Sarah y Mary, las tribulaciones de dos señoritas estadounidenses en Tucumán

Sarah y Mary, las tribulaciones de dos señoritas estadounidenses en Tucumán

Formaron parte del grupo de educadoras que Sarmiento eligió para las flamantes Escuelas Normales. Esta es su historia.

ESCUELA NORMAL. Así lucía en 1875, año de su inauguración. Aquel antiguo edificio fue demolido y en 1930 se habilitó el nuevo. ESCUELA NORMAL. Así lucía en 1875, año de su inauguración. Aquel antiguo edificio fue demolido y en 1930 se habilitó el nuevo.

No podría haberse escogido una maestra peor calificada y con menor vocación misionera que Mary Conway para ese destino. Educada para brillar en bailes y salones de la alta sociedad, era difícil que pudiera apreciar la exuberancia y belleza de las selvas subtropicales, de los Valles Calchaquíes o de la sierra de Aconquija.

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Al bajar del polvoriento carruaje en Tucumán, Sarah Boyd debía parecerse a Blanche, quel personaje de Vladimir Nabokov que “en pie ante la portezuela (el coche de dos caballos), con su larga falda gris, su sombrero de paja y su maleta barata pintada de color caoba y asegurada con veinte vueltas de una cuerda, tenía todo el aspecto de una señorita joven a punto de iniciar su trabajo de maestra de escuela en una película del salvaje oeste”.

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Ambos párrafos pertenecen a “Las señoritas”, el excepcional libro de Laura Ramos que rescata las historias de aquellas maestras estadounidenses desembarcadas en la Argentina del siglo XIX. Domingo Faustino Sarmiento se obstinó en traerlas a un país en plena formación, convencido de que la educación era la llave del progreso y de que los sistemas locales -arcaicos e insuficientes- necesitaban una urgente reforma. Hacía falta un método -el pestalozziano- y figuras capaces de manejar esa herramienta. Las encontró en Estados Unidos y, si bien no fueron las 2.000 con las que soñó en algún momento, alcanzó a reunir 61 maestras decididas a emprender la travesía hacia el extremo austral del Cono Sur, listas para asumir el desafío de enterrar la barbarie bajo paladas de civilización.  

“Las señoritas” toma la posta de la estadounidense Alice Houston Luiggi, quien al cabo de una minuciosa investigación publicó en 1959 un libro sobre las “valientes” que había viajado a la Argentina. Pero Ramos va más allá, porque además de revisar los archivos de Luiggi y de incluir en este trabajo mucho de lo que aquella autora había decidido omitir, encontró nueva documentación mientras buceaba por universidades norteamericanas. Cartas y diarios reveladores. Más historias, más detalles, elementos riquísimos que le permitieron trazar esos perfiles que constituyen la crema de “Las señoritas”. Entre ellos, los de Mary Conway y Sarah Boyd, las maestras tucumanas.

En aquel tiempo...

En las crónicas que describen los 146 años de la Escuela Normal, Mary Conway y Sarah Boyd suelen ser nombres al paso o notas al pie. Poco y nada se cuenta sobre ellas, salvo que revistaron en los primeros cuerpos docentes. Apenas se reproduce una fotografía en la que aparecen a lo lejos, con cara y actitud de pocas amigas, en la casa que compartían junto al antiguo edificio de la Escuela. De la vida de Mary y de Sarah, de sus orígenes, sus motivaciones, sus pensamientos, sus sueños; de lo que hicieron antes y después de pasar por Tucumán, de su calidad humana y de su labor profesional; de nada de eso quedó registro en la provincia, o al menos esos registros permanecen ocultos o perdidos.

MARY CONWAY. La foto es de la época en que trabajó en Tucuman. MARY CONWAY. La foto es de la época en que trabajó en Tucuman.

Quienes escribieron la historia de la Normal fueron prolijos al consignar la presencia de Mary y de Sarah en aquellas incipientes aulas, pero salta a la vista que carecían de los elementos para profundizar sobre ellas. O tal vez consideraron que, de tan efímeras, esas experiencias no merecían mayor realce. También aparecen traspiés historiográficos, repetidos por quienes se valieron de una fuente errónea, y que derivan en una confusión. Por ejemplo, ubicando en la Normal tucumana a otra estadounidense, Agnes Trégent, cuando ella jamás enseñó aquí.

En cambio, con mayor detalle se habla de George y de William Stearns, estadounidenses también, quienes fueron los primeros directores de la Escuela inaugurada el 25 de mayo de 1875. George ocupó sólo tres meses el cargo, ya que pronto partió a dirigir la Normal de Paraná, dejándole el puesto a su hermano William. Quedó en las crónicas del acto inaugural la interpretación al piano realizada por Nelly Grant, la mujer con la que George se había casado no mucho después de haber enviudado de otra maestra estadounidense: Julia Adelaide Hope.

A William se lo describe mucho menos entusiasta y afable que George y así lo retrata una clásica fotografía del cuerpo docente de la Normal, en la que luce serio y ascético como un pastor puritano. Lo cierto es que Tucumán representó un calvario para William: aquí murió uno de sus hijos y aquí contrajo paludismo. Sus cartas son un rosario de lamentaciones, al que se unió la desesperanzada Mary Conway. Juntos retroalimentaron el rechazo que les generaba la ciudad y en ese caldo de cultivo la melancólica personalidad de Sarah Boyd no podía resultar beneficiada.

