Jaim Etcheverry: “la escuela que no enseña es incapaz de formar para el pensamiento crítico”

El médico e intelectual dijo que la educación tiene la misión de presentar “todas las alternativas” sin imponer ninguna en particular.

A Guillermo Jaim Etcheverry (1942, Buenos Aires) le fastidia el comentario sobre el caso de Laura Radetich, la docente suspendida por increpar a un estudiante que cuestionaba al kirchnerismo, no porque lo considere irrelevante, sino porque está convencido de que el acontecimiento se inscribe en una crisis mayor de la escolarización. Es “La tragedia educativa” que él viene denunciando desde 1999, cuando publicó el libro que lleva ese título. “La escuela que no enseña es incapaz de formar para el pensamiento crítico”, expresa el académico en un diálogo muy ameno por Google Meet.

Mientras toma el té de las 17.30, Jaim Etcheverry recuerda que el adoctrinamiento escolar es una historia antigua en la Argentina y diagnostica que el suceso de Radetich llamó la atención por la violencia inusitada. También se pregunta por los directivos que debían controlar a la profesora, que al parecer conocían menos acerca de su proceder que los propios alumnos. Luego refiere que el problema de la escuela que no enseña a pensar de manera autónoma sigue vigente y se agrava porque la mayoría está persuadida de que “está salvada” -en términos individuales-. Aunque “La tragedia continúa”, como él mismo apuntó en el libro que publicó en 2020, Jaim Etcheverry no se resigna. Según su criterio, todavía quedan motivos para la esperanza.

-El uso de la escuela con fines políticos o la partidización de la escuela, ¿en qué plano de la tragedia educativa se ubica?

-No creo que esto que ha sucedido y ha atraído la atención de la gente sea algo generalizado, pero sí se han observado casos y desde la Academia (Nacional de Educación) hemos manifestado nuestra preocupación, por ejemplo, respecto de esas escuelas del Chaco donde el emblema es el “Che” Guevara y los chicos prometieron la bandera argentina junto con la cubana. En fin, hay muchas situaciones y debe haber más que no se conocen: es el síntoma de algo que está sucediendo y que me parece preocupante porque, más allá de las ideas que se debatan, lo importante es que los docentes no utilicen de manera abusiva su posición de autoridad. Entre docentes y alumnos hay una relación asimétrica motivada por la función a cargo de los primeros de personificar el conocimiento. No se debería usar esa posición de autoridad para tratar de imponer ideas personales en los chicos: está bien que se debata todo, pero los jóvenes no tienen por qué ser sometidos a esa violencia que en el caso de la docente (Radetich) se ha visto reflejada en una situación ya rayana en lo ridículo. La violencia radica en esa idea de imponerse al otro desde una posición de autoridad. Si este debate, si esta misma discusión se hubiera dado entre los docentes o entre los alumnos, no habría trascendido. ¿Por qué sí llamó la atención ahora? Justamente porque el exceso proviene de una docente que está en una situación distinta y de la que se espera una conducta diferente.

-¿Cómo evitar que la escuela se convierta en un campo de adoctrinamiento político? Antes del episodio de Radetich hubo polémicas por materiales de estudios o guías inclinados hacia los intereses o posiciones de los gobiernos de turno que los promovían, y por el involucramiento de los alumnos en la militancia a favor y en contra del aborto.

-A eso lo hemos vivido desde jóvenes. El libro de texto que yo estudiaba, el “Upa!”, enseñaba a leer y a escribir con la frase “Evita me ama”. En mi escuela era obligatorio leer “La razón de mi vida” (de Eva Perón)... Nada de esto debería suceder, pero efectivamente ocurrió y sigue ocurriendo, y no sólo en el país. Este tipo de intentos de influir en los chicos se neutraliza con la decisión de que aquellos accedan a una diversidad de ideas y a la oportunidad de formar su propio criterio.

-En una época de límites tan lábiles, ¿cómo ejercer la libertad de cátedra de modo responsable, es decir, sin excesos arbitrarios?

