Sin materia prima de calidad no hay industria posible

Sin materia prima de calidad no hay industria posible

Sin materia prima de calidad no hay industria posible

En el cañaveral hay, siempre, un ruido de hombre. Viene alguien, pero es el viento. Y otra vez viene alguien, y es un pájaro. Podría pensarse que las cañas guardan los sonidos de los hombres que han estado entre ellas. Si fuese así, quizá todavía suenen allí los pasos de Tito Alzogaray, cuando andaba por los surcos. O los ruidos dejados por tantos otros que, durante años, atravesaron las tierras sembradas de caña en Tucumán. Por cierto: entre las décadas del 60 y del 70 había unos 20.000 productores en la provincia; hoy, rondan los 6.500, según estimaciones de la Sociedad Rural (SRT) y de la Unión Cañeros Independientes de Tucumán (UCIT).

Don Tito murió en 1982. Ahora es su nieto, Juan Feres (37 años), quien lleva adelante el negocio familiar, unas 20 hectáreas cerca de Río Chico. “A los productores pequeños se nos complica seguir. La peleamos. El gasoil, los herbicidas y los fertilizantes suben sus precios. El azúcar, en cambio, sube apenas”, dice Juan en la templada mañana sureña. En la historia de la industria azucarera local  los cañeros ocupan un rol protagónico. A diferencia de Salta y de Jujuy, donde prácticamente los ingenios y las tierras pertenecen a los mismos dueños, aquí han sido y son los hombres de campo quiénes proveyeron y proveen de caña a las fábricas. Sobre esa relación, que tuvo numerosas idas y vueltas, ha girado la principal economía tucumana. Pero, ¿qué ocurre en la actualidad? ¿Cómo es la vida del productor? ¿Qué futuro les aguarda? ¿Ha cambiado el vínculo con los industriales?

A unos kilómetros de esos pagos, en Alberdi, José Jalil (41 años) continúa el diálogo. También él ha heredado la tierra de sus antepasados. Y también él piensa que a la prosperidad hay que perseguirla. “Los campos están cada vez más concentrados en las mismas manos”, observa. Su empresa familiar surgió con la caña y el tabaco. Luego se volcaron al citrus, sobre todo. Y un par de cosechas atrás rescataron aquel origen cañero. Entonces se encontraron con una industria aggiornada. “En los ingenios están los hijos o los nietos de los primeros dueños. Han entrado nuevas caras. Personas con otra filosofía de trabajo, que incluso se han vinculado a compañías multinacionales, como Coca Cola. Esta industria necesita productores que aportemos cantidad; que sepamos fidelizar la relación con un mismo ingenio; que planifiquemos las cosechas y que hagamos inversiones”, enumera.

Para una firma mediana -como la suya- el desafío se oye probable. Para un cañero de menos de 5.000 hectáreas suena a utopía. Ante ese panorama, las cooperativas se vislumbran como la solución a esa brecha.

Entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX la actividad azucarera del norte se consolidó como la industria productiva más importante. De hecho, a mediados de la década del 20 Tucumán pasó a ser el principal productor de azúcar del país (de las más de 130.000 hectáreas sembradas con caña en toda la Argentina, el 70 % crecían en territorio local). Sin embargo, la caída del Gobierno peronista en 1955 se tradujo en un brusco giro en la materia. Primero, el Estado orientó sus recursos a los ingenios que consideraba eficientes. Despué se eliminó del mercado legal a aquellas explotaciones de pocas hectáreas. Y por último, en agosto de 1966, el Gobierno militar de Juan Carlos Onganía ordenó la intervención de siete ingenios. Ese fue el detonante de una crisis que, al cabo de dos años, derivó en el cierre definitivo de 11 de las 27 fábricas provinciales.

Presente y futuro

A sus 73 años, Ricardo López hilvana el relato a través de comparaciones entre aquel pasado y este presente. Hasta los años 70, todas las cosechas se hacían manualmente, con la participación de miles de zafreros, migrantes de provincias vecinas e incluso de Bolivia. En 2021 se hacen con máquinas en un 90%, calcula el director de la compañía Zafra. Antes se quemaban tanto el rastrojo como la caña; ahora, ambas prácticas se encuentran hasta penalizadas. La tecnología ha cambiado el manejo de los campos.

Pero quizás la transformación más llamativa sea -resalta López- la que han sobrellevado los productores. “Hubo un descenso importante del minifundio y un reordenamiento del sector”, aprecia. Contra cualquier supuesto, en su relato no hay añoranza; más bien, aceptación. Considera que la relación que une a los cañeros con los industriales se ha vuelto profesional y virtuosa.

“La situación actual es más llevadera”, coincide Sergio Fara, el presidente de UCIT. Sin embargo, esos cerca de 6.500 productores que quedan en pie anhelan la implementación de políticas públicas destinadas a acompañar su producción, advierte. Caso contrario, los más chicos desaparecerán: “la concentración va a pasos acelerados”, remarca.

A su turno, el presidente de la Rural, Sebastián Murga, hace hincapié en que algunos productores incorporaron tecnología, con lo cual mejoraron su eficiencia. Pero otros no lo hicieron, por lo que el rendimiento, en general, es bajo. Este año, básicamente de las 276.000 hectáreas plantadas con caña en toda la provincia, el 90 % no tiene riego, revela. “Hace falta una inversión en infraestructura para riego. Además, para que los rendimientos mejoren, en cada siembra debe renovarse aproximadamente un 20% del cañaveral”, explica. Asimismo, menciona otro concepto sobre el que se debe avanzar de inmediato: “la caña no es solamente azúcar; tiene otras propiedades, como la generación de energía o el empleo del rastrojo para alimentar a los ganados. El mundo avanza en esa línea. En consecuencia, Tucumán debería hacerlo”, sugiere. Desde su mirada, bioetanol, combustibles renovables y medio ambiente son términos cruciales.

Y finalmente, en estos 200 años de la industria madre de los tucumanos, el productor y empresario Marcos Paz Posse hace una proyección que suena coincidente con el planteo de Murga. Él habla del porvenir. Y para los cañeros, el futuro se escribe con 10 letras: bioenergía, un tipo de energía renovable procedente del aprovechamiento de la materia orgánica o industrial formada; en este caso, de los deshechos de la caña. “El azúcar estará siempre en las mesas. Pero la bionergía será fundamental en el futuro”, advierte.

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