La primera en llegar

Lo que le sobraba a Boyd era prosapia, ya que su familia se ufanaba de haber descendido del Mayflower y de haber combatido a los ingleses en las filas de George Washington. Ramos ubica a aquella Sarah educada en un seminario de Massachusetts en la línea de mujeres “emprendedoras, cultas y estrictas” -la joven yankee- que Henry James había descripto en “Las bostonianas”.

Pero la ruta que trajo a Sarah Boyd a la Argentina fue diferente a la recorrida por el resto de las maestras sarmientinas. Su destino inicial fue Córdoba, y no para desempeñarse en una escuela, sino como gobernanta y tutora de los hijos de Benjamin Gould, el director del observatorio montado por iniciativa -cuándo no- del inquieto Sarmiento.

SARAH BOYD. “Una belleza simple y modesta”, según Ramos. SARAH BOYD. “Una belleza simple y modesta”, según Ramos.

La foto de Boyd que publica Ramos en “Las señoritas” la muestra, en palabras de la autora, como una belleza simple y modesta. “El pelo arreglado en un rodete en la nuca, la mirada honesta y un asomo de sonrisa triste. Todo el lujo se revela en el pulcro cuello bordado, apenas abierto, una digna hija de los peregrinos”, consigna Ramos.

La relación con la familia no fue sencilla para Sarah. Y viceversa. Tan es así que pronto Gould le pidió a Sarmiento que le consiguiera otro trabajo y en noviembre de 1875, al cabo de un viaje de seis días -completados en gran parte en una “galera destartalada”-, Sarah hizo pie en Tucumán. Como aquella Blanche de Nabokov.

Instalada en un cuarto con piso de ladrillo que no tenía puerta, sino una cortina precedida de una verja con candado, Sarah procedió a hacer su trabajo en la flamante Escuela Normal. La llegada de Mary Conway, en 1876, no fue una buena noticia para ella. Pronto le fue concedido el traslado a Concepción del Uruguay, donde organizó otra “escuela modelo”, y de allí Sarah marchó a Mendoza. Volvió a Estados Unidos en 1880 y Ramos apunta que nueve años más tarde pasó de visita por la Argentina, para luego seguir viaje a Europa.

Cuando Mary Conway concluyó su contrato en Tucumán, en octubre de 1878, ya instalada en Buenos Aires, puso en palabras su alegría por estar lejos de “los infelices, semianalfabetos y llenos de prejuicios adeptos al credo bautista de las escuelas primarias de Boston...” Sólo le faltó escribir el nombre de Sarah Boyd.

Un perfil muy distinto

Es que Mary Conway era un torbellino. Había nacido en Irlanda y recibido una férrea educación católica en el Estado de Nueva York. Podía ser encantadora, era culta y también muy astuta. Y además tenía pasión por los artículos de lujo, un costado hedonista inseparable de su personalidad. Una sucesión de episodios casi novelescos que Ramos detalla con deliciosa precisión terminaron con Mary en la Argentina. En el viaje había hecho amistad con Agnes Trégent -aquella maestra que erróneamente se ubicó en Tucumán-, pero el destino inmediato de Mary no estaba en Buenos Aires: el Gobierno la envió a Paraná, hasta que salió el definitivo nombramiento por tres años en tierras tucumanas. Para su fortuna en 1876 el tren ya llegaba hasta la capital, lo que no quiere decir que el periplo haya sido cómodo: los vagones carecían de baños, por lo que los pasajeros y pasajeras tenían que arreglarse bajando al descampado.

Mary la pasó mal en Tucumán. Su único anhelo era volver a Buenos Aires para acomodarse en el staff de Agnes Trégent, así que contaba los días y los meses mientras fluía su contrato. Las costumbres y la precariedad de la sociedad tucumana la espantaban. “En español no existe la palabra (referida al baño, o “water closet”) por la razón de que carecen de ellos -le escribía a su hermana-. Lo llaman ‘el lugar’. Las familias ricas usan bacinillas, que las sirvientas transportan con toda naturalidad y vacían en la calle. Yo misma he visto mujeres, en apariencia de buena posición, sentarse en el cordón de la vereda, a la vista de la Iglesia”.

Ya vimos los estragos que había causado el paludismo en William Stearns y los suyos. Pues bien, Mary también contrajo la enfermedad y esa fue la excusa perfecta para marcharse a Buenos Aires en junio de 1878, cuando Paul Groussac ya había asumido la dirección de la Escuela Normal.

Mary vivió épocas doradas en la Buenos Aires de la generación del 80, educando a las hijas de la elite al frente de la Escuela Americana. Allí estaba en su salsa y, como apunta Ramos, “si Mary Conway había sido una piedra en el zapato para la Escuela Normal de Tucumán, este puesto parecía calcado sobre su fotografía”. La estrella de Mary comenzó a menguar hacia 1890, producto en buena medida de malas inversiones, y se apagó definitivamente en 1903.

En síntesis

La contribución de Sarah Boyd y de Mary Conway al proyecto educativo tucumano fue tan breve como sus biografías lo indican. Lo trascendente es el contexto: la ola reformadora impulsada por Sarmiento -y, justo es decirlo, por Nicolás Avellaneda- a partir de la creación de Escuelas Normales en todo el país. Y, a la par, la decisión de contratar maestras estadounidenses para hacer realidad el plan. Pero por otro lado están las historias, el rescate de mujeres que tienen su lugar en la construcción nacional y que no suelen recibir el crédito merecido. En esa tarea se embarcó Laura Ramos y Tucumán, agradecido, encuentra en Sarah Boyd y en Mary Conway dos piezas de ese gran rompecabezas del que todos formamos parte.

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