-La idea básica de “no imponer” y de mostrar las alternativas son fundamentales. Las autoridades de las escuelas deberían ejercer un cierto control para saber si eso está pasando. Me llama la atención que en estos casos no haya habido medidas preventivas. Obviamente, los chicos del aula (de Radetich) deben haber vivido otros acontecimientos previos y por eso hicieron la grabación. Estaban sobre avisados: si ellos lo sabían, ¿qué pasaba con las autoridades?

-¿Qué posibilidades hay de que los egresados de nuestro sistema educativo tengan en su cabeza la capacidad de dudar; de no aceptar los relatos funcionales a un lado o al otro de la grieta, y de pensar por sí mismos?

-El pensamiento crítico necesita tener conocimiento, información y estamos lejos de garantizar eso. Cada vez se enseña menos. Pensaba si a esos chicos tomados como objeto de influencia política alguien se toma el trabajo de enseñarles algo. Lo importante es eso: la escuela no está cumpliendo su función. Ya es conocido por todos el hecho de que cada 100 chicos que ingresan al primario, sólo 50 terminan la secundaria. Hay 50 que ya quedaron excluidos, que tienen dificultades enormes para entender lo que leen y hacer cálculos sencillos, y sin secundario es muy difícil insertarse en la sociedad. De modo que estamos en una crisis muy profunda y nos entretenemos mucho con todas estas discusiones cuando en realidad la escuela debería tomarse el trabajo de volver a desempeñar su función de dar herramientas a los chicos para comprender el mundo y para comprenderse a sí mismos. Hace 20 años escribí “La tragedia educativa” y las cifras que hoy hay son peores que las de ese momento. Por eso publiqué “Educación. La tragedia continúa” en 2020. Hacemos muchas elucubraciones sobre el pensamiento crítico y la creatividad, pero, si uno no sabe nada, es muy difícil tener pensamiento crítico y crear.

-¿Cómo se interpreta esto en un país donde todo el mundo concuerda con que la educación decayó y necesita mejorar?

-El núcleo central de lo que sostengo está basado en estudios en los que la mayoría de los padres admiten que la educación no funciona y, al mismo tiempo, están muy satisfechos con la educación de sus hijos. Vale decir: “todos piensan que la educación está mal, pero, por un milagro que nadie puede explicar, todos están convencidos que ellos y sus familiares se han salvado”. Otras investigaciones demuestran que el 80% de los padres no cambiaría de escuela a sus hijos para mejorar la calidad de la educación. Esto es así para la primaria; el secundario; los ricos; los pobres; los que van a escuelas de gestión estatal y a escuelas de gestión privada... Cada quien dice que está contento con lo que le pasa, aunque advierte que hay una crisis general. Mi opinión es que nadie se compromete porque piensa que es un problema del resto.

-¿Qué es más grave: una docente fanatizada desde el punto de vista ideológico o el hecho de que Toyota no pueda conseguir empleados con educación básica?

-Las dos noticias son importantes, pero me parece que la falta de personal con capacidad laboral es central. Ahí hay una radiografía del escándalo. La gente pasa 12 años en una institución escolar y sale sin formación. ¡Es escandaloso!

-¿Cómo definiría el impacto de la pandemia en esta crisis educativa?

-La pandemia ha puesto de manifiesto las distorsiones que el sistema ya tenía. Creo que de golpe nos hemos enfrentado con la desigualdad que estaba oculta. Muchos chicos no han podido mantener el vínculo con la escuela, aunque no hay cifras concretas. El ministro (Nicolás Trotta) reconoció que alrededor de un millón de chicos se alejaron de la escuela: eso es gravísimo porque va a ser muy difícil volverlos a conquistar. Ahora bien, creo que hay dos aspectos que son positivos hacia adelante: los padres han tomado conciencia de la importancia de que los chicos asistan a la escuela y, al mismo tiempo, de la dificultad de la tarea de educar. Estas posiciones aparecen en los movimientos que se han generado en todo el país para reclamar la reapertura de los establecimientos: esperemos que no quede sólo en eso, y que, después, haya un movimiento para que enseñen más a los chicos y aumenten las exigencias. Hace un tiempo escribí un artículo acerca del derecho de los chicos a ser exigidos, algo que demuestra el valor que uno tiene para el otro. El hecho de que me exijan hace ver que soy importante para alguien y que confían en mis posibilidades de evolución. A esto hay que sumar la necesidad de que haya una revalorización de la labor docente: no hay sistema educativo de calidad sin docentes de calidad y no vamos a tener docentes de calidad hasta que la docencia no sea una actividad socialmente valorada más allá de lo que se dice en los discursos. En los hechos concretos, se ven salarios que distan de la tarea fundamental encomendada a los educadores.

