Netflix nos advierte que los tiranos siempre están al acecho

Netflix nos advierte que los tiranos siempre están al acecho

La historiadora Marcela Jorrat analiza el fenómeno de los totalitarismos, refrescado por la docuserie, y explica por qué debemos mantenernos alertas. Nazis y fascistas en la mira.

TRAGEDIA DEL SIGLO XX. El acceso de Hitler al poder tuvo encumbrados cómplices en Alemania.  TRAGEDIA DEL SIGLO XX. El acceso de Hitler al poder tuvo encumbrados cómplices en Alemania.

A lo largo de seis breves capítulos -no más de media hora cada uno- Netflix desmenuza en la docuserie “Cómo se convirtieron en tiranos” las marcas que seis regímenes totalitarios dejaron en el siglo XX. Narrado por Peter Dinklage (el Tyrion Lannister de “Juego de Tronos”) y con un planteo de lo más original, una suerte de guía práctica para acceder al poder y mantenerse en él prescindiendo de toda clase de escrúpulos, el programa va explicando los procesos protagonizados por Adolf Hitler, Josef Stalin, Saddam Hussein, Idi Amin, Muammar Gaddafi y la dinastía gobernante en Corea del Norte. La historiadora Marcela Jorrat, especialista en el tema, profundiza la mirada y advierte: “hay que estar alertas, porque todo esto puede repetirse”.

- Bien, pero ¿cuáles son las condiciones de posibilidad necesarias para que un totalitarismo se cristalice?

- A las condiciones de posibilidad hay que contextualizarlas. En el caso de los fascismos ese contexto está relacionado con la crisis de la entreguerra. No podemos ignorar ese punto de inflexión que fue la Primera Guerra Mundial, la lucha en las trincheras considerada una “guerra total” y que provoca un cambio antropológico: la desvalorización de la vida y de la muerte, el acostumbramiento a la violencia. Toda esa experiencia deshumanizadora es clave. Y en el ámbito político hay una crisis de la democracia liberal después de esos cuatro años terribles.

- ¿Entonces los totalitarismos eran inevitables?

- No, lo que define el acceso de los fascismos al poder son los consensos, los apoyos y los acuerdos que obtuvieron. Suele decirse que Hitler llegó al poder por el voto popular y no es así, cuidado con eso. Es verdad que a partir de la crisis de 1929 los nazis habían crecido en votos, pero en 1932 ya estaban bajando. Hubo votos, pero por sobre todo acuerdos con los conservadores y con sectores de las elites. El presidente -en Alemania- y el rey -en Italia- son los que llaman a nazis y a fascistas a integrar el Gobierno.

- ¿Por qué lo hicieron?

- Deciden incorporar a estos recién llegados creyendo que les aportaban nuevas técnicas de la política y el acceso a las masas sin tener que ceder poder al comunismo, que eran el gran cuco en ese momento. Pero también creyeron que podían manejarlos. Creyeron mal.

- ¿Cuál era la naturaleza de las crisis que sufrían esos países?

- Eran crisis profundas, no sólo en lo social y en lo económico, iban más allá. Es cuando sectores de la sociedad llegan a la desesperanza, no ven el horizonte y pierden la confianza en las autoridades y en las instituciones. Ese es un semáforo en rojo.

- ¿Cómo actúan los totalitarismos en esas circunstancias?

- La emocionalidad es un elemento clave. Los regímenes totalitarios apuntan a sociedades que sienten que han perdido todos sus parámetros, todo lo que les daba seguridad. Aparecen entonces los oídos propensos a escuchar personajes cuyos discursos están preparados para cada audiencia: los empresarios, los trabajadores, las clases medias. Son ideologías pragmáticas, que no se basan en sistemas teóricos. Todo consiste en tocar las fibras de las masas, hacerlas sentir que forman parte del espectáculo político, aunque no sea así.

- ¿Eso cómo se define?

- Es la construcción de un colectivo armónico en torno a los sentimientos, los rituales, las fiestas, las emociones. Y el que no forma parte de ese colectivo está excluido.

- La propaganda es clave en todo esto…

- Por eso los regímenes totalitarios son propios del siglo XX. Tienen que ver con la interacción que hacen entre el terror, la ideología y los medios de comunicación, con las técnicas modernas de propaganda. Esa propaganda apela al orgullo nacional, pero no se busca volver al pasado, sino crear un orden nuevo. Y en ese orden nuevo va el hombre nuevo identificado con el régimen, entregado al Estado y a la causa de la nación.

- ¿Cómo van bajando los discursos y en qué consisten?

