo que pude apreciar que no estaba alejado de lo que tenía ya la idiosincrasia del argentino de rasgo peculiar y su influencia en nuestra historia contemporánea. Decía Mafud que la viveza criolla tuvo sus orígenes en los valores que aparecieron en los grupos sociales después de nuestra transculturación inmigratoria. “El miedo al ridículo” o la defensividad del argentino fueron actitudes que generaron ese impacto inmigratorio. La viveza criolla surgió entonces contra los que llegaban sirviendo para poner en evidencia los conflictos, signos y arquetipos colectivos. Nació como muy propia y nos creímos que con ella éramos superiores y se generó un menosprecio por la ley. Si por un instante pensamos que la filosofía de vida pasó por la viveza criolla, que fue la de progresar siguiendo la línea del menor esfuerzo ignorando el sentido de responsabilidad que una sociedad civilizada necesitaba digamos que lejos de hacernos sentir orgullosos debiera avergonzarnos. Seguramente va a ser muy difícil y doloroso reconocer que lejos de ser una virtud constituyó un gran defecto que caló hondo en nosotros y fue causa y origen de muchos de nuestros pesares. “Podrán decirme vivo, pero nunca zonzo”. El vivo es bien visto por el consenso general, y hasta admirado. En tanto es visualizado como tonto el que no aprovecha la oportunidad para sacar ventaja de ello. Frases como: “Madrugá antes que te madruguen”, “Total si no robo yo, robará otro”, “Si te lo digo yo, ponele la firma”. Así fue también como instituciones que aplicaron la viveza criolla fueron incapaces de comprender los valores esenciales de la vida social, y agregaba Mafud: “Los organismos que adaptaron la viveza criolla a sus acciones fueron una máquina de defraudación para el público. Esas instituciones que pretendieron ser lo que no fueron (igual que cada individuo) se transformaron en una fábrica de valores falsos que desquiciaron el vivir societario. La desconfianza, la indiferencia y el escepticismo argentino le debe mucho al Estado que lo ha defraudado desde su origen”. El Estado Argentino les exige moralidad y respeto a sus hijos cuando el mismo no cumple sus obligaciones con él: llámense estas seguridad, salud, justicia y educación. Facundo Manes, neurocientífico dice: “Muchas veces acá la ley es una sugerencia. Y eso va generando esquemas mentales donde se tolera la corrupción y se reivindica la viveza criolla”. Dijo Jorge Luis Borges: “Al argentino le importa menos pasar por un inmoral que por un zonzo” “La deshonestidad según se sabe, goza de la veneración y se llama viveza criolla”. Finalmente quiero pensar de manera positiva y abrigar la esperanza que algún día la inteligencia, la laboriosidad, la disciplina y la honestidad desplazarán a la viveza criolla. Y ello será seguramente para generar una sociedad más justa e instituciones más serias, dignas y creíbles con sentido ético y que merezcan nuestro respeto como ciudadanos, aunque suene todo esto casi como un sueño.  

Juan L. Marcotullio

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