La Independencia es del otro

La Independencia es del otro

La Independencia es del otro FOTO GENTILEZA DE LORENZO MARCOS

Más policías que gente. Esa es la foto del 9 de Julio de 2021 que quedará para la historia, en el 205 aniversario de la independencia.

El centro de la capital argentina -por un día- amaneció vallado, cerrado, repleto de vehículos policiales atravesados en las esquinas y cientos de uniformados con escudos, armas y bastones “custodiando” los festejos libertarios.

Sin pueblo, sin el calor de las multitudes que en otras épocas supieron acompañar esta celebración tan sensible. Tan lejano quedó aquella vigilia del 9 de Julio de 2016 cuando más de 200.000 personas coparon los alrededores de la Casa Histórica. Vino gente de todo el país. Y de otros países.

Ni siquiera la prensa tuvo acceso ayer a los actos encabezados por el presidente Alberto Fernández, el gobernador Juan Manzur y el “cogobernador” Osvaldo Jaldo, excepto las cámaras oficiales de la Televisión Pública, menos pública que nunca. El canal de la presidencia, no de la gente.

El periodismo no pudo acercarse ni a 100 metros del epicentro de los hechos. Algo inédito, antidemocrático y condenable desde todo punto de vista. Sin libertad de prensa la democracia es una farsa.

La libertad vallada. Parece una paradoja pero no. Es la democracia que supimos construir en estos dos siglos. O deconstruir. De caudillos, de patrones de estancia, de señores y señoras feudales que toman al Estado como propio y con él a todos sus símbolos y fechas patrias.

La emancipación es un bien de Fernández, de Manzur, de Jaldo y de las fuerzas de seguridad que garantizan que la privatización de la independencia se haga efectiva.

No es la pandemia, estúpido

No fue la pandemia la causa de esta censura a punta de pistola. El año pasado estábamos en una encerrona mucho más rigurosa y hubo más gente que ayer.

No fue la pandemia porque Jaldo amontonó el jueves a miles de punteros en un acto proselitista en el estadio de Atlético Concepción, en Banda del Río Salí.

A propósito de estadios, el fútbol, eso sí, se juega sin público. Y en la liga tucumana ni siquiera se juega. Acá los únicos que juegan son los políticos, en asados, en locros, en mitines multitudinarios y en actos patrios privados.

Pero al que quiere trabajar lo clausuran. O viajar, o ir al gimnasio, al boliche o salir a tomar algo después de cierta hora. Y ni hablar de las clases, que se dictan a medias o no se dictan. Los alumnos de las escuelas experimentales de la UNT, por ejemplo, están hace un año y medio sin ir al colegio.

No fue la pandemia porque algunos privilegiados de esta independencia privatizada sí pudieron atravesar el cerco policial y apostarse en las cercanías del solar patrio. Es que tenían la “espontánea” vocación de saludar al Presidente. O saludarlo en nombre de algún patrón de estancia, a juzgar por los cartelitos con nombres de dirigentes que exhibían frente al paso de la comitiva presidencial.

En paralelo hubo protestas en contra de Fernández y de Manzur en Barrio Norte y en el microcentro, con incidentes de violencia, motorizadas principalmente por sectores del campo, de dirigentes opositores y por ciudadanos independientes. Esa gente no pudo acercarse tanto como los saludadores espontáneos y recibió palos.

También hubo manifestaciones de disgusto en los alrededores de la Terminal de Ómnibus, donde también hubo enfrentamientos, y en los Valles Calchaquíes, cuando se difundió que Fernández iba a visitar la Ciudad Sagrada de Quilmes.

Las comunidades originarias también fueron reprimidas en los valles y por ese motivo finalmente se suspendió la visita presidencial.

Es que hay demasiada gente enojada, angustiada, empobrecida, quebrada. Sin caer tampoco en la ingenuidad de ignorar que detrás de toda manifestación subyacen intereses políticos. Ninguna protesta es “autoconvocada” ni espontánea.

El yoísmo enceguecido

“El Estado soy yo” decía el francés Luis XIV, el Rey Sol. Así administramos en Argentina, donde ya nos acostumbramos a que los dirigentes hablen de la cosa pública en primera persona. “Te voy a pavimentar la cuadra”, “te voy a iluminar la calle”, “te voy a entregar un subsidio…”

Cristina Fernández hizo escuela en egocentrismo político.

Naturalizamos desde hace años que toda publicidad de gobierno lleve la firma personalísima del funcionario de turno. Presidencia de tal, gobernación de tal, intendencia de tal.

“Gobernación Juan Manzur” leemos y escuchamos por todas partes, como si las obras, las poquísimas obras, se hicieran con dinero de su bolsillo.

No está mal que se publicite lo poco que se hace, pero por qué no firman como corresponde: “Gobierno de Tucumán”.

Porque el Estado soy yo.

El discurso de Manzur de ayer en la Casa Histórica fue una muestra más de la apropiación caudillista de los bienes públicos. “Yo voy a…”, “yo quiero que…”, “yo te voy a dar...”. Yo, yo, yo.

Al margen de que fue un discurso dirigido exclusivamente al Presidente, no a la sociedad. Dijo como diez veces “gracias Alberto”, el Estado sos vos. Y por supuesto, como siempre desde hace cinco años y medio, culpó a Mauricio Macri por todos los males argentinos.

Al margen de que la gestión de Macri fue un desastre, sobre todo en materia económica, es increíble que el gobernador esté tan mal asesorado en argumentación política.

En esa misma línea, el discurso de Fernández también giró en torno de profundizar la grieta, las divisiones, el enojo colectivo.

Qué manera de desperdiciar una gran oportunidad, como es el día de la Independencia, para intentar unir a los argentinos, para transmitir concordia y conciliación, para proponer objetivos comunes a todos. Como si la experta en polarizar le dictara desde atrás lo que tiene que decir.

“La patria es el otro” es una de las mentiras más grandes que se repiten en este país. La patria soy yo, en primer lugar, y después, quizás, de todos los que me obedecen ciegamente.

Cada vez más lejos de la gente

En los discursos de Manzur y de Fernández encontramos las respuestas de por qué ayer se decidió privatizar la Independencia y de por qué unos pocos privilegiados, que no son otra cosa que empleados del pueblo y por eso cobran un sueldo, se apropiaron ilegalmente de las celebraciones patrias.

Porque ninguno de los dos, al igual que la mayoría de la dirigencia política argentina, pueden caminar libremente al lado de la gente, sin riesgo de sufrir insultos o agresiones.

Néstor Kirchner, hasta donde recordamos, fue el último presidente que pudo hacerlo un 9 de Julio, sin tanta policía a la vuelta.

Las únicas “manifestaciones populares” a las que pueden asistir hoy Fernández o Manzur son las organizadas por ellos, con listas de asistencia.

Ni el intendente de la capital, Germán Alfaro, se salvó ayer de las agresiones de algunos enojados, cuando se animó a recorrer a pie la renovada Plaza Independencia.

Es que no es con uno ni con otro, es con la clase política argentina. Es con el 50% de pobreza, con la inflación galopante, con la falta de trabajo, con la inseguridad que no para de asesinarnos en cualquier esquina y a cualquier hora, con un país que ha perdido su independencia económica.

Justamente, la independencia privatizada que vimos ayer, vallada, policial, cerrada para unos pocos, es mucho más que simbólico, es el reflejo o la consecuencia de lo que nos pasa en realidad: un país que ha hecho trizas su libertad, sobre todo la libertad de soñar, como la de esos niños que flameaban sus banderas argentinas frente a los policías indolentes.

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