-¿Cuál es su evaluación sobre la experiencia de clases virtuales en la educación obligatoria?

-Me parece que también puede ser positivo un cierto desengaño con todos estos medios electrónicos que estamos utilizando para comunicarnos. Nos hemos dado cuenta de que no es lo mismo que la presencialidad; que no reemplaza al contacto personal entre los docentes y los alumnos, y entre los compañeros, especialmente en los niveles más iniciales. Puede ser que en la enseñanza universitaria algunas cosas se puedan reemplazar por esta vía donde resulta mucho más difícil mantener la atención, pero quedó a la vista que la tarea del docente es mucho más compleja. Advierto una especie de desencanto o de saturación con esta noción que teníamos de que la tecnología iba a resolverlo todo, pero esto no es así y ya a mediados de los 90 lo observó Steve Jobs, el fundador de la compañía Apple, quien decía que la educación era un problema de las personas y admitía que sus maestros le habían permitido convertirse en lo que era. Muchas de estas tecnologías que hemos utilizado van a quedar, pero como complemento de la enseñanza fundada en el estrecho contacto de persona a persona.

-Usted lleva más de 20 años como predicador de la tragedia educativa y en la búsqueda de una reflexión que provoque un cambio. ¿Qué expectativa tiene para el proceso electoral en marcha? ¿Cómo hace para conservar algo de esperanza y para mirar este juego de la democracia como una posibilidad de que cosas distintas sucedan?

-Tengo expectativas, si no, no hablaría de estos temas. Los seres humanos tienen capacidad de reacción y me parece que hay que contribuir a estimularla. Y, por otro lado, la democracia y la educación siguen siendo fundamentales. ¿Cuál fue la idea básica de Sarmiento? Él decía que los derechos civiles habían avanzado mucho, pero que no había avanzado tanto la formación de las personas que ejercen esos derechos democráticos y que por eso era importante educar a todos. De ahí proviene la idea de educar al soberano como un reconocimiento de la soberanía popular y de la necesidad de formar a quienes toman decisiones sobre el destino común. Siempre repito una frase del siglo XIX que llama a educar por miedo, por precaución y por egoísmo porque el futuro depende de la calidad de la ciudadanía. Creo que esa frase tiene ecos en nuestra época y mucha de la decadencia que estamos viendo es consecuencia de la falta de educación; de gente que a lo mejor no ha tenido la oportunidad de ver otra cosa porque nadie se la ha mostrado. Hay quienes creen que la dirigencia crea analfabetos a propósito y con el fin de manipularlos con mayor facilidad, pero yo sostengo que los crea porque también es víctima de la tragedia educativa y para eso basta con ver a sus hijos: son peores que los padres. La educación, por el contrario, tiene la función de mostrar a las nuevas generaciones que existen otras posibilidades, además de la grosería, la banalidad y la demagogia. La cultura de poner a los recién llegados en posesión de su herencia, que es lo que hace de alguna manera la educación, sigue siendo una idea poderosa para el mantenimiento de la humanidad y en esto se funda mi esperanza.

Bio: académico con prestigio internacional

Guillermo Jaim Etcheverry dedicó su carrera de doctor en Medicina a la docencia y a la investigación en el campo de la neurobiología. Ex rector de la Universidad de Buenos Aires (2002-2006), es miembro de numerosas instituciones científicas y en 2018 fue elegido presidente de la Academia Nacional de Educación. Entre 2002 y 2006 presidió la Fundación Carolina en la Argentina. Recibió numerosas distinciones en el país y el extranjero. Es autor de ensayos muy divulgados, con “La tragedia educativa” (1999) a la cabeza.

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