Cartas de lectores IV: el gatopardo

Cartas de lectores IV: el gatopardo

16 Julio 2021

En su largo y extenuante viaje desde Palermo a su predilecta Donnafugata, entre el abrasador sol meridiano y narcotizante de la isla de Sicilia y el ardiente sentimiento de posesión feudal que sobrevivía en ella, Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, y toda su familia habían llegado de paso a la antigua fábrica Rampínzeri, una enorme y vetusta construcción, refugio solamente durante un mes al año de jornaleros que se reunían allí para la cosecha. “Sobre la puerta de la villa, solidísima pero desquiciada, un gato pardo de piedras bailaba, aunque una pedrada le hubiere roto, justamente las patas”. Esta breve descripción del animal tallado en piedra, que preside el escudo, el blasón familiar de los Salina, simboliza la decadencia de una familia noble en pleno proceso de desintegración, en el momento en que las escuadras de Garibaldi desembarcan en el puerto siciliano de Marsala. Don Fabrizio Corbera  representa a la antigua aristocracia de la isla, amenazada por el Risorgimiento, la campaña en pos de la unificación italiana. Don Fabrizio, astrónomo aficionado con un sentido de la ironía se da cuenta que esta irrupción en aras de la realpolitik, va a cambiar el orden y que su clase que ha ostentado complaciente el poder durante siglos, está condenado a la irrelevancia. Por el momento, la pompa y el boato resisten, pero en su acostumbrado paseo por el jardín, Don Fabrizio percibe que las flores desprenden un desagradable aroma similar al movimiento favorable a la unificación, porque cree que con su acción y compromiso le darán una oportunidad de supervivencia a la clase dirigente siciliana, abraza a su tío conmovido por la tricolor y le dice esta ambigua y contradictoria frase: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Estos fragmentos sobre un pasado en pleno ocaso, son los albores de los tensos y convulsos años de 1860. Los Salinas tienen los títulos y un patrimonio empobrecido que le depara demasiadas añoranzas. El septuagenario príncipe, antaño tan fuerte ha quedado incapacitado y debilitado después de sufrir una serie de síncopes. Postrado en un sillón, con las frágiles piernas resguardadas con una manta, hace un balance de su vida, contraponiendo los momentos agradables a los malos y tensos. Cuando el fin de todo parecía estar próximo, y la nostalgia y la melancolía estaban presentes, y asomaba la transición presuponiendo cambios, Concetta la hija, por entonces ya entrada en años, mira por la ventana y ve saltar a un animal de cuatro patas y largos bigotes. Por un instante cree que es un gato pardo, el emblema azul de la familia, pero en realidad son los restos disecados de Bendicó, el gran danés al que su padre adoraba, que alguien arroja a la basura. En nuestro país, la célebre frase que identifica el accionar de la política con el gatopardismo, forma parte de un artificio, de un ardid, acuñado por la corporación política desde que salió a la luz como una enérgica metáfora, y cuya matriz fue sucediéndose a través de la duplicidad y la hipocresía.

Alfonso Giacobbe

24 de Septiembre 290 - San Miguel de Tucumán

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