- A través de la propaganda y de los discursos se va construyendo un otro. No es gratuito lo que se dice ni cómo se lo dice. Por eso lo primero que se procura es el dominio de los medios de comunicación, eliminando de los puestos claves a todo aquel que se considere opositor al régimen. No por nada vamos viendo la censura, la quema de libros, la exclusión de intelectuales, de educadores, de artistas. En el caso de Alemania, los comunistas y los judíos. Todo con el fin de construir ese colectivo armónico del que hablábamos.

- ¿Por qué es tan importante edificar enemigos, de adentro o de afuera?

- En primer lugar porque eso te permite cohesionar, creando la idea de un nosotros frente a un otro que no forma parte del grupo. Por eso es tan grave hablar en términos de “nosotros” y “otros”, en cualquier instancia. El que recibe ese discurso lo puede procesar de distintas maneras. La construcción del enemigo fundamenta el nacionalismo: mi nación está amenazada, debilitada, puede ser contaminada (por los judíos, por el comunismo, por el mestizaje, etc). Todo esto justifica que actuemos de determinada manera, hasta la violencia. Ya no hay límites. Además, en toda situación de crisis se busca un chivo expiatorio.

- Es un permanente ambiente de batalla…

- La utilización del enemigo también es clave porque el nazismo y el fascismo son ideologías guerreras. Esto tiene que ver con concebir la guerra como purificadora, con ese darwinismo social de permitir que sólo sobrevivan los más aptos.

- ¿Cómo fue posible esto en Alemania, una de las sociedades más cultas de Europa en ese momento?

- Dentro de los límites del totalitarismo está la idea de la foto, de la homogeneidad. Se trata de procesos siempre dinámicos y en construcción, y a pesar de que la voluntad del líder es lograr la obediencia total, la pregunta es hasta qué punto lo logra. Obvio que muchos están subyugados y convencidos, pero otros actúan a partir del terror que sienten. Y también hay un porcentaje que no fue conquistado. En la Alemania nazi a los que menos logró atraer Hitler fueron los que ya tenían tradición en el comunismo o en la socialdemocracia, o a los católicos de centro. Lograr la homogeneidad absoluta no es posible. Pero por supuesto que grandes grupos colaboraron, de lo contrario -por ejemplo- no hubieran conseguido concretar todo el proceso del Holocausto.

- La serie de Netflix concluye con que cualquier podría convertirse en un tirano si pulsa las teclas adecuadas. ¿Qué pensás sobre esto?

- No sé si casi cualquiera podría lograrlo. Es verdad que las condiciones, como el momento ideal, ayudaron en el caso de Hitler. Pero una cosa es quiénes son y otra cómo construyen una imagen. Son hombres comunes, salidos del pueblo, no los antiguos líderes provenientes de la aristocracia. Hitler era un cabo del ejército. Pero después se muestren como elegidos, como enviados que vienen a solucionar los problemas. Pretenden que el pueblo diga “creemos en este líder fuerte, en el instinto de este líder”. No se habla de su capacidad de razonar.

- ¿Hay que estar alertas?

- Sí. Las democracias nunca terminan de consolidarse y por eso es importante la construcción de una cultura política. Una crisis no necesariamente debe llevarte a esta clase de líderes. Cuando hablo de cultura política me refiero a las representaciones, a los valores, a las imágenes, a las prácticas que guían los comportamientos políticos de los individuos. Es el entramado cultural sobre el que se asientan las instituciones. Construir una cultura política democrática no es una tarea sólo del Estado. Estamos involucrados todos: los docentes, los medios de comunicación, los intelectuales, los partidos políticos. Una cultura política no es homogénea ni definitiva, se trata de una construcción constante.

- ¿Cómo se recomienda proceder entonces?

- Hace dos años leí el titular de un medio digital que decía ”Entrarán refugiados sirios al país: alerta por el terrorismo”. Ese discurso del odio construye una realidad en la que determinados receptores identifican al sirio y al musulmán con el terrorismo. Entonces lo importante es construir discursos desde el respeto, los derechos, las libertades, la educación. En todas las sociedades, entre ellas la argentina, hay una serie de tradiciones y gérmenes autoritarios que quedan en ese núcleo duro que es la cultura y se transmiten de generación en generación. A partir de esto es importante estar alertas para neutralizar esos gérmenes.

La especialista

Marcela Jorrat es Magister en Relaciones Internacionales y Profesora de Historia. Enseña Historia Contemporánea en la UNT. Su línea de investigación es “Totalitarismo, antisemitismo y cultura política en el mundo contemporáneo”.

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